Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño Villarreal

Noches de terror y angustia…

Agualeguas, N. L. del erial a la sublimación…

Profr. y Lic. Héctor Jaime Treviño VillarrealLa tranquilidad del pueblo solo era rota por el aviso de la proximidad de los indios “bárbaros”, partidas de indios comanches y apaches que al ser desplazados por el expansionismo territorial norteamericano, avanzaban hacia el sur, topándose con el también avance de los mexicanos para poblar las vastas tierras del norte, mucho tiempo mantenidas en el olvido y abandono.

Las interminables llanuras de norteamérica donde los naturales por tradición atávica circulaban libremente, cazando, pescando y recogiendo frutos, se vio de pronto invadida por colonos que tendieron cercas de alambre, acotando terrenos y sobre todo exterminándolos sin misericordia, así como a su fuente primigenia de alimentación y vestido: el cíbolo o bisonte americano.

Ante esta situación, las consecuencias las sufrían los villorrios establecidos, lo que venía a empeorar las de por si difíciles condiciones de vida, pues eran constantes las calamidades como sequías, inundaciones y epidemias.

Aún cuando los escasos habitantes de la llanura comprendida entre la Sierra de Picachos, hasta el río Bravo, eran hombres de paz y trabajo, se veían en la necesidad de tomar las armas, para defender su escaso patrimonio y sobre todo velar por la seguridad de sus familias.

A la una de la mañana del 16 de febrero de 1837, un hombre asustado llamó con fuertes golpes a la puerta de la casa del presidente municipal José María Villarreal; fue tal la alarma que el munícipe despertó sobresaltado y recibió el mensaje enviado por el alcalde de Guerrero, Tamaulipas, avisándole que un grueso número de indios cruzaron el río Bravo, se internaron en los agostaderos del Huizachal de los Canales –hoy Parás, N.L.- “causando algunos males al ganado de Jesús Treviño” (41); de inmediato Villarreal reunió a los vecinos, expuso la situación y decidieron enviar quince hombres montados y armados para reforzar a los cincuenta enviados por los de Guerrero; los de Agualeguas iban al mando de los cabos Cipriano Chapa y Ramón Franco.

A pocas horas de su marcha se toparon con una oncena de indios que tenían en su poder caballos robados, asegurados en un corral; al sentir a los civiles echaron fuera a las bestias, dirigiéndose a donde estaban los de su tribu; tras de algunos disparos los soldados agualegüenses se reunieron con los tamaulipecos.

Los encontraron sorprendidos pues comentaron acerca de la impresionante cantidad de “indios bárbaros, el nunca visto hasta aquí…” (42) en las cercanías del río Álamo.

Los indios asolaron rancherías y pueblos cercanos, llegaron hasta las goteras de Agualeguas pero por una razón u otra nunca atacaron el pueblo; Cerralvo, Puntiagudo-hoy Gral. Treviño, N. L.-, Guerrero y Mier, Tamaulipas sufrieron los embates de la “indiada grande” como se le llamó a este hecho, por casi una semana, pues hasta el 23 de febrero, el alcalde estuvo rindiendo informes a la superioridad. Fueron siete noches de angustia y terror para los habitantes de la villa, los que de acuerdo a detalles de las misivas oficiales, casi no durmieron y estuvieron pegados a los rifles y machetes.

Ataque de los “bárbaros”, se presentaron durante los siguientes años: en 1838, una partida de indios se aproximó a la población y atacó a los pastores de ganados; en 1840, los municipios de Cerralvo, Sabinas Hidalgo, Vallecillo y Agualeguas forman una sección de 400 hombres para perseguir a los indios y ladrones de ganados. En 1842, quinientos “bárbaros” cruzan el Bravo y arrearon la caballada de los agostaderos, llevándosela a vender a los colonos texanos.

Fue hasta la década de los ochenta, del siglo XX, cuando por fin las poblaciones norteñas descansaron, al acabar el ejército federal con las embestidas de comanches y apaches.

Referencias

41 AGENL. Correspondencia Alcaldes Primeros. Agualeguas. Caja número 9

42 Id.