Aquella oficina parecía como dibujada de un cuento; pero era en realidad la oficina de correos del pueblo. Estaba situada en contraesquina de la plaza, por la calles de Hidalgo y Porfirio Díaz…
Aquella oficina parecía como dibujada de un cuento; pero era en realidad la oficina de correos del pueblo. Estaba situada en contraesquina de la plaza, por la calles de Hidalgo y Porfirio Díaz… ahí estaba Don José Cruz, quien arreglaba los paquetes como si éstos fueran al cielo; Don Higinio Mireles, quien entregaba las cartas como si éstas vinieran del cielo; el señor Lozano, administrador cual portero de San Pedro en la tierra, más la sencillez del señor Luis Lauro y del estimado “cuate”… ellos más otros, no parecían nada hombres buenos, sino que en realidad eran muy buenos hombres.
Unos se han ido para siempre a descansar en paz, otros están jubilados y unos se retiraron y se fueron a los Estados Unidos… del señor Cruz recuerdo su reconfortable silencio y caminar de la oficina a su cercana casa, del tío Higinio Mireles la alegría más veloz que su bicicleta y con palabras y saludos para todos; el señor Luis Lauro, vecino del jacal del abuelo Brígido y con el “cuate” pláticas por el rumbo del Barrio del Aguacate.
Había otro empleado de correos en aquella oficina casi color de rosa y aparadores grises, era el hombre de rostro cubierto de sudor y pañuelo al cuello, en su bolsa documentos, plumas y lápices, credenciales del trabajo y del sindicato… estaba integrado al conjunto de los trabajadores… se llama José Soto García, ahora está jubilado y vive en Bella Vista… me dicen que de vez en cuando aún baja a la plaza. Don José Soto García no parecía lo que parecía a la vez: Hombre culto y de ideas, aficionado a las lecturas, informado constantemente de la situación nacional e internacional, de los sucesos de la guerra y de la paz y de las luchas de los trabajadores por un mundo mejor… sindicalista y trabajador, burócrata y ciudadano… en la oficina era un atento empleado y en las calles un parroquiano… en vida, un bohemio de la esperanza caminando lentamente sin llegar a ninguna parte más que a sí mismo.
Escritor de epigramas y de discursos al mañana de la vida, buscó el amor como se adora a una flor al amanecer, sólo para verla nacer, nunca para verla terminar… la musa de su vida siguió siéndolo, el amor se hizo historia y la flor nunca se terminó.
Me dicen que de vez en cuando aún baja a la plaza. Quisiera verlo para que me platicara sus participaciones sindicales y políticas en aquel Sabinas Hidalgo de los 30s y de los 40s, sus quehaceres en el sindicato de la carretera, de la SCOP, ya cuando fue Secretario General. Su aparente vagabundear por las calles del viejo pueblo, como acompañando un amor, como llevando sus ideales a cuestas, como llegando a la soledad de su refugio.
Conocí a Don José Soto García hace muchos años y era para mí un agradable contraste: en la oficina, un empleado con el rostro cubierto de sudor y de cara blanca y roja como sol de invierno y en las calles del viejo pueblo el último bohemio solitario con un libro y periódico bajo el brazo, la cabeza encanecida de ideales y un amor en el recuerdo siempre.
Me dicen que de vez en cuando aún baja a la plaza… ahí por las bancas estará, en alguna de ellas, si no hoy, mañana o siempre, si no él, nosotros… pues alguna vez cuando caminamos por las calles del pueblo con un libro o periódico bajo el brazo, la cabeza se nos evapora de ideales y los recuerdos persiguen al amor que nunca tuvimos y que no olvidamos… gracias Don José Soto García, usted sí pareció siempre lo que nosotros a veces queremos parecer.
30 de enero de 1987.