Llegaron en un diminuto carro color rojo, ella al bajarse casi pierde el equilibrio, luego había que atravesar una línea plateada de cristalinas aguas que apenas, sí, apenas delineaba un pequeñísimo arroyuelo; a pesar de ello corría por la superficie de la tierra y era ancho y había que meter los pies en aquellas frescas aguas; ella titubeó y fue entonces que al observarla detenidamente vi su cabeza cubierta con una pañoleta, con la que cubría el escaso cabello que aún no caía; luego la vi que observaba detenidamente las alturas de las montañas que nos flanqueaban por los lados.
Ella era una mujer muy joven, ese día era acompañada por su madre y tal vez algunos amigos o quizás algunos de sus hermanos.
La observamos mirar el horizonte, tranquila, serena, quizás esperando el final, pensando en el día en que el cáncer se la llevará y tal vez diciendo para sus adentros ¡maldito cáncer! me matarás y me llevarás, pero tú te morirás conmigo y te irás conmigo; o quizás muy dentro de su ser aún brille una luz que diga: la esperanza, aún es mía.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.