La infancia es una de las etapas más bonitas en la vida de una persona, salvo que en el seno del hogar las cosas no anduvieran bien, entonces se veía a los niños tristes, ensimismados. El juego ocupaba casi todo el tiempo, claro había que hacer los mandados o ayudar al padre en su trabajo.
¡Órale güerco ca…, deje de jugar y póngase a trabajar! Se oía la imprecación del jefe de familia, o la mamá gritaba: ¡Háblale a tu hermano pa’que vaya a hacer un mandado, nomás se la pasa juegue y juegue! A veces los gritos eran acompañados de amenazas con el cinto, vara, o lo que estuviera al alcance.
La llegada de la Cuaresma no disminuía el ímpetu del juego, al contrario, como había vacaciones de Semana Santa, te sentías a tus anchas, sin tareas, sin profesores, sin horarios, todo el día libre, bueno, más o menos libre.
¡No se debe comer carne! Era la sentencia que escuchábamos por el pueblo, ¡Es pecado!, nosotros no entendíamos el porqué, ni nos interesaba, sólo sabíamos que era tiempo de comer nopalitos con chile rojo y huevo, las riquísimas albóndigas de pescado que hacía doña Diamantina, y a completar con frijoles y las verduras que a don Balta no le hacían gracia e importándole un comino la Cuaresma, le entraba con vigor y furia, a la carne de puerco y de res, o cabrito que nos mandaba traer al restaurante Monterrey de don Salomón Elizondo, allí por La Carretera casi enseguida de la cantina de Bocho el Romo: El 7 Negro.
No muy dados a ir a la iglesia, sin embargo aprendimos que la Cuaresma era un tiempo de sacrificio, de arrepentimiento, de preparación para la resurrección de Jesucristo y que se iniciaba cuarenta días antes con el miércoles de ceniza, donde veíamos en la iglesia de San José una larga fila de personas “para tomar la ceniza” producto de la quema de las palmas y de imágenes de santos, plasmadas en papel o cartón.
También, algunos decían que era pecado que no fueras a que te pusieran la cruz de ceniza en la frente. Otras personas hacían algún sacrificio como no comer comida que les agradara mucho durante los cuarenta días y no faltaba quien se fuera al extremo y prometían no ver televisión, aunque en aquella época la programación empezaba a las seis de la tarde y se acababa a las once de la noche.
En varias casas del barrio, las señoras cubrían las imágenes religiosas con tela de color morado, pues decían que se cerraba la Gloria y se descubrían precisamente la noche del sábado de Gloria; no recuerdo que en la iglesia se taparan las imágenes como me tocó ver en Zacatecas y Guanajuato.
El ayuno los Miércoles de Ceniza y los viernes de cada semana de la Cuaresma se practicaba también y me llamaba mucho la atención, que sólo tomaran un poquito de café y un pedazo de pan, aunque lo hacían sólo por la mañana, ya para el mediodía se servía la comida de cuaresma, no faltaba quien ayunara todo el día, sin probar ni agua, ni alimento.
¡No te bañes en Viernes Santo porque te haces pescado! era otro de los preceptos que corría de boca en boca, algunos lo hacían como un signo de respeto y de pena en recuerdo de la muerte de Jesús, aguardando así hasta el día de la resurrección que se inicia el sábado en la noche.
Pueblos y ciudades de nuestro país acostumbran durante el Sábado de Gloria, quemar monigotes o piñatas que representan a Judas convirtiéndose en fiesta popular, luego se arrojan agua con tinas, cubetas o globos llenos de agua; ahora también se ha puesto de moda la quema de la efigie de algún personaje o político que haya “traicionado” al pueblo; en Sabinas, recuerdo que sólo en un año se hizo en el barrio la “quema del Judas”.
La Semana Santa para la mayoría, es ahora una fiesta pagana donde se consume buena cantidad de carne y pollo asado acompañado por litros y litros de líquido ambarino; la devoción ha dado paso a la diversión, donde se le rinde culto al becerro de oro, es decir a comprar y vender todo lo que se pueda, a darle gusto al cuerpo, mientras el espíritu yace desnutrido.