Los catres no eran camas, ni tarimas ni camastros… tampoco eran catres de fierro… no, los catres, catres, los de madera y lona eran un práctico y rústico depositario mueble para descansar el cuerpo… un mueble que se le ponía por aquí y por allá… que por lo común no tenía un lugar fijo… al catre se le desplazaba a la sombra de una pared, en pleno patio y se le movía para donde y cuando se quisiera… se le usaba para la siesta después de medio día o para dormir bajo las estrellas, a pierna suelta en las quietas noches de verano.
Las camas ahí estaban, siempre y se guardaban a veces en un lugar, a veces en otro… no daban problemas, por ahí estaban en alguna pared y ahí permanecían durante meses… sólo se cuidaba de que no les diera el sol, ni mucho menos el agua… los catres no eran para el día, eran para el atardecer, para la noche. La faena empezaba así, sin más: barrer y regar el patio, estirar los catres, colocarles sábanas o almohadas… nada más. La escena se completaba con una silla junto a cada catre, donde por lo común luego de platicar con un familiar o amigo, servía para colocar el pantalón y calzoncillos…por cierto, pocas veces vi dormir a una mujer en los catres… como que los catres eran más de los hombres que las mujeres… no sé… así se me figura el caso… por eso siempre asocio dormir en un catre en calzoncillos.
Cuatro patas en dos tijeras, tornillos en medio… dos bastidores, 2.20 de largo, lona de 2.10 por 1.10 de ancho, tachuelas y cartones y largas filas de madera para afianzar la seguridad de la lona… el catre se extendía y se plegaba… era práctico, no daba mayor lata, todo era cuestión de tratarlo con cuidado.
Los catres duraban y duraban… hasta que, como dice el dicho, se los llevaba patas de catre y un día ¡Zaz! Se oía un porrazo cuando alguien se caía al suelo, pues la lona había dado de sí… por lo común se volvía a poner otra y nuevamente estaba en uso hasta que un día también las patas daban de sí y los bastidores que quebraban también. Entonces…
Los catres eran siempre novedad… la novedad de mandarlos hacer a una carpintería, ir por ellos y sentir lo fresco de la lona extendida en el patio, en el corredor de la casa o a lo largo de la vieja pared… así cada año… hasta que cambió de costumbre, no porque dejó de haber lonas, o porque ya no haya veranos ni deseos de dormir a la luz de las estrellas. No. Lo que dejó de haber fueron patios, corredores y viejas paredes que nos daban sombra… dejó de haber mezquites en las casas y norias rodeadas de matas… lo que empezó a haber fueron moradores que se encerraban en cuatro paredes y en vez de la frescura de tierra regada y el aliento de las noches, se pusieron los abanicos y climas artificiales… un día, el último catre hizo ¡zaz! Y fue cuando el último patio se cercenó en dos y tres partes y nadie más volvió a soñar con las estrellas colocadas en la cara.
24 de abril de 1989.