Estaba enclavada en el cruce de dos calles en la cuales durante todo el día predominaba el movimiento del trabajo: enfrente estaba la Maderería y Ferretería de don Melchor Flores y de sus hijos, más dos lindas empleadas que despachaban con gracia y amabilidad clavos y tornillos; en contraesquina, la fábrica de vestidos en toda forma ya, de don José Larralde y su señora esposa; en la siguiente esquina, la casona dónde en el pasado estaba instalado el molino, luego una papelería, una dulcería, en fin y a la vuelta la carpintería de mi padre. El movimiento en ese cruce de calles, era permanente: albañiles, carpinteros, plomeros, compradores, empleados, obreros del taller, vecinos rumbo al molino, alumnos y maestros hacia la escuela y en la esquina estaba la tiendita ahí en la esquina sur oriente de las calles de Juárez y Mina.
Tiendita, porque no era tienda ni era tendajo, era un modestísimo negocio para ayudarse a vivir, de puertas abiertas, pisos relumbrosos, un pequeño mostrador, una balanza en miniatura, donde lo más que se pesaban eran cuatro y medio kilos; unos anaqueles con escasos productos que parecían de adorno, una vitrina para los panes y los dulces; dos bultos a la mitad, bien acomodados; una hielera de madera y afuera, en la acera de la banqueta, un original poste de cemento, de escaso medio metro.
Era la tienda de Doña Bernardita y de sus hermanas un lugar limpio y pequeño. Mas que comprar, reconfortaba el ejemplo de trabajo de todo el día, pues Bernardita, además de ello laboraba en la pequeña central de Teléfonos del México, aquélla que parecía como de juguete por la calle de Porfirio Díaz el caminar de ir y vuelta de la casa a la Iglesia de San José un ir y venir a sus horas precisas, de quehacer en quehaceres, todos los días así fue la vida de Doña Bernardita
Por trabajar yo en la carpintería, acostumbraba a ir a la tiendita, pero particularmente me gustaba ir por las tardes, cuando veía llegar al Sr. Lucio Reyes en su bicicleta, con la canasta de pan no era el único, había otros más, hasta los transeúntes, se paraban a paladear el fabuloso sabor con aroma de aquellos panes con una soda en la mano.
El tiempo pasó y por siempre vi la tiendita en el mismo lugar. Aún cuando yo dejé de estar en el pueblo
Y verdaderamente, el tiempo ha pasado y modificado las cosas por completo no existe más el cruce por las calles en activo movimiento de personajes de todos los oficios, como que éstos se fueron para otros rumbo, para todas partes la maderería de Don Melchor Flores se transformó en otras muchas. La fábrica de vestidos se corrió de lugar, los demás negocios cambiaron constantemente, la carpintería se hizo recuerdo y el molino se encaminó al olvido Doña Bernardita partió en paz de esta vida, la tiendita cerro, la casa fue derrumbada y una explanada nocturna ocupa su lugar. Ahora paso y veo mucha gente, no les conozco, tampoco ellos me conocen a mí.
Las esquinas tienen hoy otro panorama. La tiendita se quedó en la imaginación y sólo son fantasmas los activos personajes pretéritos de esas cuatro esquinas.
5 de junio de 1987.