¡Hay bautizo en la iglesia! ¡Hay bautizo en la iglesia! gritaba La Polka al llegar a nuestra calle de Zuazua entre Bravo y Galeana. La Polka era el huelefiestas del barrio, no había boda, quinceañera, bautizo, cumpleaños, o cualquier celebración en el poblado de la que no estuviese enterado.
De olfato y oído aguzado era nuestro guía para introducirnos a los guateques pueblerinos y haciendo uso de la proverbial “gorra” nos dábamos gusto comiendo aquellos manjares preparadas por las matronas sabinenses: grandes cazuelas despidiendo aromas que removían los jugos gástricos y provocaban ruidos en el estómago; cazuelas llenas de arroz, asado de puerco, frijoles, cortadillo, cabrito en salsa, mole y otras viandas, con tortillas recién hechas, allí a la orilla del fogón.
A las hieleras de sodas les pegábamos también muy duro, cocacolas, joyas y hasta las sodas chiquitas de Melchor Valle; de algunos lugares nos corrieron, pero salimos triunfantes en la mayoría.
La turba infantil del barrio de La Carretera hizo acto de presencia en el salón Mateo Treviño, Sociedad Mutualista, Centro Social Sabinas, Sociedad Mutualista, Salón Sepúlveda, Casa del Campesino y en muchas casas particulares; ahí departíamos con otra palomilla de los diferentes barrios, el jolgorio olvidaba pleitos y rencores, la comida y la bebida “de a gratis” era lazo de unión entre los rapaces.
Los bautizos, además tenían doble atractivo: aparte de la fiesta estaba el consabido “bolo”, monedas que arrojaban los padrinos a los niños que asistían a las puertas de la iglesia después del bautizo.
El padrino, sonriente y orgulloso sacaba puñados de monedas y las arrojaba al aire, todos nos apresurábamos para alcanzar cuando menos una, el más ágil, el listo se llevaba varias, a veces nada más alcanzabas pisotones. Había padrinos pródigos, pero también no faltaban los tacaños, los codos, que arrojaban muy pocas monedas y se llevaban las imprecaciones de la muchachada, eso si, dichas en voz baja y con mucho respeto.
En la jungla de concreto, asfalto, acero, cristal y plástico que es el área metropolitana de Monterrey y aun en nuestro Sabinas, las costumbres han cambiado y se da después del bautizo una estampita con una oración y una moneda de baja denominación pegada a dicha estampa; otros dan de “bolo” la ropa, zapatos, la concha para echar el agua bendita al ahijado, la vela, el paño para secar la cabeza del bautizado y el álbum, privando a la chiquillería del placer de ir en búsqueda de algunas monedas.
¡Bolo padrino! ¡Bolo padrino! Son palabras que ya poco se escuchan, pero a los antañones que peinan canas o que carecemos de pelo nos llenan de nostalgia, de añoranza por aquellos tiempos idos, tiempos que ya no volverán.