Aprendemos atrapados en el tiempo… sobrellevando el tiempo y dejando al tiempo lo previsto y los imprevisto de la vida. Sólo así comprendemos el valor del tiempo de cada quien… sólo así entendemos que es otro tiempo y que el nuestro a la vez es un tiempo que viene de ayer.
Todo sucede y pasa… ahí queda la vida de don Celso Garza Ríos y suspendido quedarán sus afanes y anhelos y en la memoria las lecciones de sus esfuerzos, realizaciones y reveses.
Ese día, 16 de noviembre de 1997, a las 10:30 horas, quedó el tiempo recogido… por un instante inmóvil… por un momento de tiempo todo reunido todo en la memoria… en un instante la paz, toda la paz deseada, sintetizada ahí en el paso de la vida y a la muerte… en ese instante la serenidad y la resignación final tomaron forma integra en el ser del patriarca que se iba, ahí quedaba aquel hombre toda inteligencia y fortaleza, toda energía y voluntad… ahí quedaba su pasión de peregrino de la vida darse a los demás…expresivo e paz que nunca antes le había conocido. Mi padre era tan fuerte y buen tipo que hasta la muerte le sentó bien… serenidad y paz… sobre todo paz del deber cumplido por la vida y el deber amoroso cumplido para con el patriarca.
Rodeado de sus hijos que al momento se congregaron y entrelazaron: Florinda, infatigable en los días de la larga agonía; Gustavo, resumen de la bondad de todos los hermanos; Angélica, serena guía de todos; Oscarito, con su corazón siempre en el cielo; Juan Ramón, noble compañero ideal; Dora Alicia, pedazo de cielo vuelto tierra; Gloria Elena, personaje de mujer bíblica en familia. Ahí estaban también desde Sabinas Mayla y Tati con todos sus afanes y lágrimas. Ahí estaban todo el tiempo de la vida de todos en ese instante.
Ahí estaban los hijos rodeando al padre, siguiendo con amor los pasos de la partida de la casa que por 30 años había sido morada del patriarca: Cerro del Obispado 122, Col. Las Puentes 2º Sector en San Nicolás de los Garza, Nuevo León. Morada de la madre ya en el cielo y de los hijos que luego fueron raíces de otras casas. Ahí estaba la diligente Rosa María y la solidaria señora Honoria. Ahí estaban los hijos políticos, los nietos, los vecinos de siempre y alientos era múltiples. Ahí estaba el médico de cabecera, Dr. Juan Antonio Campos Gutiérrez- Ahí estaba el tiempo, el espacio y la acción, todo en un sólo momento del paso de la vida a la muerte y de la serena resignación para continuar.
Horas de espera mientras se cubrían los trámites y llegaba la funeraria de Sabinas… muchas veces toqué a mi padre y tomé sus manos, lloré con mis hermanas la historia de una vida familiar que ahí terminaba… la historia de la raíz original iniciada en 1937. La historia de un hombre que fallecía a los 85 años de edad y 4 meses… lloré lo que tenía que llorar y después solo quedé adolorido del alma, con bálsamos que el tiempo da para comprender el tiempo que se iba y que seguramente no comprendí suficientemente.
Se dispuso todo, cargamos su cuerpo y lo colocamos para su traslado a Sabinas… cerramos la casa… cerramos la casa.
Se quedo solo la casa… nadie viviría más en la casa que Gustavo había comprado para aquella familia cuando él tenía escasos 20 años edad. Se cerraba así el último capítulo de una larga vida familiar unida y atrapada a la vez por el tiempo que en ese momento partía.
En ese instante la soledad del tiempo del patriarca había terminado. En ese momento, sin pensarlo ni decirlo, el funeral en familia era principio y fin del tiempo que nos formó… en ese momento con la llegada del Teresita de Jesús, que vio el espacio vacío del cuarto donde tantas veces acudió a platicar con el patriarca, en ese momento, la soledad fue destino y el patriarca fue historia.
Ahí en la casa, en ese cuarto fue mi despedida en familia… pensé en los valores más sagrados familiares que nuestra madre nos inculcó siempre. Reflexioné en la nobleza espiritual de mis hermanos y hermanas, y sobre todo, en el cumplimiento que dábamos al mandato del patriarca de regresar al solar nativo de donde contradictoriamente nunca quiso salir… reflexioné en el tipo de persona que había sido nuestro padre: un hombre de existir a cuesta arriba, de incansable trabajo, nunca doblegado frente al hacer y al dar, siempre preocupado por encontrar la mejor suerte, la cual nunca estuvo a su alcance. Tan inteligente y talentoso como crítico de sí mismo, al borde muchas veces de la frustración. Sus anhelos. La suma del tiempo no le encaminaba sus metas, pero el resguardaba en su memoria y en sus viejos anhelos para existir. Sus pensamientos rebasaban sus acciones y hasta el final tuvo fortaleza, razón y memoria. Un filósofo que se otorgó el derecho de inconformarse con la vida para comprender lo mejor de la vida, para darle a la vida lo mejor de sí mismo, nunca para quitarle nada. A nadie nunca le quitó nada y a todos les dio. No era la riqueza material la que buscaba, era el gozo al bienestar espiritual colectivo, el que nunca pudo encontrar.
En el contexto del tiempo que vació mi padre hay una sabia lección de humanismo a la altura del horizonte con que observemos la vida, a la altura en que nos coloquemos para saber decir: Gracias y entender el tiempo y las circunstancias de un patriarca que llegó a su fin.
En Sabinas… presentes ese día, aquello fue un encuentro de amigos, compañeros y compadres, viejos camaradas de todas las décadas y oficios… el pueblo repasándose a sí mismo en las historias de su gente… el pueblo en el abrazo solidario de agradecer a la vida lo dado y lo recibido… Ahí estaban todos despidiendo al carpintero de oficio y al hombre que guardo en su memoria la memoria del pueblo… se había cumplido a tiempo y la soledad del patriarca se lleno de cariño y sobre todo de paz.
El patriarca volvía amorosamente a su tierra rodeado del respeto y estimación de las generaciones que conocieron en ese siglo.
Descansa en paz, padre nuestro, que nosotros tus hijos nos quedamos en paz.
6 de diciembre 1997