Por todo el país se movían las huestes revolucionarias no hubo un solo rincón de la Patria que no se conmoviera, con el espíritu reivindicador que abría la posibilidad de un mundo más justiciero y de una sociedad más igualitaria.
En Sabinas allá por 1898, había nacido un niño que como todos los nativos ayudaba a sus padres en las labores del campo, en plena juventud mientras uncía la yunta o manejaba el arado para abrir el vientre de la madre tierra y depositar en él la semilla que habría de fructificar para darles el pan de la subsistencia. Soñaba con realizar sus anhelos, comprándose una hermosa cabalgadura con todos los arreos nuevos y reluciendo rechinadores, pasear la calle donde vive la dueña de sus sueños.
Todos los días acostumbraba bajar a la acequia de los vecinos donde se había formado un abrevadero, a tres cuadras de su casa, ya vivía por la calle Bravo al Sur. Jalaba tres caballos, tirando de las riendas, montando en una mula parda; se desmonta, silbando una melodía en boga y les afloja las cinchas para que tomen agua tranquilamente.
Está absorto en su tarea cuando de pronto se ve rodeado de un grupo de jinetes que imponen con su presencia, pues además de traer paliacates anudados al cuello, sus sombreros están arriscados y traen el pecho cruzado por cananas llenas de parque, portando en sus manos fusiles máuser y 30/30 así como pavorosas pistolas al cinto. Le hablan con rudeza y le dicen que le van a confiscar sus animales pues la causa revolucionaria los necesita.
Trata de protestar y lo amenazan y le hacen saber: que si es hombre deje su casa y se vaya con ellos a hacer la Revolución.
El temple del muchacho es fuerte y sin pensarlo dos veces, y sin pedir permiso a los suyos, decide acompañarlos, ya que en las pláticas de su casa y en la de los vecinos ha oído hablar de los que se fueron a la bola.
Con el corazón contrito por dejar a sus familiares sin avisarles, pero con el alma llena de ilusiones porque va a recorrer la Patria toda: se fue a la lucha armada.
Más tarde sus padres por pláticas de los vecinos, supieron que unos hombres armados se lo habían llevado rumbo al Norte.
Su padre, un hombre respetable de luenga barba blanca, trata de localizarlo y hace gestiones por todos lados y solo tiene noticias aisladas, que le traen algunos conocidos: que lo vieron por Villaldama, por Laredo, por Coahuila. Pasan los días y los meses y la tristeza embarga al anciano que no tiene consuelo en su dolor; entregando en su último aliento una oración por la supervivencia de su hijo.
Mientras tanto el joven se transforma en hombre de valor y audacia, de caballerango que empieza siendo se convierte en CABO DE REGIMIENTO DE CABALLERÍA.
Participa en muchas batallas siendo la más memorable la toma de la Ciudad de Monterrey, el 24 de Abril de 1914, como Miembro del Ejército Constitucionalista.
Después de recorrer los campos de batalla de la patria en 1928 es liberado del Ejército, vuelve a su solar nativo el CABO DE CABALLERÍA: ALEJANDRO INOCENCIO BOTELLO a depositar en el regazo de su Madre los laureles conquistados.
Dio su esfuerzo y su vida, por legarnos una Nación más próspera y más justa.
El 19 de Febrero de 1978, fallece, llevándose la satisfacción de haber sido uno de los soldados mexicanos que lo dieron todo por su Patria.
Profr. Santos Noé Rodríguez Garza
Cronista