Eran los años del fin del siglo XIX en un pueblo del norte de México. Una fresca mañana de otoño, en la plaza principal de aquel pueblo el estiércol de mil pájaros negros impregnaba el ambiente con un olor que se podía sentir hasta en la boca. Un hombre intentaba inútilmente espantar aquellos pájaros golpeando una lámina de acero con un garrote, mientras se escuchaba el ensordecedor canto de las urracas, tordos y cuervos entre los árboles. Por ese lugar caminaba Pablo, un joven estudiante que apenas alcanzaba la mayoría de edad, un hombre sencillo cuyo único mérito era el ser hijo de un modesto profesor de aquel pueblo. Al caminar por la plaza, de pronto le llamó la atención y se sorprendió al ver que parado en el respaldo de una banca estaba un Cuervo Blanco tomando el sol. Era tan claro este raro animal que casi se podría pensar que emitía luz propia. Pablo se acercó despacio para ver a la extraña ave que no parecía espantarse con su presencia; justo cuando estaba a unos centímetros del que quiso atraparlo, el pájaro voló hacia otra banca, Pablo lo siguió y apenas estaba a punto de atrapar al ave, éste volaba un poco más; era tanto el interés por atrapar ese raro animal que no dudó en continuar su intento por atraparlo. Siguió paso a paso, y cuando casi parecía tenerlo en sus manos el pájaro se alejaba un poco más, cuando menos lo pensó Pablo salió del pueblo, y sin mirar atrás persiguió al Cuervo Blanco entre el monte, dejando caminos y olvidando la razón del tiempo y el espacio. Al tiempo que el Cuervo Blanco se encontraba parado sobre una roca en un claro del monte, e inmóvil mantenía la vista fija y serena, de pronto Pablo volteó al horizonte y se dio cuenta de que el sol se estaba ya ocultando y solo quedaba el reflejo que daban sus rayos sobre las nubes y las altas montañas. En ese momento regresó su vista al cielo y vio que a lo alto giraba una enorme mancha de pájaros negros que poco a poco bajaban, eran miles. Enfrente de él, el Cuervo Blanco lo miraba fijamente con sus ojos grises, mientras la nube negra de pájaros se acercaba girando como un remolino que envolvía poco a poco, entre el polvo que levantaba el viento y el ruido estremecedor, al Cuervo Blanco, hasta desaparecer entre aleteos de la multitud de pájaros que hacían temblar al monte y también hacían temblar de miedo a Pablo, quien asombrado no podía dejar de mirar aquel insólito espectáculo. De pronto, cuando más intenso era el revoloteo y después de un agudo silbido, los pájaros negros se esparcieron por todas direcciones y el silencio se hizo absoluto. La tarde se transformaba en noche y era ese instante del tiempo, entre el día y la noche, donde uno podría pensar que era una tarde oscura, o una noche clara; en el horizonte se levantaba una enorme y rojiza luna llena que poco a poco alumbraba y descubría la delgada silueta desnuda de una joven mujer albina, con rasgos finos y una cabellera lisa y blanca que caía por su espalda hasta su cintura; su piel era tan clara que con facilidad se podían ver las venas azules y rojas de su cuerpo, sus ojos grises miraban fijamente y con un tono de compasión a aquel joven. Pablo, sin habla, con asombro y miedo miraba perplejo el acontecimiento. En ese momento la joven albina con delicados pasos se acercó a él y lo tomó de la mano, de pronto y sin pensarlo comenzaron a elevarse poco a poco por el aire. Pablo, con su mano sudorosa sentía la mano tibia de la mujer que lo elevaba por el cielo. Pronto se vieron las luces de los pueblos y las ciudades, atravesaban nubes y veían reflejada la luna en los ríos y lagunas, era tanto el asombro y la emoción de Pablo que no podía articular palabra, mientras, su boca sin control dibujaba una sonrisa al sentirse suspendido en el cielo. Después de un largo viaje regresaron al lugar de donde partieron. Pablo estaba muy contento y asombrado del gran viaje que realizó, fue entonces cuando la mujer albina entregó a Pablo una pequeña caja negra, y por primera vez, con una voz clara y dulce le habló:
–“Pablo, esta caja contiene el tesoro más valioso que existe en el universo: el tiempo, tu tiempo, consérvalo como lo más importante de tu vida y será extenso y bueno, la única condición que te pido es que por ningún motivo deberás de abrirla para ver su contenido”. Pablo observó brevemente la pequeña caja que tenía en sus manos, y cuando volvió su vista al frente la mujer albina ya no estaba, a lo lejos solo se veía un Cuervo Blanco que se alejaba volando por el horizonte y reflejando la luz de la luna que brillaba en todo su esplendor. Pablo se recostó en el suelo cansado y se quedó profundamente dormido. Al otro día, al despertar, Pablo pensó en el extraño sueño que había tenido; cuando se levantó vio junto a él una pequeña caja negra, y con asombro y un poco de miedo la tomó y se dispuso a regresar a su pueblo. En el camino se preguntaba todo el tiempo sobre el contenido de la caja, y ansioso pensaba en abrirla para averiguarlo, pero al mismo tiempo recordaba lo que la mujer albina le había dicho acerca de que por ningún motivo debería abrirla; siguió caminando y la duda sobre el contenido de esa pequeña caja era cada vez mayor, fue entonces que Pablo se acercó a un río, se detuvo y desesperado le ganó la duda y pensó en abrirla para ver su contenido y después la cerraría de inmediato. En ese momento tomó la caja con sus manos y con un poco de fuerza la abrió lentamente y vio que en el interior solo estaba una pequeña pluma blanca. De pronto, una corriente de aire sacó la pluma y la levantó por el aire. Pablo de inmediato intentó tomarla, pero cuando casi parecía atraparla se le escurría de las manos, corrió tras ella, pero cada vez volaba más alto y más rápido, hasta que una fuerte corriente de aire la levantó y la pequeña pluma blanca se perdió en el cielo. Triste y preocupado Pablo regresó al río sintiéndose cada vez más cansado y con el cuerpo pesado, se consolaba pensando que todo había sido solamente un sueño y pronto todo iba a pasar. Cuando llegó a la orilla del río, con dificultad se agachó para tomar un poco de agua, de pronto, de su boca salió un fuerte grito de asombro y terror al ver reflejado en el espejo del agua la cara de un hombre viejo, volteó a ver sus manos que ahora estaban arrugadas y manchadas y fue entonces cuando se dio cuenta que en un instante, el tiempo, su tiempo, se había escapado transformándolo en un anciano. Llorando de miedo se dirigió, caminando con dificultad, hasta su pueblo, pero cuando llegó todo era distinto. Sus padres y amigos ya habían muerto y no conocía a nadie, se encontraba solo en un mundo extraño y diferente al que ayer dejó y se dio cuenta que en un instante su ambición y duda lo transformaron en un hombre viejo y solo.
Por la plaza principal de un pueblo, en el norte de México, deambula solitario un viejo que con garrote en mano y ya sin fuerza, golpea incansable una lámina intentando espantar los cientos de pájaros negros cuyo ensordecedor canto se escucha junto al implacable golpeteo del fierro.
Fin