Los cortineros de la casa… de los cuartos de cuatro puertas… de los cuartos de puertas y ventanas. Los cuartos de aquellas casas que se llenaban de camas y de roperos, de sillas y mecedoras, de mesas y mesitas, confidentes y trasteros… aquellos cuartos de cuyas paredes pendían lo mismo fotografías, estampas religiosas y almanaques por todos lados.
Aquellos cuartos tienen por lo común un toque especial, reflejo de las distinción de la familia que ahí habita. Era un toque que se multiplicaba en cada puerta y ventana… envolviendo de sencillez y discreción aquella morada… eran los cortineros y las cortinas, ambos juntos… los dos sellando la rústica importancia que la casa se daba a sí misma.
De los cortineros quiero acordarme, porque los cortineros era elaborados por los hombres, a veces se mandaban hacer a las carpinterías pero por lo común eran producto de los trabajos manuales. Quizás de 5º o 6º año de Primaria y seguro en alguno de los tres años de Secundaria. El quehacer era sencillo: un arco y una segueta, un pedazo de madera, dos dibujos triangulados con sus vueltas, de arriba a abajo hasta terminar en punta. Luego… dale que dale…zaz y zaz… la segueta se calentaba y luego se quebraba… dale que dale… hasta que un día los dos triángulos, como cornisas al vacío, luego se les pintaba de un café oscuro o de un verde zacate… se decía que el palo de escoba por ahí estaba listo para cuando se necesitara… así, año con año, yo hice mis cortineros.
Un día, en la casa aquella se hicieron las cortinas… por lo común era el día en que a la salida se le cambiaba de lugar en el mismo cuarto o se le movía la cama zancona para otra parte. Las cortinas eran de tela ligera, se le hacía un doblez en la parte superior para que el palo de escoba las pudiera sostener y éste, a su vez, se pusiera sobre los cortineros.
Cuando se lograba clavar bien los cortineros, era toda una hazaña… cuando no, con el solo palo de escoba se solucionaba, pues los clavos eran más que suficientes… así nadie preguntaba por los cortineros, pues lo que lucía eran las cortinas.
Las pláticas de las visitas al ver aquellos cambios en la casa, eran sobre las cortinas… “¡Qué bonitas!”… “¿Quién las hizo?”… “¿Dónde compraron las telas?”… de los cortineros ¡nada!. A lo mucho, del palo de escoba se decía que era muy resistentes. Así, año con año yo hacía mis cortineros, aunque no se usaran… a veces sí, a veces no… mas en la casa siempre hubo cortinas, cortinas que contuvieron los sueños y las ilusiones de todos, hasta que el nido aquel cambió de rumbo.
No se donde quedaron los cortineros que hice en aquel tiempo… los cortineros que casi nunca pude clavar porque las paredes de la casa eran boludas, de piedra y de sillar… lo que sí recuerdo son las cortinas, las cortinas sobre mis cortineros imaginarios… las cortinas sobre mis cortineros… las cortinas que más que adornos era pendones de ilusiones y de fantasía.
Al paso del tiempo, de aquellos cortineros casi nunca colgados, cuelgan ahora de uno en uno los sueños infantiles… los sueños aún presentes que forman el cuarto en donde habito con la imaginación; mi cuarto de cuatro paredes, viejas y boludas, de cuatro puertas y ventanas, por donde veo la vida y la vida me ve a mí… cuarto en el que hay cortinas de sueños… cortinas sostenidas por fin sobre los cortineros que un día elaboré.
10 de septiembre de 1990.