El tiempo del zapatero era el de los zapatos… el de hacerlos en su propio taller en cumplimiento del título que llevaba. No cualquiera era zapatero, se necesitaban años de enseñar, de aprender y de practicar… para ser zapatero y tener un taller de zapatería.
Nosotros ya casi no los conocimos… a lo mucho vimos las hormas y modelos de madera arrinconados en algún lugar del antiguo taller del zapatero que ya no hacía zapatos, que solamente reparaba unas costuras, arreglaba las suelas o enderezaba los tacones…
El tiempo y la técnica electrificada le mermaron el oficio al zapatero… mas el zapatero y su zapatería siguieron como escondidos, como olvidados y necesitados a la vez… continuaban pese a la avalancha industrial de los zapatos y plásticos. Así han aguantado cerca de medio siglo de progreso fabril…
El zapatero se refugió tras su mesita, con una sola horma y un martillo… ese fue el zapatero que vimos durante muchos años.
De la mesita aquella, la que daba a sus rodillas, tomaba todo el que hacía falta, todo lo que requería para sus labores: pinzas, cuchillas, tijeras, clavos, cáñamos, ceras, agujas, pinturas y trapos…
Para la imaginación infantil, el zapatero aquel era un poco sastre por lo de las tijeras y los hilos; un poco de carpintero por lo de los clavos y el martillo y un poco de talabartero por lo de las cuchillas y las pieles.
Por lo pequeño, el mundo del zapatero era fascinante… aun cuando nunca le pregunté a un zapatero lo que se sentía ser zapatero… mejor me gustaba verlos trabajar, dialogando en silencio con los zapatos destartalados, acomodándoles aquí, quitándoles allá, clavando y pegando donde hiciera falta.
Los quehaceres de aquellos zapateros los relaciono con el negocio de Don Manuel Flores, aquel que estaba en la esquina nor-poniente de las calles de Ecobedo y Porfirio Díaz, lugar donde se surtían de sus materiales… la tienda abigarrada de botes y de objetos, tenía un aspecto, casi lúgubre, la que parecía un tercio de ferretería, un tercio de talabartería y un tercio de tendajo de aguacates y otras frutas… Don Manuel era corpulento, usaba tirantes y una calvicie tan redonda como las regañadas que te daba si pedías mal las cosas.
Los zapateros aquellos me causaban admiración… como Don José Villa y sus dos hermanos allá frente a la plaza o por la calle Lerdo; o mi tío Lorenzo, por la calle de Mier y Terán; o el Sr. Antonio Rodríguez, por la calle Porfirio Díaz… trabajando en sus mesitas y caminando de vez en cuando hacia el negocio de Don Manuel…
No se cuántos zapateros de esos existan aun, mas los que existieron y los que aun trabajen son verdaderas piezas de museo… de ese museo de los zapateros escondidos desde hace décadas tras el marco de las puertas… museo que todo cabe en la mesita que topa en sus rodillas… desde donde echa a caminar de nuevo los zapatos y donde sus recuerdos se han detenido, al igual que lo antiguo de su oficio.
11 de julio de 1986.