Cerrada o abierta… de cerca o de lejos, como fuese, llamaba la atención, motivaba la imaginación y a veces hasta el misterio.
Nunca conocí una castaña nueva, ni supe de dónde venían ni quién las hacía… simplemente la castaña era castaña, ahí estaba, ahí había estado desde antes de todos y las veces que pregunté de dónde era la castaña, la respuesta siempre fue “era de la abuela… de la tía… ¡quién sabe!”. En suma, la castaña siempre fue antigua, llena de pasados y recuerdos.
La castaña, mueble de dos partes: un cajón de una tapa, todo reforzado con láminas, viguetas de madera, cerchas, remaches metálicos, cinchos y agarraderas… en su interior tenía dos compartimientos: arriba un estuchero y abajo el depósito general; mas la característica principal de una castaña no era tanto el que tuviese tal o cual forma o que fuera de lámina o de madera, muy pesada o liviana… no, nada de eso, la característica de toda castaña era que estuviera siempre cerrada… entre más cerrada, más guardaba; entre más guardaba más duraba; entre más duraba, menos se sabía qué había en la castaña y de quién había sido… abrirse poco y cerrarse bajo llave y a veces bajo olvido.
El uso antiguo de una castaña era el contener todo lo que alguien tenía, allí estaban testimonios, pequeñas joyas, monedas, cartas, carpetas, fotos, espejos, peinetas, agujas, hilos, botones, tijeras, novenarios, estampas religiosas, perfumes, talcos; en fin, todo lo que su dueño, según fuese, quisiera tener… y abajo, en el cajón grande, todo tipo de ropa y quizás más abajo, en el fondo, algún secreto o documentos especiales, algo que se guardaba entre lo guardado.
La castaña estaba, por lo común, montada sobre un taburete que se le acoplaba y la elevaba, haciendo más práctico su manejo… ahí estaba la castaña a un lado de la pared… y no sé por qué pero a la castaña se le pintaba, a veces de blanco, de café, de verde, como maquillándola para modernizarla y que no diera pena tener un mueble tan viejo… cuando una castaña estaba en ese lugar, junto a la pared y a la vista, todavía tenía algún uso y se abría alguna vez por día, por semana o por mes… pero cuando a la castaña se le iba mudando al rincón, atrás del ropero y arriba se le colocaban colchas y cajas entonces aquella castaña ya era casi un archivo muerto.
Así, la castaña caía en amnesia, cerrada siempre, con la llave perdida y la chapa violada. Si contenía algo o estaba vacía, eso casi a nadie importaba. Luego, al mudarse de una casa a otra, de un lugar a otro, la castaña se perdía, se perdía de vista y de la memoria… nadie sabía de ella ni se preguntaba tampoco dónde había quedado.
Pasó mucho tiempo… hoy sigo sin saber dónde se hacían las castañas, ni quienes las hacían… conozco su historia intermedia pero no sé su principio ni su fin… ahora las veo como antigüedades y en mi casa se usa una de ellas como mesa de sala… me resulta fascinante y sueño con tener un día una castaña en cada cuarto.
No se dónde están las castañas del recuerdo, aquéllas de los jacales, de los cuartos de piedra y de sillares… aquellas castañas que guardaban todo lo que se tenía, aquellas castañas que casi nunca se abrían porque contenían todos los tesoros, casi íntimos, que nuestros buenos antepasados poseían.
23 de enero de 1989.