Me propuse en mis crónicas eludir los temas de la política o, mejor dicho, abordarlos únicamente cuando fuesen estrictamente necesarios. No es que deteste la política, al contrario, soy un convencido de su trascendencia y de su trato como una ciencia y como arte en el conjunto de la sociedad y de la historia. Hice política militante por más de la mitad de los años que ahora tengo de vida. Pertenecí a la generación juvenil mexicana de los años 60s que reivindicó la sangre campesina derramada en la Revolución, que se solidarizó antiimperialistamente con la Revolución Cubana y el Viet Nam heróico… a la juventud del 68, Tlatelolco y de la libertades políticas, la que contribuyó, entre otros hechos, a la implantación de las reformas políticas para legalizar a todos los partidos después de 1969… fueron dos décadas del ser juvenil en las filas de la insurgencia, sorteando represiones en la vida semiclandestina, con el corazón repleto de púrpuras fantasías hacia el futuro y miedo a la vuelta de cada esquina.
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