Quizás la parte del quehacer más pesada de los hombres de los azadones era regar por la noche en las labores de las afueras del pueblo, allá donde el lago de las acequias se desparramaba en los campos de cultivo, uno de eso no sabía nada, sólo escuchaba frases de sentencia: ¡Aventar el agua!… ¡Cortar el agua!… ¡Rodada!… ¡Compuertas!… ¡Surcos!… ¡Pasar el agua!…
Los que regaban de noche, se decía que conocían las labores, pues sabían dónde tomar el agua de la acequia y cómo escuchaban el canto de los grillos y el grillar de las luciérnagas y en su soledad las estrellas eran testigos de sus pensamientos.
En el Barrio del Aguacate, por las labores de la Hacienda Larraldeña y en la salida a Parás se vio siempre a los pequeños grupos de los hombres de los azadones dirigirse a sus faenas y ejecutarlas bajo la vigilancia de la luna… iban a “regar de noche” se decía, cargaban su morral y tomaban su azadón, salían al atardecer y llegaban al anochecer.
Quien sabe a dónde se fueron los hombres de los azadones que regaban de noche. Quien sabe ahora quién haga esas tareas, sólo por ahí queda uno de aquellos viejos trabajadores de ese oficio sin nombre y se apellida Carrillo, y de vez en cuando como fantasma anda por el rumbo de la carretera.
25 abril de 1990.