Setenta años se dicen fácil… la calle Mina al sur, en aquel tiempo en el que al transitar por ella se llegaba al cruzamiento con la “Calle del Alto”, después con la “Calle de Piedra”, continuando para llegar a la “Calle Real” y antes de entroncar con la “Calle de la Estación”, había en ese lugar una serie de viviendas que se rentaban a familias del pueblo; a aquellas familias, que recién empezaban a convivir, es decir a formar un hogar.
Ese sitio tenía una característica, todas las viviendas tenían puertas hacia la calle, pero tenían un enorme patio en común; donde los chiquillos a temprana hora llenaban de algarabía.
Allí vivía aquel hombre y su esposa; ella dedicada a las labores del hogar y él a la venta de dulces, dulces de las más variadas clases, traídos desde la ciudad de Monterrey.
Un buen día, la “casera” aquella mujer de carácter bonachón, ya entrada en años y encargada de cobrar la renta, le dice a la inquilina: ¿Y por qué tu marido en lugar de comprar los dulces y venderlos, no los hace él? Yo les voy a enseñar a hacer dulces de leche, el aprendizaje fue rápido y así aparecieron por primera vez en aquel lugar las “leches quemadas”, que se empezaron a vender en pequeños pedacitos de “papel plomo”.
En uno de los viajes a la ciudad de Monterrey, Don Basilio trae conitos fabricados con harina y aquella pequeña industria familiar empieza a crecer.
Allá por el año de 1937, tuvieron sus inicios los famosos “conitos de leche Reyna” Hoy la familia Reyna Lozano continúa con aquella gran tradición y con su lema “En dulces y helados nunca nos hemos equivocado”.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.