Su infancia la pasó en este pueblo enclavado entre montañas, él oía hablar de Santa Clara, Minas Viejas, el Rincón de Matías, el Rincón de las Calaveras, de la mina “La Pachona” y conocía los nombres de los manantiales de la sierra que existían en aquel entonces, de aquellos manantiales de donde brotaban las cristalinas aguas que formaban hermosos arroyos con cantarinas cascadas, donde apareciendo los primeros rayos del sol, revoloteaban hermosas mariposas y se escuchaba el trinar de los pájaros que daban la bienvenida al astro rey.
No se sabe en que parte del pueblo vivía, lo que si se sabía es que fue poco tiempo a la escuela, pues tuvo que abandonarla para ayudar a sus padres en las labores del campo.
Ya adolescente se va del pueblo con sus padres en busca de nuevos horizontes; pero aquel joven nunca olvidó el poblado y allá en un rinconcito escondido de éste México nuestro; recordaba el caserío, la plaza, los arroyos, las montañas, la iglesia y todas aquellas vivencias que habían quedado grabadas en su mente.
Un buen día escribe un corrido a Sabinas Hidalgo y tanto era su amor por el pueblo que lo manda grabar en un acetato de cuarenta y cinco revoluciones, posteriormente y con el disco en la mano se dirige al pueblo que lo vio nacer para que fuese “tocado” en la radiodifusora local, pero ¡oh! desilusión, en nuestro pueblo aún no había estación de radio.
Se sienta en la banca de la plaza, aquellas bancas blancas de granito de hace tiempo y desde allí, con aquellos rayos tenues de los faroles que iluminaban ese parque popular, observa los contornos del templo.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.