La década de los 50’s del siglo XX, en Sabinas Hidalgo dejó indeleble huella en el alma infantil de la chiquillería del barrio.
Los tradicionales juegos de la niñez se enmarcaron en una interminable sequía, esparciéndose el color café-grisáceo por todos lados.
Las remembranzas de esa época se topan con la escena constantemente repetida de ir por el caldo de pollo al Café Sabinas, diligentemente atendidos por Pablito Ochoa, pero lo que llamaba sobremanera la atención era que alrededor de una de las mesas del restaurante, se agrupaban hombres respetables, militares unos, políticos otros; dirigía la conversación una mujer con voz firme, cigarro en la mano, dando énfasis a su participación.
Era doña Elena; algunos amiguitos escucharon de sus padres, que la señora participó en la Revolución Mexicana, lo cual acrecentó más nuestra curiosidad.
Años después el Café Sabinas ya no era el mismo; Doña Elena no se veía por ningún lado, desapareció del trajín pueblerino, como muchos otros personajes de mi pueblo, que se iban por ausencia física o porque los avatares para conseguir el diario sustento los llevó al regiomonte o al vecino país del norte.
En cierta ocasión, al arar en los terrenos de Clío, me encontré con Doña Elena, en un capítulo del libro La Revolución en el Norte de Doña Consuelo Peña de Villarreal, quien nos la retrata así:
“Antes de partir, se encontraban formados los militares, cuando una muchacha que taconeaba con salero por medio de la plaza, se llegó hasta el grupo que nosotros habíamos formado en la esquina para despedir a los militares que habían detenido su marcha dando tiempo a que el General Garza se tomara una taza de café, que en una bandeja le presentó Colasa.
Su amplio vestido de muselina roja, formado por varios olanes; sus trenzas cruzadas sobre la cabeza, sujetas por vistoso moño de listón del mismo color; su pulcritud y cierta distinción en su persona, le daba más importancia a su cara bonita.
Al aproximarse, buscó con la mirada a determinada persona, al descubrirla, se le acercó y le dijo firmemente:
– ¿Me tiene listo algún caballo, Coronel? –
El Coronel contestó:
– No, Malena. Cuando tú me contestaste mi recado, ya se había ido mis muchachos. –
El Coronel montó, tomó de la mano derecha a la muchacha y dándole impulso, la hizo sentarse a la grupa.
Ella, volviendo la cabeza hacia donde estaba el Alcalde, le pidió con voz serena y resuelta:
– Por favor, Don Octaviano, avísele a mamá que no me busque ahogada en el charco de Don Chicho. Que me di de alta en el Ejército de la Revolución… ¡Viva Carranza! –
El Coronel fustigó su brioso corcel, que rápido corrió sacando chispas sobre el empedrado colonial de la calle; llevando a la juvenil y atractiva Malena a enfrentarse en la lucha por la vida.
Pronto se convirtió Malena en una cocinera famosa, prestando útiles servicios en la dura campaña, y después de varios años, regresó a su pueblo natal y buscó un lugar apropiado para establecer un restaurante; nada mejor que empezar asistiendo a los empleados de la construcción de la Carretera Nacional México – Laredo. Instalada en sus campamentos, Malena hizo perder la línea a muchos ingenieros.
En algunas ocasiones, altos personajes de la política nacional se sentaron a su mesa para consumir algún apetitoso platillo, producto de su famoso arte culinario.
En pie de lucha, aún la podemos ver administrando el Hotel Sabinas, de su propiedad, en el pueblo de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, en este año de 1968.
Entre los muchos servicios que prestó a la causa, esta valerosa mujer, la única de Salinas Victoria, que abandonó su hogar sin vacilaciones a la edad de diecinueve años, fue la de redactar el parte oficial de algún encuentro, cuando acompañaba a modestos oficiales que no sabían hacerlo; y cuantas veces carabina en mano, tuvo que colaborar en los combates.”
Por fin obtuve respuesta a mi curiosidad; supe por medio de un libro de historia regional quien fue Doña Elena.
Fuente: Peña de Villarreal, Consuelo. La Revolución en el Norte. Editorial Periodística e Impresora de Puebla, S.A. Puebla, México. 1968. pp. 277-279.