El movimiento insurgente se dejó sentir en todos los confines del Nuevo Reino de León, al grado que para el 17 de enero de 1811, se proclamó la independencia en Monterrey. Posteriormente Jiménez, Santa María, Juan Ignacio Ramón y Carrasco se reunieron con el grueso del ejército rebelde en Saltillo, entre otras cosas, nombraron a Santiago Villarreal, vecino del valle de las Salinas, como nuevo Gobernador.
Para el 22 de enero, las cuatro Provincias Internas de Oriente (Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Texas) estaban a favor de la causa y tenían organizados la mayoría de los servicios públicos. Sólo se confiscaron bienes a los europeos que se mostraron hostiles, pero en forma estrictamente reglamentada. Villarreal “en lugar de aprovechar la ventajosa situación de los vencedores y pedir rescates o hacer despojos, se limitó a ordenar la requisición de caballada para el uso del ejército libertador; tal decomiso se aplicó únicamente a los animales orejanos y de fierros desconocidos, o sea, aquellos no registrados.”1
A fines de enero de 1811, durante la visita de Jiménez, se le brindó una espléndida e inolvidable recepción; los vecinos en magna reunión reconocieron su honestidad y valor.
En contrapartida, los realistas se mostraron altaneros y crueles, martirizaron a sus prisioneros haciéndolos pasar hambres y privaciones, para exhibirlos y fusilarlos después.
Ignacio Elizondo, nativo del Valle de las Salinas, capitán de las fuerzas realistas que se adhirió a las insurgentes en la acción de Aguanueva cerca de Saltillo, el 21 de marzo, en Acatita de Baján, Coahuila, traicionó a los independentistas; Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez, Santa María, Juan Ignacio Ramón y otros héroes, fueron capturados y más tarde fusilados.
Tales sucesos ocasionaron que los vecinos del Nuevo Reino, dieran marcha atrás, declarándose de nuevo partidarios del gobierno virreinal. En primero de abril de 1811, Santiago Villarreal fue sustituido por una junta provisional de gobierno.
La insurrección pareció haber terminado, sin embargo, en diversos lugares, la lucha por la libertad siguió propagándose, sobre todo en la parte norte, entre los indígenas, mestizos y criollos del río Salado.
El 10 de junio de 1812, las autoridades de Vallecillo informaron a la superioridad, de una serie de conspiraciones encabezadas por lo señores Manuel Díaz de la Serna y José Guadalupe Caso, ambos de gran simpatía y popularidad en el Real. Según testigos, “estos individuos desde tiempo atrás, entablaron pláticas con cabecillas indígenas, a fin de levantarse en armas en contra de los abusos e injusticias cometidas por los pudientes del lugar, que con el consentimiento y disimulo del gobierno realista, explotaban y torturaban a muchos indios.”2
En primera instancia se investigó sobre tales conductas, posteriormente, según orden real, se exigió el arresto, para tranquilidad de la provincia y a fin de aplicar las penas correspondientes.
Un piquete de soldados del cuartel de Vallecillo, salió rumbo a las casas de los implicados con la finalidad de realizar la aprehensión. Momentos antes, una mulata muy conocida en el pueblo, llamada Gertrudis, puso sobre aviso a los infidentes, estos con mucha prisa lograron sacar algunas armas que tenían escondidas en el granero y mandaron como pudieron a su familia para Sabinas, luego se perdieron en el monte. Gertrudis fue hecha prisionera, para su desgracia cayó en manos de un sanguinario capitán, según documentos fue brutalmente torturada hasta morir.
De los fugados ya nada se supo, probablemente perecieron víctimas de la represión. Lo que sí consta en papeles de la época, es el acoso y persecución sufrida por sus familias.
Referencias
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CONDE, Alma Rosa. et. al. Los Gobernantes de Nuevo León, Historia (1579-1989). México, J.F.R Fortson y Cía, S.A. Editores. 1990. p.47
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Archivo General del Estado de Nuevo León. Correspondencia de Alcaldes Primeros de Vallecillo. 1812.
Mario Treviño Villarreal
CIHR-UANL