"Yo sé bien que soy una voz clamando en el desierto. Le ruego, sin embargo, no olvidar que la voz que clamaba en el desierto era la que anunciaba al Salvador"
Fernando Pessoa, En Bref, 2004.
A varios lustros, evoco aquel proceso de construcción. Sus cimientos rocosos asidos a la base sólida de la montaña agreste; sus muros lanzados desafiantes a los vientos y a todo meteórico elemento; su pórtico espacioso; ventanales abiertos a cascadas de luz que el astro pródigo, infinito, derrama; terrazas breves, pequeños jardines, uno de ellos incluso en el íntimo ámbito, a unos cuantos centímetros de la mesa olorosa a café.
Puertas, puentes, escalinatas, rampas, cielo abierto, luceros, lunas, Vía Láctea, Osa Mayor. Toda una audiencia a la música celestial. Hogar que vivía hacia afuera. Universo en contacto, diaria conversación, declaración de amor…
Era hermosa aquella casa blanca sin temor ni sospechas, sin recelo o malicia. La que abrigó, tantos años mi hogar y la que aún lo abriga, (incluyendo a mis nietos, André y a la reciente Victoria René cuando me hacen visita) La rosa de los vientos llegaba a cualquier hora, se sentaba en la alcoba, platicaba conmigo y con mis hijos niños. Ni rejas, ni candados, ni persianas, ni alarmas. Sólo aquella confianza, magnífica atalaya que, tocaba a nuestras frentes, cuando el sueño nos rendía a Morfeo y el nocturno perfume de jazmines y azahares que embalsamaba el aire…
Así eran nuestras casas, las de hace varios lustros, como fuimos nosotros, ingenuos, quizá incautos, optimistas, confiados. Así fue lo que hicimos, efusivo, expansivo y alegre; nuestros frutos, producto de los mismos nutrientes que aquel contexto limpio, dispensaban, generoso y honesto.
Veo ahora esta casa, no parece la mía, grita a los cuatro vientos su miedo, sus fobias desmedidas, más parece prisión, sobre todo, a partir del ocaso, cuando la luz del día, irremediablemente, sigue a la estrella que la pare y guía.
Llaves, cerrojos, cárceles, crujías ingratas, casi ensayos de criptas o de tumbas; voces de alerta y de alarma, centinelas desvelados, cancerberos fatigados, entre rejas los balcones así como el corazón. No más cielos ni luceros, no más espacios abiertos, no más rocío ni auroras, ni la caricia añorada, que el amanecer otorga. Ni notas de serenata, ni cantos de madrugada, ni guitarra enamorada, ni beso por la ventana. Toque de queda a la vida, el espectro del temor, la amenaza del horror, nos tienen en cautiverio; riesgo y peligro constantes en aquelarre perverso, dictan su temible credo.
Sí, no obstante aquel espíritu de inocencia y candor con el cual, hace lustros, nuestro hogar erigimos, surgió este maleficio, esta inseguridad, ¿Qué podrán construir los bienamados hijos, náufragos en este mar de piratas del mal, perdidos en esta atmósfera sin libertad, esta anquilosis de la razón, esta languidez paralizante?
En obvia oposición al mal, coexiste el bien, sin adoptar posiciones maniqueas, creamos en el germen del bien. Sin duda, sobrevuela ya, esta aldea global, dispone su estrategia al rescate de humana dignidad…