Parece que fue ayer, es una de las frases favoritas para recordar algún hecho cuya trascendencia caló hondo en el ser humano o en una comunidad y efectivamente parece que fue ayer, cuando un movimiento casi telúrico sacudió el centro de Monterrey y en pocos meses lo convirtió en algo parecido a una zona de desastre.
Era el inicio de la década de los 80"s del siglo XX, cuando se inició la construcción de la Gran Plaza, obra que según el recordado cronista don José P. Saldaña "cambió la cara de Monterrey y devolvió a los regiomontanos el orgullo de serlo".
La faraónica obra emprendida durante la administración de don Alfonso Martínez Domínguez, era urgente y necesaria; el mismo Gobernador señaló que la ciudad era "chaparra, sucia y fea", lo que no dejó de molestar a ciertos sectores de la población.
Los encargados de cristalizar el proyecto expusieron que la degradación urbana en el centro de Monterrey, llegó al extremo de amenazar la salud pública con el canalón de drenaje abierto, serpenteando entre las casas; anuló las plazas y encajonó los edificios públicos más importantes de la ciudad y del Estado.
Además, asfixió el primer cuadro con angostas callejuelas y edificaciones deprimentes; originó graves y permanentes congestionamientos del tránsito, que afectaban a diario todas las actividades de la metrópoli. Depauperó el principal centro político, religioso, comercial y de negocios del Estado y se convirtió en un cáncer que era necesario extirpar, para dar a Monterrey un perfil urbano nuevo, moderno, acogedor, hermoso.
Martínez Domínguez, al iniciar dicha transformación urbana, dijo: "el centro de la ciudad de Monterrey está congestionado, en plena decadencia urbana y en proceso destructivo que no requiere demostración"; los trabajos se iniciaron en un rectángulo de 40 hectáreas con la reubicación de 283 familias y 310 negocios, no sin cuestionamientos, ante el derrumbe de algunas casas con valor histórico y sobre todo del siempre añorado cine Elizondo, con su hermosa decoración interior.
La Gran Plaza o mejor conocida por el pueblo como la Macroplaza, es una parte distintiva de la ciudad y del Estado, ha cumplido con creces los objetivos que enmarcaron su construcción, pero sobre todo, es un espacio para el pueblo pueblo, que se vuelca los sábados en la tarde y los domingos con verdadero júbilo; la gozan a plenitud los "sin auto", los sufridos viajantes en esas vergüenzas regiomontanas llamados camiones urbanos.
Los motorizados la contemplamos desde la comodidad del carro o camioneta, pero al bajarnos y caminarla, disfrutamos de espectáculos en el Teatro de la Ciudad, Museo de Historia Mexicana, arreglamos asuntos en los palacios Municipal y de Gobierno o en el Congreso o Tribunal Superior de Justicia; admiramos la Capilla de los Dulces Nombres, la Catedral, Marco y otros edificios de interés histórico y arquitectónico o contemplamos sus monumentos como la Fuente de la Vida, el Faro del Comercio y otros, ojalá ya no instalen más, basta con los actuales.
Pero la Gran Plaza ha sido también el escenario de la problemática social: huelgas de hambre frente a Palacio de Gobierno, mítines en la Explanada de los Héroes, marchas y manifestaciones como las tumultuosas y combativas del magisterio en contra de la Ley del ISSSTELEON, o las protestas del PAN, después de los comicios de 1985, donde "el siempre gris" Fernando Canales y sus huestes, probaron el trago amargo de la represión.
Lugar de referencia para mostrar a los visitantes, sitio propicio para dar rienda suelta a los devaneos amorosos en los rincones del Parque Hundido o en sus amplios y sombreados jardines, ¡cuántos noviazgos se iniciaron, terminaron ó reconciliaron allí! y hasta nuevas vidas se han concebido, algunas frisan ya la ciudadanía.
No todo ha sido felicidad, a don Alfonso y su gentes, se le olvidaron los urinarios y las escaleras que conducen a los estacionamientos son utilizadas como "meaderos" colectivos; el hermoso adoquín, tan maltratado por la construcción del Metro, fue sustituido por "Chema Elizondo" por concreto estampado, ruidoso y resbaladizo y el otrora popular "Benjas", en actitud santanista, vendió una parte de la Gran Plaza, para saldar deudas dejadas por malas administraciones.
Hoy, Gran Plaza, requieres una acicalada, hasta fiesta te haría yo; las autoridades no deben olvidarte y deben evitar a toda costa tu mutilación.