Una Vida de Abnegación y Compromiso
Existen almas potentes que, no obstante ocupan organismos frágiles, son capaces de enfrentar enormes dificultades y hasta grandes peligros en busca del bien en sus semejantes. Sin importarles los sacrificios personales, hacen de su vida una tarea de entrega a las causas más nobles.
Tales son los casos de personas distinguidas en el campo de la enseñanza, la medicina, en periodismo o el servicio a los demás. Cuando nosotros, simples mortales, nos encontramos con una de ellas, no podemos más que admirar, la obra de Dios, que pone en manos de un semejante la oportunidad de brindar generosamente sus beneficios.
Si por acaso la persona que conocemos recorre durante su vida cada una de aquellas actividades y en todas ellas se entrega a sí misma en un afán de servir a los deseos de Dios, nuestra admiración puede convertirse en adoración.
Cuando las condiciones apuntadas se dan en un hombre, el reconocimiento es de lo más natural. Pero cuando se presenta el caso de que es una mujer quien las reúne, la relevancia es menor, ya que una estima excesiva por las tareas del hombre nos ha llevado, desgraciadamente, minimizar lo que hacen las mujeres.
Nuestros hábitos, costumbres y formas de pensar con respecto a la mujer requieren, por tanto, ser cambiados de manera que se pueda otorgar el honor a quien lo merece, sin distinción de sexo o edad.
Es la presente una oportunidad de dar a conocer la vida y obra de una de esas mujeres que, enfrentándose a las tradiciones, los atavismos, prejuicios, trabas y obstáculos cotidianos que han impedido a la integración de las mujeres al desarrollo de nuestro país, logró acceder a un mejor nivel de vida que rebasó los márgenes de sobrevivencia de otra manera impuestos a su existencia.
Josefina Valadez Guerra nació en una época en que las expectativas de una mujer campesina se reducían a la servidumbre, en el caso de emigrar a la ciudad, o al matrimonio con algún labriego y, con ello, a la ejecución de las extenuantes tareas del estéril campo norteño mexicano.
No obstante, ella se rebeló ante tales posibilidades y, en un afán de superación, retó al destino y llegó a forjarse una personalidad multifacética en la que predominaron los valores del servicio desinteresado a los demás y de la entrega a las causas más nobles y trascendentes del sacrificio cotidiano en busca de mejores y demás miembros de su familia.
Josefina Valadez Guerra vio la luz primera en la hacienda La Carreta, de municipio de Linares, Nuevo León, el 4 de marzo de 1903. Su padre don Juan Valadez, originario de León, Guanajuato, falleció cuando ella tenia seis años, y su madre, doña Teresa Guerra Campos, de Linares, Nuevo León, alcanzó a llegar a los 96 años de edad.
Desde muy niña conoció de las responsabilidades y del trabajo en el seno del hogar en una familia de once hermanos, ayudando en los quehaceres domésticos. “Se levantaba muy de mañana a moler nixtamal en el metate, lo quebraba y remolía la masa mientras Esthela su hermana echaba tortillas”, cuenta su prima Eustolia Guerra. “Su físico era débil, pero soportó todo. Era muy llorona, muy humilde. Siempre fue muy lastimosa,” refiere su allegada.
La niña Josefina asistió a la escuela del lugar, donde aprendió las primeras letras, cursando hasta el cuarto grado con Benito, su hermano mayor, como maestro. Su prima Eustolia recuerda que las alumnas de Benito eran tan competentes para las matemáticas, la lectura y la escritura, que causaban admiración en quien las escuchaba, por su facilidad para realizar todo tipo de cuentas: regla de tres simple, directa e inversa; interés simple y compuesto, etc.
Siendo una jovencita, Josefina se convirtió en maestra empírica al empezar a trabajar enseñando a otros niños lo que había aprendido. Podemos decir que, desde entonces, se reveló en ella el interés en servir a los demás, algo que la caracterizó durante toda su vida. Una vida por completo dedicada al servicio de sus semejantes.
Podemos decir que en la vida de Josefina, la decisión de servir fue una constante que se manifiesta siempre y que se exteriorizó en seis momentos que pueden constituir otros tantos capítulos de su productiva existencia. Ellos fueron: