Mencho se quedó sin argumentos para refutarle al indio lo que le estaba diciendo; sus gentes no comentaban de que ellos hubiesen tenido indios que les ayudaran a cultivar la tierra, siempre supo que los temporales y labores las hicieron los colonizadores con su esfuerzo; “porque batallaban mucho para someter a un indio, ya que eran hábiles y feroces guerreros que dominaban con gran maestría el arco y la flecha, con un conocimiento profundo de los territorios donde habitaban y sobre todo habían desarrollado una impresionante capacidad para sobrevivir en las condiciones más difíciles que ofrecía la naturaleza”.
–Nuestros viejos. –dijo el indio–, comentaban que cuando los blancos subieron a la cumbre del cerro que ahora llaman Mamulique, se quedaron admirados del gran valle que había entre estas hermosas montañas, con una gran región boscosa y corrientes de agua; había animales para cazar por todos lados y los que conocían de minería les brillaron los ojos de codicia, pensando en los metales que podían sacar de estas sierras, llegaron por el sur, con carretas y carromatos tirados por unos animales con cuernos lizos y largos que nosotros no conocíamos, montados en otros animales que llamaban caballos, forrados con armaduras y portando cascos y espadas, con pistolas, arcabuces y mosquetes; ya para cuando llegaron habían hecho negocio con nuestras tierras, pues las habían dividido y vendido, y traspasado y comerciado sin que nosotros supiésemos lo que estaba sucediendo; se establecieron y lo primero que hicieron fue buscar gente para que les ayudase a los indígenas que ya traían, en la construcción de sus jacales, en la tala del bosque y desenraice de los árboles para hacer sus labores y parcelas, de inmediato iniciaron la persecución de los nuestros para esclavizarlos y obligarlos a trabajar para ellos. “Los españoles se consideraban dueños absolutos de la tierra y señores de los indios y los indios también nos sentimos dueños de la tierra y jamás nos sometieron” “Los españoles todos querían enriquecerse cuanto antes pues vieron que los indios del sur por su religión, eran sumisos, verdaderos esclavos; en el norte se toparon con otro tipo de indios, errantes, nómadas, sin religión y sin cultura. Algunos recibieron sin hostilidad a los españoles, pero cuando estos quisieron someterlos a la esclavitud, brotó su espíritu libre y la bravura y comenzó una lucha de tres siglos”.
–Tal vez hay algo de razón en lo que dices, pero voy a informarme en lo que nuestros ancestros dejaron escrito para hacerte ver que hubo personas muy buenas que lo que buscaban era traer el cristianismo para inculcarle a las gentes las bondades y las virtudes de la religión de los países civilizados.
–Te voy a dar esa oportunidad, pero también busca las quejas que esas mismas personas pusieron porque veían la crueldad con que tus hermanos nos trataban.
Sin decir más, los indios se dieron vuelta y salieron; Mencho despertó sorprendido de la larga conversación sostenida con la pareja, se incorporó del lecho y se sentó en la orilla del camastro; había sido un sueño terrible; pero tan luego regresara a Sabinas buscaría información sobre lo que las gentes decían que había sucedido.
Estaba muy oscuro todavía no era hora de levantarse, se recostó de nuevo y se quedó dormido; el canto de un gallo se escuchó a lo lejos y un cenzontle tocaba con su clarín una hermosa melodía, los ruidos de la mañana lo despertaron, el Azote ladraba y las cabras estaban inquietas; salió y la luz del nuevo día le hirió los ojos, estaba desvelado; caminó unos pasos y tendió la vista hacia la vereda que lleva al pueblo, a lo lejos alguien venía montando un caballo, y se dijo: ¡Es Trine! que viene a relevarme por unos días, se alegró, ya tenía ganas del ir al pueblo; fue y revisó los animales y los encontró tranquilos, vino a lavarse la cara al arroyo; puso café para que cuando llegara el visitante estuviera listo, preparó su morral y lo que iba a llevar: un queso panela, un manojo de salvia, un frasco lleno de chile piquín, un cuero de jabalí que ya estaba seco y el cuero de la víbora.
–¿Cómo te va Mencho? ¿Cómo te fue con l’agua. – Exclamó Trine, al tiempo que desmontaba–.
–¡Bien todo sin cuidado! ¿Cómo están las gentes en el pueblo?
–¡Sin novedad!
–¿Qué me trajiste?
–¡Casi nada, pues tú vas para allá! Acarrea lo que necesites, yo nomás traje para mí: harina, azúcar, manteca y un piloncillo para hacerme unos panes mientras esté aquí.
–¡Ta’ bueno! ¡Pues ya me voy!
Y se subió al caballo, le dio vuelta y se encaminó al pueblo; conforme iban bajando el caballo fue caminando más de prisa, pues el pesebre lo llamaba, ya que lo esperaba un manojo de rastrojo fresco.
Por la cabeza de Mencho cruzaban ideas inquietantes, en su mente nunca se había abrigado algo tan fantasioso, en algún lado había leído de los contactos de los humanos con seres desconocidos, con entes inmateriales que algunos consideran divinos; los indios que en sus sueños se aparecieron eran casi reales, su apariencia era normal la única diferencia eran las marcas que tenía el hombre en el rostro y las pinturas que usaba para adornarse; mucha gente que permanece algún tiempo alejada del pueblo, inmersa en lo intrincado de la sierra, para protegerse de los cambios de clima todavía acostumbra cubrirse con pieles; lo único diferente del indio eran el arco y las flechas, que siempre las traía consigo.
Entró al pueblo que apenas despertaba, por el camino de los temporales, vivía en una casita que había construido con mucho amor para su esposa Esther, se ubicaba por la calle Cuauhtémoc en el Barrio de Sonora; ella al verlo llegar tiró la escoba con la que barría la banqueta y corrió a abrazarlo; Mencho queriendo darle la sorpresa se había bajado del caballo una cuadra antes y venía caminando; se fundieron en un abrazo, lleno de amor y de alegría él besó a su esposa, para beber de sus labios el exquisito néctar que mana del ser amado; tenía casi un mes de no venir.
Tomados de la mano entraron al patio, donde había un corral en el que soltó al caballo después de darle agua y quitarle la montura, le echó pastura y acarreó las cosas que traía; aventó las pieles en el cobertizo sobre el tapanco donde guardó la silla de montar y entró a la casa, que la percibió hermosa, la cocina estaba en orden y sobre el florido mantel de la mesa una frutera con manzanas, plátanos y aguacates; de la sala le llegaba la fragancia de unos jazmines que inundaban el área con su aroma seductor; todo se veía en su lugar como a él le gustaba; su esposa era muy limpia y ordenada, y más ahora que estaba a la espera de su primer hijo:
–¿Vienes a almorzar? ¡Te hice lo que a ti te gusta!
–Chorizo con huevo, y un sabroso guacamole, con aguacates de en ¡ca’ las Molina! sin faltar tus tortillitas de harina y una jarra de café.
–Se lavó las manos con jabón de olor y se quedó mirándolas, las tenía gruesas, callosas con sus dedos alargados y fuertes y se dijo: ¡Con estas manos construiré el futuro halagador y brillante que mi hijo se merece!
Se sentaron a almorzar y entraron en una amena plática, cada uno tenía mucho que decir: Esther le contó de las novedades del pueblo y de los chismes que corrían; Mencho le platicó de la Tormenta y de los sueños raros que había tenido
–¡Necesitas una limpia, que te aleje los malos espíritus!
–¡No mujer son pesadillas que uno tiene, por el trabajo en exceso!
Terminaron de almorzar y mientras su esposa levantaba la mesa, él se fue a rasurar y bañar, por que iba a ir con el peluquero y a dar una vuelta por el billar y tal vez se tomaría una cerveza en la cantina de aca’ Don Nicolás.