Esa calle era larga y terregosa, de banquetas formadas por lajas de piedra azul algunas casas de sillares y jacales por todas partes, cercas de palos y portones manuales para entrar a los patios, los cuales parecían pequeños ranchitos, por el número de gallinas, el corral de los cochinos, el caballo y la pastura, un mezquite, sin faltar al fondo la noria, las matas y los pájaros en jaulas.
Al abrirse los portones, las personas sacaban sus animales, el carretón, la carreta o el express, lo mismo eran labriegos, cocheros o carretoneros. Partían a las calles, a las labores o al monte.
Esa calle que les digo, la Cuauhtémoc, a partir de Mina al poniente, era una calle más rustica y sus hombres y mujeres lo eran igual. Dentro de todos ellos, reconocía a un personaje que muchas veces vi salir en su express del pueblo y regresar a los tres o cuatro días lo más peculiar que incitaba a mi imaginación, era la tranquilidad con que solía hacer su trabajo.
Muchas veces, cuando salía, lo vi pasar en el express y muchas veces, también, cuando llegaba, le vi traspasar el portón era la imagen tranquila de un hombre con su carga en un vehículo de tracción animal.
Una vez por semana, durante todo un año, por muchos años, el hombre salía de su casa y de las calles del pueblo para tomar el camino de los ranchos por el rumbo de Las Esmeraldas y de Santa Rosa. De Sabinas a los ranchos, de los ranchos a Sabinas; esa fue casi toda su vida. Iba y venía en el express al trote de su caballo llevaba mercancía, lo que quiere decir: mandado, lo cual más directamente es un conjunto de productos de alimentos básicos: azúcar, sal, harina, arroz, especias, etc., a las familias de los ranchos, también a pedidos especiales llevaba alcohol, gas, telas, hilos, hilazas lo mismo que sombreros, mecates, zapatos, quizás algo de ropa alguna vez le vi llevar una máquina de coser Singer.
En fin, que el hombre partía cada semana en su express repleto de mercancías, de entregos especiales de rancho en rancho hasta terminar. Todo quedaba por allá entre las rústicas familias que habitaban jacales y casuchas. Luego regresaba con igual o más pedidos de esto y de aquello: un espejo, un lavamanos, unas tinas, agujas, botones y quizás alguien pedía un Misal. Por otra parte, había quien le pagaba con gallinas, una cabra y un borrego, regresando así en el express cargando de esos animales. El trueque o negocio le permitía instalar en su casa una pequeña carnicería de ganado menor por dos o tres días a la semana antes de salir de nuevo hacia los ranchos.
Así fue por muchos años, por décadas se llamaba León Bautista, vivía por la calle Cuauhtémoc, al pasar Mina. Aún esta la casa, falta sólo el portón, el corral de animales y el corredor al fondo del patio la casa está vacía, sólo tiene recuerdos en los resquicios de puertas y ventanas el silencio se quedó con todo.
Hoy, ese sector de la calle Cuauhtémoc únicamente me trae recuerdos. Cuando paso, veo imágenes traspuestas donde antes había un portón, una cerca o un jacal a veces veo también al express aquel de la imagen tranquila de Don León Bautista, llevando mercancías hacia las familias de los ranchos, por el rumbo de Las Esmeraldas y Santa Rosa.
s. f.