En el otoño, pero sobre todo en diciembre, recuerdo con afecto a los hombres aquellos que colocaban sus mesitas y sus carritos de mano frente a los cines Baldazo y Olimpia, para vender sus dulces y tacos.
En el otoño, pero sobre todo en diciembre, recuerdo con afecto a los hombres aquellos que colocaban sus mesitas y sus carritos de mano frente a los cines Baldazo y Olimpia, para vender sus dulces y tacos.
En unas mesas pequeñas, en unos carritos de dos ruedas, colocaban todo el mundo de sabores y de colores aquellos personajes, como: Don Basilio Reyna, Don Bocho Frías, Don Concepción Velázquez, Don José María Neri, éstos en el Baldazo; Don Emilio Hernández, Don José García y un poco más allá Don Pedro Cázares, estos en el Olimpia.
Unos hacían dulces de su propia producción, lo mismo que hacían tacos, como Doña Licha, que mucho tiempo los vendió; otros solamente vendían dulces.
Un grito entusiasta de Don Basilio Reyna contrastaba con la serena sonrisa de Don Bocho Frías y la calma agradable de Don Chon y el Sr. Neri.
Con el remanso de la plaza, Don Emilio y Don José transcurrían sus actividades pacientemente.
“¡Dulces, dulces!… ¡Tacos, tacos!”… “¡Pásele, pásele!”. Eran los pregones instantáneo de aquellos hombres, intercalándolo todo con saludos y con las pláticas entre ellos.
Al término de la tarde, antes de que empezara la noche, los dulceros llegaban en procesión, colocando sus mesitas y sus carritos, disponiendo sus cajas de dulces, sus vitrinas, sus calentadores de tacos… empezaba así una jornada más…
Empezaban sus labores. El sol se ocultaba por completo, los transeúntes pasaban y saludaban. Llegaban los primeros cinéfilos… en el Baldazo, películas mexicanas; en el Olimpia películas americanas. En el aire la crónica fílmica de Don Eleazar Cavazos narrando sus películas e invitando a la función.
A la vez que atendían la venta, platicaban con los amigos. La función comenzaba. La fantasía dentro, la realidad afuera…
Paulatinamente se hacía el silencio, escaseaban las voces. El tránsito disminuía en las calles, los amigos terminaban sus charlas nocturnas y se marchaban… aquellos hombres bostezaban en sus sillas, a veces en torno a su brasero para calentarse… por unos momentos, el silencio… no hay ventas, los dulceros dormitaban.
La función terminaba, el fin de las fantasías… se iniciaba la ilusión de las ventas… se despertaban…
“¡Dulces, dulces!” “¡Pásele, pásele!”. Todo se marchaban… nuevamente el silencio. Los hombres aquellos guardaban sus pertenencias y echaban a caminar.
“Buenas noches. Hasta mañana”.
Los cines se quedaban con los fantasmas de sus películas… en las noches aquellas, por las calles que daban a los cines, silenciosas entonces, unos hombres marchaban con sus carritos y sus vitrinas… la faena diaria había terminado.
En la penumbra, sus sombras parecían caminar más de prisa que ellos mismos… eran sombras cansadas de seres resueltos a laborear día tras día en el andar de la vida…
Todos nos dieron lecciones ejemplares de trabajo, de constancia y de humildad. Por ello, hay que recordarlos con respeto y con gratitud.
Hoy los dulceros, en las afueras de los cines han desaparecido. Adentro están dulcerías enlatadas de los cinemas modernos.
En el otoño, pero sobre todo en diciembre, me acuerdo de los dulceros de los cines de mi pueblo… ya no están… pero creo ver sus sombras aún, fatigadas de trabajar, por las noches.
2 de diciembre de 1985.