En cierta ocasión estaba Don Santos en el Rancho del Encinal, propiedad de Don Luis González Garza adonde había ido a reparar el papalote.
Cayó por la tarde y noche un aguacero de los que eran frecuentes en algunas temporadas del año; se quedó a dormir haciendo compañía a un grupo de personas, entre ellas un gringo de apellido Harper, que había ido al rancho a separar el ganado que iba a comprar.
Al amanecer: el extranjero expuso la necesidad que tenía de volver al pueblo para regresar a su país, pues ya había completado la cuota de ganado que necesitaba.
La humedad del camino era tanta que las camionetas no podían transitar, eran muy pesadas y se hundían en el fango.
Don Santos les ofreció a Don Luis y al norteamericano, que él los trasladaba en su Ford, Don Luis aceptó de inmediato, pues ya sabía de lo que era capaz la fortinga, el Gringo no estaba muy convencido, al final se decidió y emprendieron el camino de regreso.
Ya transitaban por el Sendero Ancho, que así se llama el camino, cuando llegaron a un tremendal donde se hundieron las ruedas del mueble.
El extranjero se preocupó y le dijo a Don Santos: ¡le van a salir raíces a esa troca!; Don Santos lo calmó y le mostró un juego de cadenas que él colocaba en las llantas y que le daban mayor agarre.
Salieron del atolladero y siguieron su camino traca-traca, paso a paso, rumbo al pueblo; entonces el gringo le dice a Don Santos ¡yo cambierte mi truk nueva por la tuya; estar nueva y aquí no servir!.
Llegaron al pueblo después de varias peripecias, el norteamericano se mostró muy satisfecho y recompensó generosamente a Don Santos con una buena paga y lo felicitó por el buen servicio que prestó su Ford.
Continuará…
Profr. Santos Noé Rodríguez Garza