Por actividad de todos los días o por encargo y a regañadientes, lo cierto es que siempre se tenía que ir al molino… al de la carretera, al de la calle Juárez, al de la calle Lerdo o a otros más que por allí estaban… las tinas sobre la barra del barandal apretujándose unas a otras, como peleando el lugar para salir pronto.
Por actividad de todos los días o por encargo y a regañadientes, lo cierto es que siempre se tenía que ir al molino… al de la carretera, al de la calle Juárez, al de la calle Lerdo o a otros más que por allí estaban… las tinas sobre la barra del barandal apretujándose unas a otras, como peleando el lugar para salir pronto.
Diez, quince o veinte centavos según el tamaño de la tina de nixtamal, era el costo por la molida… de vuelta a la casa siguiendo las banquetas y ventanas, según lo cerca o lejos del molino, platicando por el camino, continuando las pláticas del molino.
Los molinos de nixtamal del viejo pueblo… las gentes de antes dicen que los hubo mucho… a veces en cada barrio: en el Aguacate, en Sonora, en El Alto y en la carretera… molinos de nixtamal, de harina de maíz y de pinole… durante medio siglo por ahí estuvieron los molinos, los “molinos grandes” en la calle de Mina y Dr. Coss, el molino del Sr. Dionisio Garza en la carretera, el de Don Félix González por el Aguacate; los molinos de harina, de maíz y de pinole de Don Ponciano Montemayor, por la calle Escobedo… algunos molinos de nixtamal eran de propiedad particular, otros de una compañía de Monterrey y administrados en el pueblo por el señor Filiberto Cantú.
Las diarias caminatas en el ir y venir con las tinas de maíz cocido, se toparon poco a poco con la industrialización de la tortilla… del canasto de tortillas se pasó al paquete en las tiendas y en el supermercado, se fue terminando la artesanía hogareña de las tortillas del metate y del comal… las figuras madrugadoras del ir y venir a los molinos, se transformaron en anónimos compradores sin horarios en los modernos. Se transformaron hombres de los molinos se fueron quedando solos tras los harandales, cincelando sus olvidos en las ruedas de moler… se acabaron los “molinos grandes” y los chicos de cada barrio. Nadie forcejea para acomodar las tinas y las pláticas de los molinos se convirtieron en ecos… solamente unos hombres se llevaban consigo todos aquellos afanes… había sido tan entusiastas y responsables en sus trabajos que el progreso al clausurar los molinos, los transformó en personajes ejemplares por la dignidad que otorgaron a sus quehaceres y las lecciones de diaria humildad que otorgaron.
Por ahí andan los hombres de los molinos, los que se quedaron solos tras el harandal… por ahí andan, por el barrio de La Carretera y por Texas, que es como decir otro barrio de Sabinas. Responden a los nombres de Severo, Pablo y Rosendo González Valle, patriarcas del viejo oficio de molineros. El progreso les jubiló sin tomarlos en cuenta, pero ellos ya tenían un sitio de valores morales en los recuerdos de todo el pueblo.
Por ahí anda, aún activos y sonrientes. Don Severo, Don Pablo y Don Rosendo… por ahí andan, cuando uno les ve, recuerda el ruido de los molinos, la forma en que tomaban las tinas y las vaciaban, abrían la llave del agua, recogían la masa de la bandeja y la volvían integra a la tina… les recuerda uno descansando después de cada jornada despicando con cincel las piedras del molino, arreglando el motor y cuidando las bandejas… por ahí andan, son las últimas imágenes de un viejo oficio en la aldea.