En la historia de la cara aldea, cuando la nacionalidad estaba fincada, llegaron y se quedaron algunos hombres que vinieron de lejos… los vientos y avatares del destino los trajeron hasta esta valle, con sus cargas de recuerdos y esperanzas. Muchos se quedaron y echaron raíces… cada quien fue su propia historia.
El primero fue Jorge Morton, norteamericano, nativo de Filadelfia. Llegó a estos lares hacia 1854, a la edad de 27 años. Hombre enigmático en sus orígenes y en su propósito al arribar a esta tierra. Radicado definitivamente, supo hacerse de bienes y de una sólida posición social, procreando una extensa rama familiar reconocida en nuestro pueblo.
Don Santiago Lawth llegó al pueblo hacia 1890, norteamericano también, eminente sastre y artesano. Enraizó de inmediato. Su hijo Dan Juan Lawth fue un estupendo carrocero, además de ser ebanista, músico y carpintero,cultivaba su huerta, tenía su torno y su figura; se casó con Doña Rosa Ríos y no tuvieron descendientes. Murió hacia 1951.
Henry Martin llegó con su familia después de 1855. Sureño norteamericano. Su hija Clara se casó en 1868 con Manuel García de cuya unión nació, entre otros vástagos, Don Manuel M. García.
Don Carlos Kichener… se pierde en la leyenda su origen alemán. Se habla de él a principios de siglo; en 1906 recibía el periódico Regeneración, de los hermanos Flores Magón. Hombre de cultura y de ideas avanzadas, también lo fueron sus hijos. Artesano, fabricaba fustes, su hijo del mismo nombre, carrocero, carpintero, hombre de fragua y de grandes esfuerzos vive hasta el presente.
En la década los 20s, unos árabes radicaban por temporadas en el pueblo, vendiendo ropa en expreses, eran aboneros, parando en el hotel que existía a media cuadra de la plaza.
Una noble dama hondureña llegó al pueblo hacia 1926, acompañando a su esposo y sus hijos: Doña Teresa Rivera de García. Por más de diez años estuvo entre nosotros y la Escuela Monumental de Niñas lleva su nombre por siempre.
Don Manuel M. García trajo de Honduras a un hombre cultivador de hortalizas, un japonés, se le llamaba Juan. Aquí se quedó. Hombre bueno y tranquilo, vivía modestamente vendiendo dulces y comidas en el Cine Terraza Sabinas hasta 1938 por las calles de Porfirio Díaz y Dr. Coss.
Los italianos llegaron en los 30’s fueron sabinenses antes de llegar al pueblo: Antonio Perrone, Vicente Rizzi, Nunciante Falcone y Francisco Petrusa. Humildes en todo, artesanos y trabajadores; como ecos del bien llegaron de la Italia libertaria hacia nosotros. Fueron una identidad fortalecedora.
El Sr. Liuskos, de Grecia… paciencia y sonrisa mediterránea, llegó y se quedó. Durante la década de los 50’s fue una figura conocida y apreciada Echo raíces y mantuvo su propio asiento. Hombre de bien, procreó una familia bondadosa. El pueblo viejo lamentó su muerte cual si hubiera sido siempre de aquí. Liuskos es un apellido incorporado a la genealogía lugareña.
A fines de la década de los40s y durante los 50s y 60s fue común observar la llegada por la carretera el turismo norteamericano y la presencia en el pueblo de pensionados y hombres de negocios de la nación vecina.
Hoy el fenómeno es otro, a escala mundial los japoneses y su tecnología están por todas partes. La imagen, la cultura y la eficiencia del país del Sol Naciente es la novedad: los japoneses laboriosos han llegado a un ciudad llamada Sabinas Hidalgo.
Sean bienvenidos. Mutuamente habremos de aprender sobre la lección de siempre: la del trabajo.
11 de marzo de 1987.