Los maestros son practicantes de un oficio que se conforma por un todo dividido en tres: un tercio de autoridad, un tercio de saber y un tercio de sencillez.
En el correr del tiempo, cuando la autoridad se hace voluntad de respeto, el saber vocación y el hombre profesión social, los alumnos volvemos a buscar a nuestros maestros para repasar las lecciones que no aprendimos, las preguntas que no contestamos, las dudas que no aclaramos y los consejos que no atendimos.
Es un reencuentro siempre en silencio, a distancia. Es un diálogo con los recuerdos, con sonrisas y con tristezas y con miedos. Todo junto a la vez, tal y como es el ser adolescente que fuimos y que –introvertido y nato– se perdió en nosotros mismos y sólo él sabe donde está.
Si en la primaria aprendimos poco o mucho, es un problema didáctico de explicar. Si en la secundaria se afianzaban nuevos conocimientos o se desecharon, es un problema de otro tipo, es un problema del interior: del interior del alumno por aceptar o rechazar las cosas, del interior del maestro por darse recursos para lograr su misión.
Por eso, los maestros de las secundarias son una especie de adolescentes con estudios de postgrado, o sea adolescentes mayores con capacidad y experiencia guiando a los adolescentes menores. En la primaria los niños son fantasía, querencia, frágiles formas que piden ser llevadas de la mano. Ellos quieren a todos. No así el adolescente, él no sabe a quién quiere, ni por qué para qué querer y para colmo de males, se topa cada día con unos maestros que le exigen definiciones, términos, tareas y obligaciones.
En la Escuela Secundaria “Antonio Solís” han laborado muchos maestros. Varias decenas, quizás algunos centenares de maestros han impartido clases en el transcurso de cincuenta años. Los alumnos de los 30s, recordarán a los suyos, los de los 40s a los propios, los de los 50 recordaremos a los nuestros, los de los 60s y 70s sabrán de los que tuvieron.
Yo tuve la suerte de tener estupendos maestros de secundaria. En aquellos tiempos, cuando estrenamos el Edificio del Centro Escolar “José S. Vivanco”, eran los años de 1955–58. La verdad es que no se si aprendí más de verlos, de oírlos o de platicar con ellos. A mí me gustaba ver a los maestros, cómo caminaban, cómo platicaban, cómo vestían, cómo discutían, cómo miraban, cómo eran en la calle y cómo eran en salón de clases. Creo que fue la mejor cátedra que me dieron, la que no estaba en el horario. Me la deban a diario y todos juntos a la vez. Es más, aún me la siguen dando y aún aprendo de ellos… De hombres y mujeres buenos y sencillos como Daniel Guadiana Ibarra, Víctor Alejandro Méndez, Alejandro, Dante y Tomás Chapa Villarreal, J. Arturo Solís, Jorge Mascareñas, María Elva Solís, María de Jesús Campos, Laura Saldaña, Ramiro Muñoz; en todos ellos hay lecciones permanentes de espíritu cívico, entrega social, esfuerzo por sobresalir, valor para enfrentar la vida y cariño por sus semejantes… ¿qué importa la materia que me enseñaron, qué importa el 6, el 8 o el 10 que saqué… si lo que lograron fue ayudarme a que yo identifique los valores existenciales que me permitieron valerme por mí mismo posteriormente.
Cómo recuerdo los sabios sermones del Profr. Daniel prolongación de los valiosos regaños caseros.
La bendita ignorancia nuestra frente al inglés y al álgebra del Profr. Víctor.
Las lecciones de Geografía Física del Profr. Alejandro, que me hicieron querer más el firmamento de Sabinas.
La Aritmética de pizarrón que nos daba el Profr. Dante.
Las pláticas de civismo rebelde que nos daba el Profr. Tomás.
Las elocuentes cátedras de Historia Universal que nos hicieron partidarios del Aníbal de Cartaginés, que nos daba el Profr. Arturo.
La Profra. Elva, mi maestra de secundaria que nunca tuve, pero que siempre quise y admiré.
Las lecciones de Filosofía de la vida, de Biología y de Anatomía del respetable y querido maestro Jorge.
El amable Español y la espléndida Literatura Universal de la Profra. Chita Campos.
La Historia de Nuevo León y de México que nos enseñó la querida maestra Laura Saldaña, con todo el rigor de una brillante historiadora.
La Física del Profr. Ramiro, que nos hacía tambalear a nosotros que sólo sabíamos las formas gravitacionales de la bicicleta y la forma de una nigasura.
Los maestros, mis maestros de secundaria, eran y son aún, gentes esforzadas, firmes en su oficio de seres humanos. Uno se despegó de la vida precozmente: Profr. Tomás. Otra, la maestra Laura, es un ejemplo de trabajo en los Estados Unidos. El resto sigue en la labor educativa…
Todos me siguen dando cátedra, los ausentes y los presentes, de lejos, en silencio, sin ir a la solitarias aulas y sin estar en las sombras de los pasillos. La hora de clase es cada vez que el recuerdo llama al introvertido adolescente, aquél que vaga en la mente, y que ahora sí quiere decirle a sus maestros que aprendió la lección, que contestará las preguntas, que aclaró las dudas y que atendió sus consejos.
30 de abril de 1984.