Homenaje sin lágrimas
Para mis amigos Raúl Omar
Ruiz y Blanca Olinda Flores.
Las norias formaban parte de los patios de aquellas casas de antes. Las frescas norias de los amplios patios de nuestras felices casas de antes.
Las casas y los patios… en los patios las norias… era las norias los espejos de agua donde vimos la vida y nos vimos sonrientes… las piedras azules, las matas verdes y los pájaros cantando… los animales tranquilos, la ropa limpia, los trastes lavados, los cuerpos pulcros.
Las norias con las bardas de sillares, sus columnas, sus travesaños de mezquite, sus carrillos, sus mecates, sus tinas abolladas con colguijes para hundirse.
Bajar las tinas vacías y subirlas tinas de agua, una y otra vez, por la mañana, en el medio día, por la tarde… ¡por la noche no!… “por la noche no vayas a la norias porque es peligroso” decía la conseja familiar.
Por lo menos había cuatro norias en cada manzana, el pueblo estaba lleno de norias… los sonidos acompasado de todos y cada uno de los carrillos de las norias, de todos los patios, de todas las casas de aquel pueblo de entonces, así lo indicaban: “¡Chirris-cras!”… “no sueltes el mecate”… ¡chirris-cras!… ¡chirris-cras!… “con cuidado toma la tina”.
El mecate se reventó… el mecate nuevo que calaba… la tina que se soltó… el gancho para sacarla… una gallina se cayó, la canasta para recogerla… ¿quién limpia la noria? ¿quién las adema y las escarba más?… todo podía pasar y todo se podía hacer en función de tenerlas en servicio.
¡Chirris-cras!, ¡chirris-cras!… hay mucha agua en la noria.
¡Chirris-cras!, ¡chirris-cras!… hay poca agua en la noria.
Los carrillos de madera y de acero cantaron por siglos al compás de los movimientos de los brazos y los cuerpos de aquellos hombres rústicos de la aldea.
Los tiempos pasaban, las lluvias llegaban, las sequías se alejaban… los carrillos cantaban… cantaban mucho. Después fueron cantando poco… cantaron de más a menos, hasta que un día se apagaron sus voces chirriadas, hasta que un día las sogas se endurecieron de polvo, las tinas se fueron al abismo y los pozos se llenaron de ingratitudes… los sillares se tornaron inútiles… un día, entonces, la nueva gente empezó a decir… “esa era una noria… aquí había una noria…” “¿Una noria? ¿Qué es una noria?”.
Las cosas cambiaron… se cerraron los portones, se acabaron las cercas de palos y las bardas de piedra, iniciándose así el despido de los patios y de las norias… fue una despedida sin palabras, en los patios de cada quien, junto a la noria de cada casa… el patio pasó a ser casa y cemento; la noria pasó a ser llave y empaque.
…el espacio del patio no existe más, la noria se tornó en un peligro, transformándose en un puente sin referencia en la topografía urbana…
Así, el progreso vino borrando el bello espacio del patio y el natural sistema de abasto del agua a través de las norias.
¡Chirris-cras! ¡Chirris-cras!… ¿Quién atrapa los ecos de los últimos carrillos de las norias que aún perduran?. ¿Quién marca en el mapa del olvido los lugares y los nombres de las frescas norias, de los amplios patios de nuestras felices casas de antes?…
s. f.