Hace días observábamos las tiendas llenas de gente; mujeres, hombres, niños, jóvenes, que siguiendo la política del consumismo, adquirían perfumes, joyas, vestidos, pasteles, cajas de chocolates, arreglos florales, ositos de peluche, etcétera.
Todo para regalar al amigo, a la amiga, al esposo, a la esposa, a la novia, al novio o a alguien en especial con motivo del amor y la amistad.
Más tarde, ya en casa, alguien me dice: ¿Recuerdas a la anciana que vive detrás de donde vivimos nosotros? ¿Cuál? pregunté de inmediato y me contestaron, la que vive con su nieta. ¡Sí! ya la recuerdo: Es una mujer acabada, no por el paso de los años, sino por el trato de la vida, los años dejan huella física, la vida lastima y lacera el corazón.
Ella fue abandonada por su esposo y sola se hizo responsable de siete hijos. Trabajó, luchó denodadamente, sacó fuerzas de su flaqueza y los sacó adelante; vivió debajo de tablas y cartones protegiendo a sus hijos con su propio cuerpo y repito, los sacó adelante y se sacrificó enormemente por uno al que llevó hasta una Facultad Universitaria; hoy todos al menos se defienden y el universitario posee propiedades y mansiones, así como millonarias cuentas bancarias, sólo que ha permitido que el orgullo, la vanidad y la ambición borren de su cerebro todos los esfuerzos y vicisitudes de quien ayer pedía para darle a él.
Hace poco fue el día del Amor y la Amistad, día en que este “buen hijo” pone a su madre de “patitas en la calle” ¿Cuál amor? ¿Cuál amistad? A este “hombre” se le olvidó quien lo trajo.
Pero así está el mundo y éstas son “Nuestras Cosas”.
Hasta la próxima.