Vivimos en una ciudad de valores subvertidos, donde la competencia despiadada en todas las actividades producto del ajetreo diario para conseguir el sustento, se ha convertido en una lucha difícil que absorbe casi todo el tiempo al individuo, quedándole pocos momentos para el esparcimiento y la recreación, diluidos en las fugas de fin de semana aplicadas en atragantarse de deportes en la televisión o las ya muy clásicas "pachangas" con el pretexto de la carne asada.
Los valores e ideales perseguidos con afán en otras épocas están soterrados, pasó de moda el buscar la vida eterna mediante acciones meritorias que implicaban sufrimientos y privaciones; se dejó en el arcón de los recuerdos el tratar de trascender en la memoria de la comunidad, labrarse un nombre limpio, honesto para dejarlo como legado a los descendientes, realizar obras científicas o artísticas, en suma heredar honestidad, cultura, trabajo, esfuerzo y capacidad de servir.
Hace cincuenta años, el 27 de abril de 1957, en la publicación titulada "El Monitor", el polémico Doctor Mateo A. Sáenz Garza, escribió: "¿Cuál es el ideal actual? No nos engañemos y digamos la verdad por dolorosa que sea: el ideal actual es tener éxito económico, al niño no se le prepara para que sirva mejor, sino para que viva mejor desde el punto de vista económico. Tener dinero es la suprema aspiración del niño y adolescente; sabe, intuitivamente o por los ejemplos que ve en torno de él, que el dinero cubre los defectos, inventa las virtudes, justifica los errores y hasta le puede servir para ganar el cielo y constituir un ejemplo a las generaciones futuras".
Señalaba El Maestro: "El hábil comerciante, el capitán de industria, el banquero, el político enriquecido, aunque hayan obtenido los medios económicos de que disponen, no precisamente con su trabajo honrado o con sus méritos y capacidad personales, sino con robos, sucios manejos, inmoralidades, usura o traiciones, obtienen poder político, compran prestigio de honestidad, de bondad y hasta de belleza y recibe el constante incienso de aduladores que incapaces de competir en cuanto a la bellaquería, se contentan con recoger las migajas que caen de la mesa de los vencedores… y todo se sacrifica ante ese ideal".
La actualidad de tales reflexiones nos hace pensar en la necesidad de modificar tal estado de cosas, llevado al extremo por la rabiosa política económica neoliberal, instrumentada por quienes dirigen política y económicamente a nuestro país; muchos de nuestros jóvenes nos asombran al decirnos que tienen como lema: "El que no tranza, no avanza", tal es la consecuencia de los niveles de corrupción y deshonestidad a que se ha llegada en todas las esferas de la sociedad.
Las consideraciones anteriores vienen a cuento ante la indiferencia e indolencia con que las autoridades han visto el deterioro del patrimonio cultural, como plazas de gran tradición histórica, edificios tratados con desprecio, estatuas abandonadas, removidas y depositadas con desdén en alguna bodega o patio municipal; todo ello es consecuencia de no valorar en toda su dimensión el aspecto cultural, relegándolo en función del material.
Estamos de acuerdo que la sociedad demanda dar prioridad al bacheo de calles, introducción de servicios, mejoras a colonias y parques, en pocas palabras, resolver los problemas que aquejan a la comunidad, pero de ahí a que se deje en el olvido las manifestaciones culturales, ese es otro cantar, nuestros políticos deben aprender que las tareas culturales son la cara amable de la función pública, no son hechos marginales de personas chifladas, idealistas, estrafalarias, aunque algunas personas del medio cultural lo sean.
Veamos el caso concreto de las estatuas en el área metropolitana, las hay para todos los gustos y disgustos; la carencia que se tenía de ellas hace dos décadas, se ha subsanado, algunas de muy buena calidad, tanto material como artístico, otras son verdaderos adefesios.
Monterrey se ha caracterizado por ser la ciudad donde las estatuas son nómadas, cambian de sitio con frecuencia, siga usted la trayectoria de las estatuas de Madero, Escobedo, el monumento a la Madre, el Dios Bola, Juárez, Gonzalitos, entre otras y nos dará la razón, aparte del robo de las placas, acción que ha sentado sus reales en los últimos meses.
La fracción VII, del artículo 3o. de la ley que creó el Consejo de la Cultura de Nuevo León, publicado en el Periódico Oficial del 5 de junio de 1995, expresa que una de las atribuciones del Consejo es la de "Integrar el Patronato Estatal Pro-Defensa de los Monumentos, que se regirá por la Ley del Patrimonio Cultural del Estado de Nuevo León", publicada ésta en dicho órgano oficial el 23 de diciembre de 1991. En fin, por leyes no paramos, pero en la práctica no funcionan, fallan los funcionarios involucradas en ellas.