Reconocer y valorar la función del maestro en México y el mundo, no es cosa de todos los días, más bien, es un hecho inusitado, aislado, se da cabida en la prensa diaria y en los noticieros radio-televisivos y de Internet, a las situaciones embarazosas y negativas del magisterio, no a la proeza diaria, no a la faena cotidiana, no a las pequeñas historias llenas de heroicidad, de esfuerzo y tesón.
La tarea destructora de los enemigos externos e internos del magisterio, se centra en atacar el poco tiempo de faena, las dobles plazas, el exceso de vacaciones, prestaciones y algunos cuestionan los ¡altos salarios!
Lo anterior demuestra ignorancia supina del trabajo magisterial, en primer lugar el calendario escolar, los planes y programas de estudio y la calificación mínima de cinco en la nota de evaluación, no los establecen los maestros, sino la Secretaría de Educación Pública; en segundo lugar, cuando el gobierno federal se vio en la imposibilidad de atender la demanda educativa y ante la escasez de aulas, se sacó de la manga los turnos, que luego se tornaron en conquista sindical.
En la actualidad, los padres no quieren el turno discontinuo, aquél en que íbamos a la escuela en la mañana y luego volvíamos en la tarde, allá en nuestro Sabinas Hidalgo, N. L. y eso ocurría en casi todos los pueblos y ciudades de México y de hecho ya no existe.
En las áreas urbanas se pelea con afán desmedido el turno matutino, para que los niños y adolescentes asisten en la tarde, voluntarios o a la fuerza, a toda clase de cursos: inglés, computación, natación, karate y otras actividades, con el propósito de que el muchacho aprenda otras disciplinas o al menos de mantenerlo ocupado; duro es reconocerlo, pero algunas de nuestras escuelas primarias y secundarias se han convertido en meras guarderías, que solucionan el problema familiar consistente en dónde dejar al hijo, mientras padre y madre trabajan.
El profesor aprovechó esta situación, no creada por él, para mejorar su escaso salario, algunos trabajan doble o triple plaza, con la consiguiente merma de la calidad educativa, salvo excepciones; no ignoramos que dentro del millón de profesores mexicanos, hayan los consabidos prietitos en el arroz, cuyas malas acciones ocupan espacios en la prensa, radio y televisión y se sataniza a un gremio, por los hechos aislados de unos cuantos.
Cada Día del Maestro vienen a mi mente las palabras expresadas en 1995, por Agustín Rodríguez Carranza, maestro forjado en las duras y ásperas trincheras del periodismo; con su venia las repasamos: "Es un lugar común, ciertamente, pero es una verdad irrefutable ¡…estamos en deuda con los maestros! Cada ser humano, por opulento o indigente que sea, le debe algo a un profesor.
Y a juzgar por nuestros hechos, todo parece indicar que hemos olvidado esa deuda sagrada: caímos en la trampa de la ingratitud. Sobre todo en los últimos tiempos, nos dejamos arrastrar por campañas dolosas que hunden al magisterio en el desprestigio, en el vituperio. Y nos quedamos tan tranquilos, sin remordimientos, desaprensivos en el desacato al amor.
Consuetudinarios lanzadores de lodo, contumaces mercenarios de la injuria impune, morbosos destructores de desprestigios ajenos, siembran la costumbre enferma, que nos hace ver en cada maestro a un ser improductivo, lioso, estulto. Desde luego que es injusta la generalización, porque no será por algunos, que debemos caer en la majadería de calificar por igual, a la parte noble del magisterio que es, sin duda, la gran mayoría.
Estamos en la obligación de subrayar a los malos elementos, a fin de que veamos la esencia pura de casi todos los maestros: son apóstoles, formadores de hombres, ciudadanos que aportan luz en cada generación. Les pagamos con maledicencia, con ingratitud, con oídos prestos a todos los canallas que los difaman.
La sociedad en general debería auspiciar un movimiento nacional para rescatar la figura del maestro, que volvamos a la veneración y al respeto que se merecen; que en todos los hogares se hable del profesor, como lo que en términos generales: un constructor del futuro.
Menosprecios, bajos salarios, campañas perversas, maledicencia entre los propios niños, en los hogares; líderes inverecundos, políticos que festinan el agotamiento físico y moral del maestro; idiotas que gozan cada caída de los profesores. Hemos devaluado la parte más noble de la sociedad, y no vale el argumento de que hay muchos verdaderamente indeseables, porque no hay que olvidar, que en todos los gremios hay gente buena y gente mala: abogados, periodistas, ingenieros, artesanos, estudiantes, en fin ¡todos! tienen en su seno la carga humana de luces y de sombras.
Al olvidar la deuda que tenemos con cada maestro, estamos enseñando lo peor de nosotros mismos. Ofender a hombres y mujeres que sacan de la oscuridad a millones de niños y que marcan rumbos a estudiantes de niveles superiores, es mostrar una grave descomposición social. Yo, por mi parte, dejo aquí mi amor, mi emocionada gratitud para mis maestros… les debo tanto".
Asi es, estimados lectores, analicemos despacio y con profundidad las párrafos anteriores, para comprender cuanta razón hay en dichos pensamientos.
Por otra parte, es muy raro encontrar en el círculo de amistades de cada uno de nosotros, quién no recuerde a sus maestros, o alguno de ellos: a la maestra de primer año ¡cuánta ternura en aquella mujer!, ¡cuanto cariño para enseñar!, al adusto director o aquél profesor que todos le temíamos y rogábamos a Diosito Santo, que no nos fuera a tocar con él; la venida del inspector escolar significaba traer el uniforme o la ropa limpia, los zapatos boleados, las uñas despojadas del habitual luto y el escaso pelo, bien peinado.
Como olvidar aquellos días de risas y llantos, de juegos, estudio, travesuras, desfiles y fiestas escolares; también, las magníficas lecciones de Historia de México en el tercer grado, de geografía en cuarto y las excursiones hacia los cerros y minas cercanas, bajo la batuta paternal de aquel viejo maestro rural en quinto año.
Hoy y siempre, ¡Rindamos homenaje perenne a los forjadores de la niñez y juventud!