En el aspecto meteorológico este ha sido un año caótico, se pronosticó fuerte sequía, pero los fuertes calorones han dado paso a las lluvias que han provocado inundaciones, acompañadas de una buena cauda de damnificados y lamentables muertes.
Los lamentables sucesos nos llevan a considerar las inundaciones en el área metropolitana de Monterrey, urbe propensa a sufrirlas, gracias al crecimiento urbano desmedido, sin control ni planeación; metrópoli que creció a pegotes, con fraccionadores voraces cuya ambición económica los llevó a construir viviendas en lugares de alto riesgo, sin menor respeto a la naturaleza apoyados y solapados por la incuria oficial.
Parece ser que este tema cobra vida solo cuando llueve, nos alarmamos, ponemos el grito en el cielo, reclamamos, acusamos con índice de fuego a los gobernantes pasados y presentes, sufrimos las consecuencias por los pasos a desnivel inundados, las calles y avenidas convertidas en verdaderos ríos, drenaje pluvial escaso, ineficiente, repleto de basura y otras calamidades; pasan las lluvias y el encono y las incomodidades se las lleva otro río: el Leteo, el río del olvido.
No aprendemos de las lecciones del pasado, ya el primer cronista del Nuevo Reyno de León el capitán Alonso de León en su magnífica crónica fechada el 26 de julio de 1649, describió lo contrastante de la región en su aspecto climático, conviene recordarlo: "Tiene invierno y verano y ésos con tanto extremo, que el uno es demasiado frío y el otro en extremo caliente. Hiela por noviembre, bien; febrero y marzo mejor. Nieva por diciembre y enero, a veces tanto, que quedan un día entero los campos colgados de los árboles; y en la sierra dura por más de dos meses la fuerza de las aguas. Y cuando los ríos crecen es por septiembre y prosiguen las lluvias menudas lo más el invierno. Los caniculares son calidísimos y en ellos pocos años llueve. Los aires más ordinarios que corren son dos: en el invierno, norte muy frío; de marzo a octubre, sur, y corre desde medio día hasta la madrugada".
Narra también la primera inundación que sufrió la entonces incipiente ciudad de Monterrey en el año de 1612, lo que obligó a las autoridades a cambiarla de sitio; los registros de los daños causados por las lluvias, avenidas del río e inundaciones se encuentran consignadas en nuestros archivos, donde sobresale la gran tragedia de 1909, en que el regiomonte sufrió los estragos de un ciclón que produjo casi 4500 muertes, una de las mayores catástrofes en la historia de América Latina.
El ciclón procedente del Caribe azotó Cuba, Puerto Rico, Jamaica, Haití y República Dominicana, para luego golpear costas mexicanas penetrando por el estado de Tamaulipas, siguiendo una trayectoria similar al huracán Gilberto, que dejó su funesta huella el 17 de septiembre de 1988. La capital regiomontana había sido azotada por las embravecidas aguas del río Santa Catarina el 10 de agosto de 1909, causando algunas víctimas y cuando las fuertes lluvias azotaron la región en el atardecer del día 27 y continuaron el 28 de ese mes y año, los regiomontanos pensaron que librarían el peligro como lo habían hecho en la ocasión anterior.
Pero no fue así, los 32 cañones que forman la cuenca del río, se hincharon de agua que se desbocó materialmente sobre la población en rauda caída desde los 3000 a los 534 metros de altitud sobre el nivel del mar en que se asienta Monterrey, es decir un torrente incontrolable que arrasó con 300 manzanas de la ciudad, causando innumerables destrozos y más de cuatro millares de víctimas.
Héroes los hubo, aquellos que sin pensar en sus propias vidas se lanzaron a las tempestuosas aguas del Santa Catarina para rescatar a quienes eran arrastrados por la corriente; el escenario se tornó dantesco al anochecer del día 27 y para colmo la luz eléctrica se interrumpió al caer los postes y alambrado, haciendo más patética la situación, sobre todo, para los habitantes del populoso barrio de San Luisito, hoy colonia Independencia quienes sufrieron los mayores estragos al subir el agua hasta la actual calle de 2 de abril.
Es pertinente hacer notar la solidaridad de los regiomontanos ante el desastre y con la ausencia del gobernador Gral. Bernardo Reyes, quien se encontraba veraneando en Galeana, N. L. pronto formaron un comité integrado por la ciudadanía que se encargó de dar auxilio a damnificados y heridos, en un claro ejemplo del deber cívico, actuando con honradez y transparencia, pues todos los recursos económicos y materiales conseguidos fueron debidamente registrados, dándose a conocer al público mediante la prensa.
Las inundaciones de 1933, 1936, 1967 y 1988 nos trajeron nuevas lecciones, no las hemos aprendido, hace falta apropiarnos de la "cultura de la prevención, de las previsiones a tomar en presencia de tal fenómeno meteorológico e incluso como sugería el primer cronista oficial de Monterrey don José P. Saldaña, hacerla obligatoria en las escuelas.