Ya me iba Señor Cronista, pero le quiero confesar mi confusión
Ya me iba Señor Cronista, pero le quiero confesar mi confusión
Las gentes con las que usted llevó me trataron excelentemente, todos son estupendos narradores ¡como les gusta platicar! Hablaron tanto del pasado que en realidad yo tenía pena decir que era el Señor Pasado. Luego, cuando usted me dejó y me dijo camine solo por las calles, callejones y veredas del pueblo para que vea en cada rincón, al voltear de cada esquina, en los marcos de las añejas puertas y ventanas, en las bardas de sillar y de piedra, como aún existen los trazos de la vieja aldea. Y eso fue lo que hice, mi estimado Señor Cronista: caminé solo por las calles de su pueblo, lo hice sin que nadie me percibiera, como un suave viento otoñal.
Cuando recorría sus calles y sus barrios, empecé a percibir un remolino de voces y de ruidos de gentes agitadas y de repente estaba envuelto en un remolino y pensé, como las gentes de antes cuando veían un remolino que decían que era el diablo. Esa noche un lamento general asoló por todos los rumbos; la violencia había arrancando dos vidas. El pueblo se llenó de inquietud, de dolor, de angustia, de tristeza y de miedo. Todos ustedes victimarios. A todos los vi dolientes. En ese momento dejé de recorrer el pueblo. Me senté a reflexionar en una de las viejas bancas de la plaza, mirando la iglesia.
Comprendía que había pasado una tragedia y el hecho me llenó de pesar, ya no quise ni pensar que era el pasado no el presente, pensaba sólo que era la nada. La gente requería preguntar, iba y venía y todo eso me deprimió más, pues en sus indagaciones nunca escuché preguntar y contestar; ¿Por qué pasan estos hechos? ¿Qué vamos a hacer para que no sucedan esas negras acciones? Me confundí todo. Tan bien que iba y me confundió todo esa noche.
¿Qué sucede, Señor Cronista? descubrí la aldea, la cara aldea del Profesor Francisco J. Montemayor, pero ¿dónde quedó la paz de sus moradores?
Comprendo su tristeza Señor Pasado. Es también la mía. Creo que su confusión es el principio de la reflexión y que las inquietudes de todos en esa noche serán también el comienzo de una introspección personal y colectiva para encontrar el camino de análisis serio, positivo y ecuánime.
Por lo pronto, Señor Pasado, usted comprobó que existe la aldea. La sintió por todas partes. Existen lugares, edificios, casas, monumentos que así lo indican. Además, la gente la exclama y la sugiere a cada instante en sus viejas familias de apellidos González, Garza, Treviño, Villarreal, Larralde, Mireles, Cantú, Ancira, Chapa, Guzmán, García, Guadiana, Solís, Leal, Morales, Montemayor, Rodríguez, Santos, Escamilla, Martínez, Ibarra, Flores, Gutiérrez y muchos otras más.
Todos los integrantes de esas familias son los mismos que décadas y siglos atrás vivieron en la vieja aldea.
Estos, los de hoy, son los hijos de aquellos que usted recuerda también, Señor Pasado. Son también gente de arraigo, de trabajo, de inquietudes y de múltiples esfuerzos. Sus generaciones han sido las generaciones de este pueblo. Sus ideales, triunfos y fracasos han sido las ideales, triunfos y fracasos de este pueblo.
Cada vez que la aldea revive y toma forma imaginaria, es porque todos ellos hablan de la historia que sus mayores les contaron. Cuando hablamos de historia de la aldea, en realidad estamos hablando de la vida de ellos.
Sí, Señor Pasado. El contraviento que alejó su suave airecillo otoñal se formó como remolino en esa noche que él vació. Bien lo sabe usted, Señor Pasado, que los vacíos atmosféricos atraen otros tipos de viento y crean remolinos, así es también en la vida social: los vacíos que se crean en la ciudad, atraen también malos vientos. Por eso la gente de antes tenía razón cuando decían que los remolinos son el diablo.
Los moradores de la aldea aquí siempre han vivido. Hoy aunados por cierto a nuevos vecinos que la han hecho crecer y sabrán llenar esos vacíos que existen de profunda calma y de tradicionales valores humanos. Lo pueden hacer; lo sabrán hacer: Los remolinos, téngalo usted por seguro, Señor Pasado, se alejarán.
Todos son gente buena y ahora es cuando más necesitan del pasado, cuando más necesitan los consejos que en forma de eco aún perduran en las viejas casonas, de las antiguas familias sabinenses, consejos de los valores y de las buenas costumbres, de los buenos antepasados de todos nosotros. Su confusión, Señor Pasado, es en realidad la obligación de hacerse presente. Hágalo y verá como muy pronto la calma volverá a la aldea.
9 de noviembre de 1984.