¡Se lo robaron los indios!

Historia de Sabinas Hidalgo

“A mi bisabuelo se lo robaron los indios”. Así me dijo mi mamá cuando tenía yo como cinco años.

“A mi bisabuelo se lo robaron los indios”. Así me dijo mi mamá cuando tenía yo como cinco años. Fue la primera vez que escuché de él. “Los apaches entraron a su pueblo a saquear y se lo llevaron. Era un niño que ya sabía leer, como de seis años. Lo cuidó una india; ella lo alimentó y lo obligó a leer los papeles que a veces llegaban volando en el desierto; para que no se le olvidara la lectura. Aparte de eso vivió como indio y se veía como indio, aunque tenía los ojos azules. Después de varios años la tribu volvió a pasar por donde de niño lo habían raptado, y la india le indicó cuál era el camino hacia su pueblo. Tomó el camino que le indicó la india y llegó a su pueblo de noche. Y tocó la puerta en la casa de sus padres. Su padre abrió y se llevó un gran susto al ver a un apache en la entrada de su casa, señal de que los indios habían llegado a atacar el pueblo. Pero el hijo se identificó. Después de una larga plática, su padre le preguntó qué quería hacer. “Quiero estudiar”, le respondió. De inmediato le consiguieron libros y maestros, hasta que decidió ser abogado. Fue juez y luego alcalde de Sabinas Hidalgo, Nuevo León”. Se llamaba Jesús María Guzmán.

Es una de las historias más interesantes que hay en la familia, y también una de las más increíbles. Como desde chico me atrajo la historia, continué indagando, y mi abuela Dora, nieta de Jesús María, que lo conoció y escuchó su relato de viva voz, me platicó más detalles: esos indios eran tan bárbaros que comían la carne cruda, pero la india que recogió a su abuelo procuraba cocinársela, y lo obligó a trazar letras en las peñas con trozos de carbón. Me contó de la mamá de su abuelo. Ella era española o de familia española, y de pelo tan blanco, que cuando estaba acostada en su cama se confundía con la blancura de las sábanas.

Recientemente decidí investigar más seriamente a este personaje. Entré en comunicación con el Archivo del Estado de Nuevo León, donde me facilitaron el contacto con el cronista de Sabinas Hidalgo, Celso Garza Guajardo, quien al teléfono me confirmó que Jesús María Guzmán había sido alcalde de Sabinas en la década del setenta del siglo XIX y que, en efecto, había sido cautivo de los indios lo cual “fue muy platicado por aquí”, me dijo. Me recomendó varios libros de historia del estado de Nuevo León, de Sabinas Hidalgo y de las incursiones de los indios nómadas al norte de México en el siglo XIX, en los que pude reconstruir parte de una historia muy vasta y muy interesante.

Las incursiones de indios nómadas en territorio de pueblos sedentarios fueron frecuentes en el noreste de México desde antes de la época colonial y hasta la primera mitad del siglo XIX. A partir del descubrimiento de grandes yacimientos de minerales preciosos en el norte de la Nueva España en el siglo XVI, llegaron numerosos pobladores europeos a esa zona, y hubo momentos de guerra constante o “viva” como se decía en la época colonial, pero la Corona española no estaba interesada en librar una guerra larga en contra de los nómadas, que eran un enemigo escurridizo, que conocía el terreno, que no ocupaba un territorio permanente y difícilmente se le podía perseguir; con una estructura tribal, que los agrupaba en torno de un líder con propósitos de ataque y defensa, dificultaba alcanzar una paz definitiva; solamente se obtenían paces parciales con una parte de los grupos mientras las otras permanecían en pie de guerra[1]. La Corona aspiraba a asimilar y civilizar a estos pueblos.

Los nómadas robaban alimentos, ganado y ropa, pero también mataban y hacían gala de una crueldad extremada con sus víctimas, y raptaban colonos. Mataban a sus cautivos varones, pero daban un trato mejor a los niños y a las mujeres que podían viajar con ellos. Por otra parte, los cautivos tenían un valor de cambio tierra adentro[2].

Después de numerosos y sangrientos episodios entre colonos y nómadas fue evidente el interés de los indios nómadas por obtener alimentos, ropa y caballos de los colonos, fue así que la Corona promovió la exploración, explotación y fundación de ciudades en el norte, con el apoyo de los indios sedentarios, fundamentalmente tlaxcaltecas, otomíes y tarascos, a quienes la Corona otorgó privilegios para animarlos a emigrar, para que fundaran poblaciones a lo largo de las rutas mineras. Estos establecimientos servirían de ejemplo a los nómadas de las ventajas de la vida sedentaria. Para proteger el esfuerzo colonizador, se instalaron presidios y casas fuertes para la protección de los comerciantes y mineros; a través de los presidios se hacía el reparto de alimentos gratuitos para los nómadas, y el rey concedió numerosas mercedes de tierras a los pueblos fronterizos. Finalmente, se intensificaron las campañas punitivas en contra de los bárbaros[3]. La Nueva España creó una red de alrededor de 20 presidios, que se extendía desde Bahía del Espíritu Santo, en Texas, hasta Altar, Sonora.

El sistema probó ser muy efectivo durante tres siglos, y la Nueva España se expandió y alcanzó la paz con muchas tribus. Sin embargo, hacia 1777 se establecieron nuevas tribus en el territorio novohispano de Texas: los lipanes, una rama de los apaches, presionados por los comanches, se asentaron en ambos márgenes del río Bravo y con frecuencia atacaban los poblados fronterizos[4]. Se siguió la misma estrategia de pacificación que con las otras tribus nómadas, con la que las autoridades coloniales lograron un éxito irregular. Las autoridades españolas firmaron tratados de paz con ellos en 1790 y en 1793[5], pero en la región se mantuvo una paz precaria, a base de un sistema de regalos y raciones gratuitas, y se decía que en muchas rancherías (campamentos) de los apaches “se mantenían en la holgazanería a expensas del gobierno”[6]; era una paz comprada.

En 1821, con el fin del orden colonial, se desarticuló el sistema presidial, sobre todo por la falta de recursos monetarios. La penuria del erario canceló el reparto de alimentos gratuitos para los nómadas, que se hacían a través de los presidios, y el avance de la colonización apoyada por los indios sedentarios se detuvo. Los bárbaros se volvieron más osados en sus incursiones[7].

El nuevo estado independiente firmó dos tratados con los nómadas, el 9 de julio de 1821 y el otro el 17 de agosto de 1822, en ambos se comprometió a regalar anualmente a los apaches pólvora y maíz a cambio de la paz, regulaba el comercio y estableció que para tratar directamente con ellos, un enviado del Ministro de Relaciones Exteriores residiría en San Antonio, Texas[8]. Sin embargo, el gobierno mexicano no podía cumplir su parte de los tratados por la escasez de recursos, y los apaches continuaron sus ataques. Las tribus, por su parte, entendían la paz en términos personales: si el comandante o gobernador mexicano cambiaba ya no se sentían obligados a cumplir con el tratado[9]. Sin embargo, el gobierno soslayó frecuentemente este problema, a fin de que los apaches contuvieran las incursiones, más peligrosas, de los comanches[10].

Las incursiones se volvieron más frecuentes y audaces a partir de 1831 cuando, después de una correría especialmente destructiva en Chihuahua, se produjeron levantamientos de indios de muchas tribus, desde Zacatecas y Coahuila hasta Nuevo México y Arizona. En general, el problema quedó sin resolver y abandonado a los propios estados, que crearon “milicias cívicas” para llevar a cabo “campañas” contra los apaches[11]. Estas milicias tuvieron una eficacia limitada porque carecían de recursos y de un mando militar centralizado.

Sabinas Hidalgo estaba muy cerca de los territorios apaches y no estaba exenta de este conflicto. Hay noticia de incursiones de indios en Sabinas Hidalgo desde 1821, como da cuenta el alcalde José Ma. Ancira al gobernador: “(Sabinas Hidalgo) es una frontera de los indios bárbaros de las naciones lipán y comanche”, y “no hay vaquero o viandante que encuentren por los caminos que no sean víctimas  o pierdan su libertad yéndolos a vender al Nuevo Orleans”. El alcalde denuncia el robo de ganado caballar y mular, que es causa de pobreza de los habitantes y de abandono de las tierras de labranza[12], así como de los raptos que cometían los indios.

En esta época acabó la política colonial. Esta vez no se deseaba asimilar a los indios, se trataba de acabar con la incursiones aunque el precio fuera el exterminio. Se apeló al interés económico, además de las milicias, para animar a combatir a los indios: exención del pago de diezmos, pensiones de guerra y premios monetarios por cada indio enemigo muerto. En ocasiones se contrató a aventureros norteamericanos, cazadores de cueros cabelludos, y se envenenaron los charcos que los indios usaban para beber[13].

La expansión de los angloamericanos en Texas agravó el problema que los mexicanos tenían con los indios, porque la ocupación de esos territorios expulsó a varias tribus de indios y los obligó a emigrar hacia el sur, en el momento de mayor debilidad del estado mexicano que recién surgió de la guerra de independencia. Algunos apaches establecieron trato comercial con los angloamericanos, y se tiene noticia de que en 1835 los coroneles Chouteau y Mason entablaron negociaciones con los indios para intercambiar lo robado a los mexicanos: fundamentalmente caballos y ganado, que trocaban a los angloamericanos por armas y demás artículos[14].

Durante diez años el noreste de México vivió una situación de “guerra viva” con los indios, que se vio agravada por los enfrentamientos entre centralistas y federalistas y la independencia de Texas en 1836. Los lipanes, enemigos de los comanches, mantuvieron la paz hasta 1837, cuando incursionaron en amplias zonas de Nuevo León y Tamaulipas.

Los asaltos se volvieron sistemáticos. Primero, en venganza por el despojo de tierras, luego por el botín. En 1839 los apaches incursionaron nuevamente en Nuevo León, atacaron Mina, Salinas Victoria y Bustamente y el rancho del Armadillo, en Sabinas Hidalgo; en 1840, 300 comanches atacaron las rancherías de Agualeguas y Cerralvo, Lampazos y Bustamante. A fines de ese mismo año llegaron al sur de Nuevo León, al norte de Zacatecas y a San Luis Potosí, llevándose a un centenar de cautivos y tres mil animales.

A partir de 1840 se presentan ataques simultáneos a varias poblaciones, fue cuando el gobierno neoleonés inició una campaña de suscripción voluntaria para emprender una campaña en gran escala contra los bárbaros, y el periódico oficial comenzó a publicar regularmente los partes relativos a los indios.

En 1842, aproximadamente 250 lipanes, dejaron Texas para entrar en territorio mexicano, donde se unieron a los indios mezcaleros para llevar a cabo correrías por todo el norte del país. El general Mariano Arista combatió con ellos en Ramos Arizpe. En 1842 amenazaron atacar Monterrey, y en 1844, Arista enfrentó a los comanches en Guerrero Tamaulipas[15]. En 1852 alcanzaron Fresnillo y Sombrerete, en Zacatecas, y en 1858 llegaron a las inmediaciones de Monterrey.

No hay en el Archivo General del Estado de Nuevo León noticia de incursiones de nómadas en el periodo que va de 1846 a 1848, es decir, durante la ocupación norteamericana de México en 1848[16]. En 1850 el Congreso del Estado de Nuevo León aprobó un decreto que especificaba premios monetarios, como los de otros estados fronterizos: los soldados que capturaran o mataran a un indio recibirían una gratificación de veinticinco pesos y quienes rescataran a un cautivo serían recompensados con treinta pesos. En 1849 en Chihuahua la recompensa alcanzó 200 pesos y en 1860 fue de 350 pesos por indio muerto[17].

La guerra con Estados Unidos, que llevó a la pérdida de los territorios septentrionales de México no cambió la situación de los habitantes de los estados que formaron la nueva frontera. El Tratado de Paz y Límites, que firmaron México y Estados Unidos en febrero de 1848 resume la situación de la nueva frontera septentrional en su artículo XI: prevé que las tribus “salvajes” (las que habitaban los territorios conquistados) estarían bajo la autoridad del Gobierno de Estados Unidos, que combatirá a las tribus que realizaran incursiones en México, por medio de la fuerza “siempre que así sea necesario”, y, cuando no pudiera prevenirlas, “castigará y escarmentará a los invasores, exigiéndoles además la debida reparación”. Prohibe que los habitantes de los Estados Unidos compren o adquieran cautivo alguno, “mexicano o extranjero, residente en México, apresado por los indios habitantes en territorios de cualquiera de las dos Repúblicas, ni los caballos, mulas ganados o cualquiera otro género de cosas que hayan robado dentro del territorio mexicano, ni, en fin, venderles o ministrarles bajo cualquier título, armas de fuego o municiones”. El Gobierno de los Estados Unidos se comprometió a rescatar a los cautivos de los indios dentro de su territorio y a restituirlos a México o entregarlos a un agente mexicano. El gobierno mexicano daría noticia de los cautivos y cubriría los gastos erogados en su mantenimiento y remisión. Finalmente, el Tratado afirma que Estados Unidos cuidará que, siempre que tuviera que desalojar a los indios de cualquier punto de sus nuevos territorios, no se ponga a los indios que ocupaban antes aquellos puntos en necesidad de buscar nuevos hogares por medio de incursiones sobre los distritos mexicanos, las cuales Estados Unidos se comprometió a reprimir[18].

Muy pronto fueron los propios habitantes de Estados Unidos quienes violaron este documento: el tráfico comercial entre los indios y blancos corrompidos continuó. Montemayor menciona que en 1849 el juez de Camargo dio el aviso de que en San Antonio se preparaba una partida de 100 norteamericanos, en convivencia con los comanches, para atacar pueblos de Nuevo León[19]. Pero los pueblos mexicanos vieron disminuida la eficacia de sus acciones cuando la frontera se acercó después de la guerra con Estados Unidos. No podían perseguir a los nómadas hasta sus campamentos más allá de la frontera sin provocar un conflicto internacional. Al cabo, en 1853, con la compra del territorio de La Mesilla, Estados Unidos renunció a las obligaciones que había contraído en el Tratado de Guadalupe Hidalgo para combatir las incursiones de indios.

1852 fue el año en que culminaron las incursiones de indios. Llegaron hasta Jalisco y Zacatecas. Para combatirlos, el general Antonio López de Santa Anna nombró al general Jerónimo Cardona como gobernador en Coahuila y en Nuevo León al general Pedro Ampudia. El primero firmó la paz con los lipanes y les permitió establecerse en Coahuila, pero en Nuevo León se negaron a aceptar ningún arreglo con los lipanes, que a partir de 1853 atacaron desde Coahuila a los estados vecinos. En 1854 el general Cardona fue nombrado gobernador de Nuevo León y les propuso establecerse pacíficamente en la Mesa de Catujanes, pero este plan no llegó a aplicarse.

En este mismo año, en febrero, se amenazó a los lipanes con una respuesta muy violenta si es que no cesaban los asaltos y las muertes. Un lipán llamado Perico[20] cruzó el río Bravo y mató a varios americanos, con lo que se tuvo un buen pretexto para castigarlos. En marzo, Santiago Vidaurri ordenó a Pablo Espinosa que arrestara a todos los lipanes que habían acampado en la Cabecera del Chupadero, cerca de Morelos, y a Juan Zuazua, que hiciera lo mismo con los que estaban en la junta de los ríos Salado y Sabinas. Los prisioneros de Espinosa fueron muertos por el capitán Miguel Patiño en Puerto de Gracias a Dios, y los de Zuazua, que intentaron ser rescatados por sus compañeros, fueron llevados a la Hacienda del Álamo, en donde fueron asesinados 32[21]. Los que quedaron vivos (112) fueron llevados a Monterrey. A pesar de la represión, los lipanes, aliados con los mezcaleros, siguieron haciendo correrías.

La historia de Jesús María Guzmán es paradigmática de la situación que imperaba en la región. Una banda de indios raptó al niño Jesús María en la cuaresma del año 1844, junto con una sirvienta y su hija, en el Charco Jirón “en donde habían ido a recolectar nopalitos”. De inmediato los jefes de la Guardia Nacional, el capitán Andrés Enríquez y el teniente Jesús Perales, organizaron la búsqueda de los indios que, según Pedro Reta, del rancho de Santa Ana, iban con rumbo al Puerto del Guajolote. Fue una búsqueda muy amplia, y se ofreció recompensa por rescatar a los cautivos. Pocos días después, la tropa dio alcance a los indios y les quitaron los caballos que habían robado, pero no hallaron a los cautivos. Nuevas expediciones, también infructuosas, se organizaron en Lampazos y Vallecillo. Las guerras intestinas que asolaban el país en esa época dificultaron todavía más la búsqueda: liberales contra conservadores, centralistas contra federalistas y sobre todo la guerra con Estados Unidos.

Ocho años después, en 1852, se recibió el gobierno de Nuevo León recibió la noticia de que indios armados por los gringos se organizaban cerca de Laredo, Texas para merodear en México. Con esta información, tropas de Santiago Vidaurri trabaron combate con los indios y los derrotaron cerca del Salado. Uno de los prisioneros no era indio, aunque vestía como tal, y hablaba perfecto castellano. Le interrogaron por su origen. Dijo que era de Sabinas Hidalgo e indicó la fecha aproximada de cuando se lo llevaron los indios. El jefe de los soldados, “magnánimo” ordenó que el cautivo fuera conducido a Sabinas. Allí se recibió con una gran fiesta al “mozo de dieciséis”, que convivió ocho años entre los indios[22].

Es plausible. Pero presenta varios problemas. Los soldados o milicianos de los pueblos no actuaban con menos crueldad que los nómadas, y, por otra parte, el dinero está involucrado: Como se ofrecían 25 pesos por cada indio, vivo o muerto, admitamos la posibilidad de que se hubiera dado orden de fusilar a los prisioneros, apaches sin ley que tanto daño habían hecho en toda la región. Entonces Jesús María, que había vivido ocho años entre los apaches, emite un grito desesperado: “¡No me maten! ¡Soy cautivo! ¡Soy de Sabinas!” Muy feo, ¿verdad?

Otra posibilidad es: Las tropas de Vidaurri, al interrogar a los prisioneros indios sobre sus correrías, observan que uno de ellos tiene los ojos azules. Le preguntan su origen y el prisionero afirma ser lipán. Después de muchos intentos, admite ser cautivo. Como se pagaban 30 pesos por el rescate de un cautivo, los soldados se disputaron el crédito de la hazaña para así cobrar la recompensa. Pero el prisionero, leal a sus compañeros de andanzas y fatigas, quería correr la misma suerte que ellos. Al final prevaleció la codicia de los soldados. Jesús María volvió con su familia, pero fue el jefe de las tropas el que cobró el rescate.

Como leímos al principio del texto, la versión familiar indica que el retorno del tatarabuelo a la civilización fue más sencillo. La india que lo protegió lo conminó a regresar a Sabinas Hidalgo. En una ocasión en que la tribu volvió  pasar cerca de Sabinas, ella le indicó el camino que debía seguir. Llegó de noche, llamó a la puerta de su casa y se identificó sin más problema que el susto de ver a un apache en la entrada de la casa.

Pero tal vez fue así: Después de haber caído sobre un pueblo cercano, Agualeguas, por ejemplo, y de saquearlo violentamente, como de costumbre, los apaches lipanes huían de las milicias cívicas, como siempre; pero esta vez las milicias eran más numerosas y tenían mejores armas, y los indios estaban muy lejos de la frontera con Estados Unidos. Ante la derrota inminente, una india quiso salvar a aquel a quien con tanto amor cuidó durante ocho años. El destino de la tribu estaba sellado; entonces indicó a Jesús María la forma de salvarse volviendo con los suyos. Le señaló la ruta por la que podría llegar al pueblo del que fue arrancado. “Procura que sea de noche cuando entres, le dijo, no sea que te vea la gente. Busca la casa de tus padres y cuenta nuestra historia a tus hijos”. Jesús María no quería regresar. “Me quedaré. Moriré contigo y con mis hermanos. De mis padres casi no me acuerdo". La india respondió: “No. Nos llevarán de nuestras tierras y morirá toda nuestra tribu. Sólo tú te puedes salvar. Obedece”.

Hizo lo que le mandó la mujer. Llegó a Sabinas al amparo de la noche y encontró la casa de sus padres. Llamó a la puerta. Fue su padre, don Joaquín, quien la abrió, y llevó un susto terrible al ver que era un apache quien tocaba. Se identificó. Doña Severiana, su madre, estaba naturalmente jubilosa por el retorno del niño perdido, en el que ella nunca dejó de pensar; platicaron largamente y le dijo a su padre que recordaba la escritura y la lectura, que quería estudiar.

Sabemos que su familia lo apoyó para que estudiara y luego, conforme avanzó en sus estudios, le interesó el Derecho. Trabajó en el municipio desde 1861, y llegó a ser juez y luego presidente municipal de Sabinas Hidalgo.

Jesús María era hijo de José Joaquín Guzmán y María Severiana Olivares, que se casaron el 27 de enero de 1821. Existe la versión de que eran de familia española porque de España le trajeron los libros que utilizó para estudiar derecho, pero no se demuestra, en virtud de que, de acuerdo con los registros que se conservan la familia Guzmán estaba avecindada en Sabinas Hidalgo desde el siglo XVIII.

Finalmente, y de acuerdo con la tradición familiar, se comprobó que Jesús María estudió y se convirtió en un hombre “austero y probo” y que fue alcalde de Sabinas Hidalgo en 1874, 1879, 1880 y 1886. Su casa era la esquina que forman las calles de Ocampo y Lerdo, en el barrio del Aguacate[23].

Las guerras contra los indios duraron 50 años, de 1820-1821 a 1870, hasta la dispersión de las tribus indias en Estados Unidos, después de la Guerra Civil[24]. En cuanto a los apaches lipanes, que las tropas norteamericanas concentraban en reservaciones contiguas a la frontera mexicana, continuaron incursionando en ambos lados de la frontera hasta 1873, cuando el coronel Ranald S. Mckenzie encabezó una fuerza de 400 hombres en México para destruir las rancherías de los lipanes. Mató o capturó a prácticamente todos ellos y a los sobrevivientes los envió a la Reservación Mezcalero, en las montañas Sacramento, en Nuevo México. Los restantes lipanes que quedaban en México fueron enviados a esta reservación en 1905[25].

Los nómadas del norte tomaron cautivos desde el inicio de la colonización europea en el siglo XVI, por lo que la historia del tatarabuelo no es excepcional para los pobladores del norte de México, pero parece que las otras historias no han sido recopiladas. Cabe mencionar que a los angloamericanos les tomó aproximadamente cincuenta años conquistar y poblar el oeste (nuestro norte). De ese periodo poseen numerosas historias, que hicieron novelas y películas Entre ellos existen también historias de cautivos de los indios y fueron también numerosos los cautivos que rechazaban volver con sus familias. Pero los mexicanos, ¿cuántas historias no habrá de la colonización que llevaron a cabo los mexicanos a lo largo de trescientos años?


Referencias

  1. Powell W. Philip, La guerra chichimeca (1550-1600), Fondo de Cultura Económica, México, 1977, 1ª. Reimpresión, 1985, p. 58 passim. “(Las costumbres alimentarias de los nómadas) le daban mayor movilidad que al sedentario (…) El nómada podía cortar su abastecimiento, matar al ganado y paralizar así la vitalidad económica y militar de los invasores; pocas veces era posible hacer lo contario.”
  2. Powell W. Philip, Ibid. p. 66 passim.
  3. Rubial García, Antonio, La Nueva España, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Col. Tercer milenio, 1999, México, pp. 18 y 19.
  4. Mendirichaga, Rodrigo, “Las tribus salvajes”, en Garza Guajardo, Celso,comp. Nuevo León. Textos de su historia, Gobierno del estado de Nuevo León-Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, 1ª. Ed. 1989, México, D.F., p. 343.
  5. "Apache Indians” en The Handbook of Texas Online, http://www.tshaonline.org/handbook/online/articles/AA/bma33.html, 1999, Universidad de Texas.
  6. Powell, Philip Wayne, Capitán mestizo: Miguel Caldera y la frontera norteña. La pacificación de los chichimecas (1548-1597). Fondo de Cultura Económica, México, 1980, 1ª. Reimp. 1997, p.339.
  7. Orozco, Víctor, Las guerras indias en la historia de Chihuahua, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Col. Regiones, 1992, México, p. 40.
  8. Vizcaya Canales, Isidro, Incursiones de indios al noreste de México (1821-1855), Serie: Orgullosamente bárbaros, No. 5, Monterrey, Nuevo León, 1985, p.8.
  9. Orozco, Víctor, Op. Cit. p.45.
  10. Apache Indians”, en The Handbook of Texas Online, ibid.
  11. Hale, Charles A. El liberalismo mexicano en la época de Mora (1821-1853), Siglo XXI, 8ª. Edición, 1987, México, p 240.
  12. Montemayor, Francisco J., Sabinas Hidalgo en la tradición, leyenda, historia. Impresora Monterrey, S.A. 1948. Edición facsimilar de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Monterrey 1990.p 48.
  13. Cavazos, Israel, “Las incursiones de los bárbaros en el noreste de México durante el siglo XIX”, en Garza Guajardo, Celso, Op. Cit.. p.360.
  14. Ibid. p.347.
  15. Mendirichaga,  ibid. pp 344 y 345.
  16. Vizcaya Canales, p.21.
  17. Ibid.p.22
  18. En Seara Vázquez, Modesto, Política exterior de México, Ed. Harla, 3ª. Ed. 1985, México, pp 249 y ss.
  19. Montemayor, Francisco J., Op. Cit. p.88.
  20. Vizcaya, Isidro, p.29
  21. Ibid p.31
  22. Montemayor, Francisco J. Columna “Sucedió en mi pueblo”, en Semana, 18 de febrero de 1956, p.2, Sabinas Hidalgo, Nuevo León.
  23. Montemayor, Francisco J. Columna “Sucedió en mi pueblo”, en Semana, 1  de diciembre de 1956, p.2, Sabinas Hidalgo, Nuevo León.
  24. Hale Charles A. Op. Cit. p 240.
  25. “Apache Indians” en The Handbook of Texas Online, http://www.tshaonline.org/handbook/online/articles/AA/bma33.html, 1999, Universidad de Texas.