Una estrofa de la canción El Vendedor del grupo de origen vasco, tan famoso en los 70 y 80 del siglo XX, dice: “tu eres el que pasado, el que ha llegado y el que vendrá”. O de igual forma, Arthur C. Clark señaló sabiamente que detrás de cada hombre hay 3 mil fantasmas. Los pueblos de la antigüedad siempre invocaban a un dios como padre. Por ejemplo, en las culturas de origen helénico, la paternidad de un dios podía tener diversos sentidos, empezando con la creencia de que cada linaje, procedía de personajes ilustres, como antepasados de las dinastías reinantes, pues todas las cosas en común tenían un origen afín, especialmente los hombres.
Quienes se dedican a la investigación genealógica y rastrean el origen de sus apellidos y familias, lo saben y lo aplican a la perfección. Estudian las relaciones familiares a partir de sus abuelos y de ahí hasta atrás o para arriba como regularmente dicen. De ahí que sean eruditos en temas como la genealogía, la historia, la paleografía, la demografía, la heráldica y los parentescos. Siempre visitantes asiduos de archivos, bibliotecas y centros virtuales de investigación familiar. Su materia prima para la construcción de los llamados árboles genealógicos, son las actas de bautizo, de nacimiento, de matrimonio, de defunción, los testamentos y cualquier documento que aporte una nueva luz a la ampliación de las relaciones de parentesco existentes. De ahí que hayan establecido al árbol frondoso como símbolo de unión e identidad. Saben a la perfección que las hojas son los retoños, pegadas a las ramas que son las referencias familiares más próximas. Entre más cerca del tronco principal, más justificación hacia su labor. Y de ahí se van hasta lo más profundo, en donde están las raíces, ocultas, pero importantes. Entre más enraizadas, más fuerte el edificio. Entienden que el secreto de nuestra grandeza, está en la profundidad de nuestras raíces.
Existe un medio más para la investigación genealógica, conocidos como los juicios de residencia y de limpieza de sangre. Estos se hacían para conocer: “La calidad de no descender de moro, judío, hereje o penitenciado”. Como una distinción que por razón de su estado, eleva al hombre a una clase superior y lo hacía gozar de privilegios. Era un reconocimiento al poblador y a su linaje de quienes habían recibido alguna regalía, puesto o merced, para evitar el acaparamiento de puestos en la corte y que los cristianos nuevos ocuparan cargos importantes.
En Toledo había reglamentación de los juicios de residencia desde 1414 y 1418. A partir de la caída del último reducto islámico en la península ibérica en 1492, se reconoció la calidad racial de sus antiguos pobladores, siempre y cuando se convirtieran al cristianismo. Pero después las políticas cambiaron y se prohibió que los descendientes de los vencidos, así como de los judíos, debían además de convertirse, entregar sus ganancias. Muchos de ellos salieron de España a las tierras recién descubiertas. Se inició una persecución hacia todos ellos, pues dudaban que fueran cristianos nuevos y por mantener ciertas costumbres derivadas de su etnia. En sí, la inquisición pensaba que su presencia contaminaba la fe cristiana.
Cuando había alguna duda acerca de su origen cuando se requería cierta información para ocupar algún cargo, para casarse o para solicitar una herencia, entonces se hacía un juicio de limpieza de sangre. En 1527 se estableció como órgano de gobierno en la Nueva España, la Real Audiencia. Como órgano legislativo, tenía la finalidad de establecer los juicios de residencia y de limpieza de sangre, proteger a los indios y aprobar las ordenanzas. Hubo tres audiencias en la colonia: México, Guadalajara y Oaxaca.
Entonces, el juicio de limpieza de sangre, se puede definir como un proceso de información verbal preferentemente con fines genealógicos. Investigación genealógica para buscar la genealogía limpia de antepasados judíos y moros. A veces acudían a fuentes escritas. Lamentablemente quienes entregaban la información, regularmente mentían o tergiversaban la información familiar, pues muchos de los que llegaron cambiaron sus apellidos y ocultaron su lugar de origen. Las instituciones que los solicitaban, eran las cofradías religiosas, los conventos, las universidades, el ejercicio de ciertas profesiones como la medicina y el derecho, para ocupar un cargo en la Inquisición. Se tienen referencias de que en España desaparecieron en 1865.
En el Nuevo Reyno de León, no había autoridad directa de la Real Audiencia, pero se dependía en lo legal y en lo religioso de Guadalajara. Entonces quien promovía el juicio, era regularmente el gobernador en su calidad de justicia mayor. Eran necesarios para recibir la calidad de poblador, recibir encomiendas, mercedes y cargos, además de reconocer su hidalguía y para ver la calidad de sangre y antigüedad del linaje. No se limitaban a la información sobre padres y abuelos, pues tradicionalmente iban un poco más arriba, para mantener un nexo con los primeros pobladores, ser hijos de algo de solar reconocido. Para casarse y hacerse beneficiario de puestos, cargos y usufructuarios de capellanías.
En el Archivo Municipal de Monterrey existen diversos tomos que muestran el anhelo de los antiguos pobladores en demostrar su limpieza de sangre. Para las investigaciones genealógicas e históricas, incluso demográficas, son un excelente medio, pues en lugar de buscar información de libros parroquiales y civiles, en un solo expediente se accede a la construcción genealógica de manera efectiva. Acudían a testigos ya mayores de 60 años, que pudieran conocer a los padres y abuelos del que pedía el juicio. Se le pedía información: nombre, patria, estado, calidad y ejercicio y bajo juramento se comprometía a decir la verdad.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina