Sucede… no pensé que sucedería, pero sucede… El tiempo ha pasado con sus estragos de olvidos y de ausencia…
De cuando en cuando el síntoma se repite al encontrarte con alguien de otra generación nos es obligado interrogar: “¿De quién eres hijo?” O al contrario, se nos aclara “Soy hijo de fulano”. O más aún: “Mi bisabuelo es zutano”.
Volver al pueblo generalmente acompañados de la nostalgia, recorriendo sus calles y queriendo ver lo que ya no esta… los alientos de otros tiempos y las miradas de otros seres… encontrando a cambio las paredes de viejas casonas y las nuevas moradas que no te dicen mucho…
¿Dónde están los antiguos moradores? ¿Dónde los transeúntes cotidianos? ¿Dónde las consejas de las nobles damas platicando en las puertas de cada casa hasta muy entradas las noches de verano y otoño?
La búsqueda continúa… está todo y a la vez no encuentras nada… los recuerdos se enmarcan pero no hay donde materializarlos en el espacio.
El corazón solitario se llena de querencias hasta que se rebasa a sí mismo… caminas como la soledad de un fantasma… por dentro la vida se llena de vida, se rebasa y se recrea en sus propios recuerdos… la alegría y la tristeza a la vez camina junto contigo.
Así, ir al pueblo es una búsqueda en silencio por todas partes… es un buscar para encontrarse, para saber que al menos uno mismo no se ha ido de ese lugar pero a la vez entender que ya no encuentras nada, o casi nada.
La soledad en la distancia del tiempo, de mi tiempo, me conmueve.
Mayor es la sensación de que el tiempo ha pasado cuando llega el día de los muertos… cuando vas al panteón del pueblo… el 2 noviembre.
En el ritual con la tierra y el linaje familiar vueltos polvos sagrados… en el bullicio de ese otoño entre flores, prisas al andar y ofertas de vendimias, cruzando andadores y tumbas abandonadas… ¿A quién conoces?¿Quién te conoce? Distingue rostros con años de lejanía, ¿Será o no será? Continúas la marcha, pues las aclaraciones de que eres o no eres se llevan muchas explicaciones… lo mejor es un adiós o un buenas tardes aunado a una mirada de aprecio.
Al momento algo me detenía y reflexionaba sobre ese instante: No conozco a los presentes y conozco más a los ausentes… empiezo a dialogar con los que están a la vista y casi no lo puedo hacer con los que están enfrente de mi… me estremezco.
¡Sólo conozco a los muertos!… de tumba en tumba reconozco familias, parientes, personajes, amigos y muchas etapas de la historia del pueblo… camino por todos los rumbos del panteón y sumo nombres conocidos de ayer y antes de ayer… dialogo en silencio viendo imagen tras imagen, cerrando y abriendo los ojos.
Luego comento con alguien que anda en los mismos apuros:
– ¿Qué tal?
– ¿Qué tal?
– ¿A quién conoces?
– Conozco más a los muertos.
El tiempo nos está atrapando, en este día de los fieles difuntos.
1 de noviembre 1997