Fue un tiempo… un breve tiempo que creció con el tiempo. Fue en la época de la secundaria cuando cursé la clase de literatura con la maestra María de Jesús Campos Serna.
Era la época de renovación de la Escuela Secundaria de cuando se cambió del edificio frente a la plaza y paso al flamante Centro Escobar José S. Vivanco en el segundo piso, lado poniente
La maestra Chita, como cariñosamente todos sus compañeros maestros y sus alumnos le decíamos, formaba parte del cuerpo de grandes educadores de la entonces única secundaria del pueblo: Daniel Guadiana Ibarra, Víctor Alejandro Méndez, María Elva Solís, Jorge Mascareñas, Alejandro Dante y Tomás Chapa Villarreal, J. Arturo Solís, Ramiro Muñoz y Laura Saldaña.
Al escribir, sus nombres recuerdo la pasión pedagógica de sus lecciones y, sobre todo, el carácter con que deseaban que forjáramos la razón de la vida y el sentido de la educación que recibíamos. Casa clase empezaba con un martillar a la conciencia para quitarnos la carga de indiferencia y de ignorancia. Para hacer que el saber fuese tan sensible como el corazón.
De aquella generación de maestros de la Escuela Secundaria formó parte la respetable y noble maestra María de Jesús Campos Serna, estampa de bella mujer altiva, morena de ojos grandes, dulzura mexicana en constante caminar de la casa a la escuela por las calles de la carretera de Escobedo y Porfirio Díaz o de la carretera y Degollado, caminar de mañana y de tarde con paraguas, saludando al sol y al viento… clases de español y de literatura, despertar de ideas y de sueños en la bendición de las palabras.
En aquel despertar adolescente hice del libro de gramática española una de mis lecturas silenciosas a sabiendas de que el idioma era tan infinito que sólo con comprender su valía me daba por buen alumno. En cambio fui alumno bueno, a quizás muy bueno en la clase de literatura universal e hispánica que se llevaba en tercer año de secundaria… clase por las tardes, lunes miércoles y viernes… la maestra María de Jesús aplicaba sus enseñanzas y mantenía una excelente disciplina… empecé a comprender literatura como lectura, como amor a los libros, como paso de la palabra a los sueños… a las explicaciones de la maestra María de Jesús seguían siempre mis preguntas y sus respuestas que incluían siempre un reconocimiento al interés que manifestaban, me estimularon en el camino de las lecturas que desde entonces forman parte de mi vida.
Admiraba el esfuerzo… dar clases de literatura por la tarde al grupo aquel de adolescentes revoltosos que éramos, lo consideré siempre como una faena de heroísmo pedagógico. En medio de ello el que yo me haya interesado por la literatura lo considere siempre un éxito de su disciplina y sus enseñanzas. Guardo grato y permanentes recuerdos de esas clases de literatura de tercero de secundaria en el salón cinco.
Egresé de la secundaria… dejé de ver a la maestra María de Jesús, pues por un tiempo se retiró del magisterio al casarse para formar una digna familia con aquel buen bíblico que fue Mario Ruiz Cavazos… dejé de ver a la maestra Chita por muchos años y por décadas… más tiempo en tiempo sabía de ella y sobre todo de los excelentes hijos bien educados, universitarios de gran valía.
Alguna vez saludé a la maestra Chita en Monterrey… grandes emociones abrazos y sonrisas… gratitud a la vida por el reencuentro.
El tiempo siguió pasando, como un libro que se lee página por página… y en ese hojear continuo del libro de la vida, un día me enteré del suceso inevitable: había fallecido la maestra María de Jesús Campos Serna, mi maestra de literatura en secundaria.
En verdad me llené de sentimiento y lamenté profundamente no estar presente en su funeral, pero lo hice hojeando aquel viejo libro de literatura que aún conservo, e incluso recordando alguna de las preguntas que solía hacerle sobre autores mexicanos.
Ese día le dije en silencio: muchas gracias maestra por sus enseñanzas de literatura, pero sobre todo, por su ejemplo de mujer, de esposa y de madre.
7 de marzo 1998