A todos quienes integran el Centro
Comercial “Plaza Larralde”, viejo
Cuando todo el mundo era mi casa y cuando del mundo regresaba a mi casa, contemplaba los espejos… los espejos me envolvían, me hacían ser dos o tres, me hacían salir y regresar a mí mismo.
A los espejos les hablaba con los ojos…
Había otros espejos… ahí donde se colgaba los sacos y sombreros, era un mueble especial en la pared, comúnmente adornado con estampas de aves volando… les decían “percheros”
En fin, los espejos de la casa, a los que de niño siempre hablé sin palabras para preguntarles por qué eran espejos, por qué estaba yo allá, igual que acá afuera… por qué yo estaba aquí y el otro allá, por que era yo como era yo. ¿Quién era yo, aquél o éste?… hoy creo que eran los espejos los que jugaban conmigo y no yo con ellos… pues yo sólo me quedaba con las dudas… y aún sigo buscándome.
Había en el pueblo otros espejos que me fascinaban. El de la peluquería de Don Manuel, era un espejo grande, de más de metro y medio de largo, colgado de la pared como viniéndose encima, frente al sillón… un espejo de grueso y vistoso marco y donde parado o sentado te veías todo y daba gusto salir de aquella peluquería cada vez más hombrecito… ese espejo me vio crecer.
Los espejos de las cantinas eran largos y acostados… así al fondo del mostrador, con fotografías de artistas como Marilyn Monroe, Rita Hayworth y María Félix… a las cantinas uno como que entraba y no entraba… entraba y no entraba, hasta que luego entraba y un día me vi frente al espejo de la cantina de Don Nicolás y me dije, en serio “¡jíjole, hasta que creciste!”.
Hoy, a los espejos de mi casa en Villa Mitras les cuento a solas los recuerdos de aquellos espejos caseros y pueblerinos… creo que no me entienden pero me observan muy calladamente… tanto que a veces pienso que soy yo mismo el que empieza a encontrarse, me pongo contento y le agradezco a los espejos el que me escuchen.
21 de julio de 1989.