El profesor Francisco J. Montemayor le dispensaba una amistad muy especial a Don Santos, pues conociendo sus habilidades manuales, las elogiaba y lo estimulaba para que hiciera lo que pudiera llamarse un prodigio.
El profesor Francisco J. Montemayor le dispensaba una amistad muy especial a Don Santos, pues conociendo sus habilidades manuales, las elogiaba y lo estimulaba para que hiciera lo que pudiera llamarse un prodigio.
La esposa del profesor Montemayor, tenía una debilidad visual que la obligaba a usar anteojos con cristales de muchas optrías, un día en el trajinar de su casa, se le cayeron los lentes, y habiendo pegado de canto, se le rompió el cristal la esquina donde estaba sujeta la pata; para la señora fue una verdadera tragedia pues quedaba impedida para hacer sus labores domésticas; además tendría que trasladarse a la ciudad de Monterrey para que un experto, los compusiera o bien le graduaran unos nuevos.
Todo ello representaba un verdadero problema, el Profesor Panchito le dijo: –¡Cálmate voy a tratar de encontrar quien te los repare! –¡es casi imposible, pues el cristal se rompió donde está el tornillo que sujeta la pata! Tomo su bicicleta y en el camino de búsqueda se acordó de Don Santos, llegó a su casa y lo encontró en su mesa de trabajo, donde reparaba relojes y pistolas; le expuso el problema y le mostró, la armazón de los lentes; Don Santos movió la cabeza y le indicó que era casi imposible hacer la reparación.
El Profesor lo conminó a que hiciera un esfuerzo y lo alabó y le señaló las cualidades manuales que sabía le eran muy propias, en un intento por estimularlo y Don Santos le dijo: ¡déjemelos, voy a ver que puedo hacer!
Estuvo un rato pensando y luego se levantó, y fue a buscar una armazón de paraguas antiguo, pues éstos tenían unas varillas, que estaban hechas de acero. Cortó un trozo y con el esmeril, empezó a darle filo a uno de los extremos, hasta que logró que se formase una punta estilo diamante y enseguida: sujetó los lentes para que no se movieran y empezó a girar con lo dedos, sobre el cristal, la herramienta que había elaborado, le ponía de cuando en cuando una gota de aceite Singer, para evitar que se calentara y estrellara; así estuvo con paciencia girando la herramienta hasta que después de un gran rato pudo perforar el cristal.
Colocó la pata y la atornilló, quedando un poco desequilibrada por la rotura del cristal, pero los anteojos se ponían en la casa y quedando en su lugar. Me tocó en suerte ser el mensajero que le llevara la buena nueva a la Sra. Ernestina, quien al ver el trabajo, dio muestras de gran alegría y le gritó al Profesor Montemayor ¡Mira Panchito, el milagro que acaban de hacerme! ¡Te dije, que ese hombre podía! Y al preguntar por el precio del trabajo, se quedó sorprendido cuando le dijo: ¡que mi Padre decía que no era nada!, pues aquello era solamente una prueba de amistad.
El Profr. Francisco J. Montemayor, correspondió aquel gesto de amistad con un hermoso artículo, que publicó en la columna Sucedió en mi Pueblo, el 23 de octubre de 1954, en el periódico Semana, donde su pluma privilegiada y su lenguaje excelso hicieron alabanzas de las cualidades de Don Santos.
La familia vive agradecida, y guarda como un hermoso tesoro aquella pieza literaria de tan noble factura.
Continuará…
Profr. Santos Noé Rodríguez Garza