Profunda división existió entre los mexicanos a mediados del siglo XIX, la guerra entre liberales y conservadores trastocó el orden de cosas y año con año se cumplían las profecías que el Padre Mier había previsto en el célebre discurso del 13 de diciembre de 1824, en el Congreso Constituyente.
Nuevo León no estuvo exento de esta lucha fraticida, aunque la férrea mano de Don Santiago Vidaurri, impidió el brote conservador y jamás se vivió una conciencia liberal tan arraigada -que incluso rayó en el extremismo-, como aquella etapa de 1855-1860.
Levantiscos y politizados los sabinenses participaron con las armas en la mano, también con impresos y fuertes argumentos en las discusiones esquineras o en las plazas y en todo tipo de reunión, tradición muy arraigada en los pobladores de nuestra patria chica.
A fines del año de 1859, se produjo una discrepancia entre los liberales nuevoleoneses, por un lado estuvieron los que apoyaron al ejército federal con Santos Degollado a la cabeza y por otro los regionalistas de Vidaurri, que aún reconociendo al presidente Juárez, desconocieron a su Ministro de Guerra. Las pugnas no se hicieron esperar, la soberbia y altivez del cacique norteño, dio otro cariz a los acontecimientos políticos que más tarde desembocaron en su némesis.
En Sabinas Hidalgo, estaba al frente de la alcaldía José María Ancira y Amaya, amigo personal y seguidor incondicional de Don Santiago, mientras que el grupo simpatizante de Aramberri y Escobedo lo encabezó Don Antonio Larralde.
El 28 de diciembre, a las doce del día, el pueblo salió de su habitual sosiego: con un escándalo que causó gran conmoción, 30 personas montadas y armadas salieron de Sabinas y acamparon en la Loma de Las Canoas. Su propósito principal fue rebelarse contra el gobierno de Vidaurri, en apoyo a las acciones de Don Ignacio Zaragoza, quien, según informes recibidos, se había apoderado de La Ciudadela en Monterrey.
Ancira no se quedó con los brazos cruzados, mandó dos exploradores a seguir los movimientos de los revoltosos, comisión que recayó en los soldados Juan García y Vidal Olivares, los que al llegar al punto donde se reunieron aquéllos, fueron interceptados e interrogados, sólo dijeron que iban de paso y siguieron su camino.
Informaron al Presidente Municipal que el cabecilla era Antonio Larralde y habían escuchado de una intentona para asesinarlo. Don José María, reclutó partidarios y logra detener a Larralde, procediendo a realizar un juicio y como medida de prevención, para evitar la ira de los seguidores del líder rebelde, lo dejó preso en su propia casa con una fuerte guardia.
Larralde se defendió con bravura durante el juicio y fue liberado, pero los bandos políticos quedaron bien definidos y los antividaurristas predominarían cinco años más tarde al abandonar Vidaurri la causa juarista para plegarse al emperador Maximiliano.