La conocimos hace mucho años, allá cuando pequeños caminábamos de la mano de nuestra madre rumbo a la Quinta Gloria, que se ubicaba allá cerca del panteón del pueblo, el único panteón en aquella época y hoy llamado el panteón del barrio del Aguacate; por aquella calle Guerrero, aquella calle de doble circulación, donde la mayoría de los “muebles” que encontrábamos en nuestro caminar era coches y carretones; y de vez en vez, uno que otro vehículo de motor que nos llenaba de polvo, en aquella antigua calle de terracería; pero nos gustaba transitar por aquellos majestuosos árboles de aguacate, que unían sus ramas formando un hermoso túnel con sus vistosos ramajes verdes.
Allí en el cruzamiento de las calles Aldama y Guerrero, estaba Doña Olivia, quien en forma diligente atendía un pequeño y bien surtido comercio de abarrotes.
Había en aquella época la “costumbre” de vender fiado, donde el cliente llevaba una libretita y le decía a Doña Olivia “apúntemelo”.
Doña Olivia era una persona muy conocida por su “don de gente”.
Era la época de la cosecha del aguacate y al pueblo llegaban muchas gentes que trabajaban con las breveras bajando aguacates, muchos de ellos venían de Ciudad Mante, Tamaulipas; y Doña Olivia les fiaba mercancía, hasta que ellos recibían la paga, es decir, hasta el fin de temporada del aguacate.
Doña Olivia fue una persona ampliamente conocida en el “Barrio del Aguacate”, tenía además sus gestos filantrópicos. Hoy nuestro personaje fue Doña Olivia.