En este día de los abuelos quiero recordar a un humilde joven italiano que con enorme valentía, en los albores del siglo pasado, tomó la decisión de su vida y se lanzó a un nuevo mundo a buscar la subsistencia sin más propiedad que su tesón, su creatividad y su enorme corazón. México y Sabinas Hidalgo lo recibieron como a un hijo adoptivo y a base de esfuerzos, de constancia y sabiduría logró formar una familia.
Se necesita ser muy valiente para salir de tu pueblo enclavado en las hermosas montañas italianas que bordean el Mar Tirreno con la convicción de que probablemente nunca más la volverás a ver.
Debió ser muy triste esa última mañana italiana en la que mi abuelo, teniendo aproximadamente la mitad de la edad que yo tengo hoy en día, se despidió de sus padres, de sus hermanos y hermanas, la menor de apenas 3 años. Imagino el dolor de mirar por última vez aquellos rostros, buscando dejar grabadas en cada rincón de la mente esas sonrisas y esas voces. El tratar de percibir cada olor y cada sonido de su pueblo y tratar sobrehumanamente de grabarlo todo para siempre en su corazón.
En estos días de internet, de celulares, de web cams, comunicarse al otro lado del mundo es algo trivial y cotidiano. Ir y venir de América a Europa es ya una empresa alcanzable para cada vez más personas y no es nada sorprendente; pero en aquellos años, venirse a América sin nada, era dejarlo todo, abandonándolo, con la conciencia de que muy probablemente sería para siempre.
Imagino ahora la llegada a México. A este país tropical, con una cultura totalmente distinta, donde el maíz no era para echárselo a los puercos, sino para hacer un tipo de pan al que le llaman tortillas. Imagino los primeros días de desembarco en Veracruz. El primer dinero ganado quizás como estibador en aquel húmedo y caluroso lugar. Imagino los primero planes. ¿A dónde ir en este país tan extenso?, ¿Al Sur con sus bosques y selvas?, ¿Al centro, a la capital, con su pujante economía pero también su ya premonitoria explosión demográfica? O ¿Al norte, ese norte del que quizás escuchó hablar tanto; ese norte en el que las nacientes industrias aunadas a la laboriosidad y franqueza de su gente le daban un aura de “Tierra prometida”? Por fortuna mi joven abuelo decidió emigrar al norte. Por vicisitudes de la vida y seguramente guiado de la mano de Dios logró llegar a un poblado que tal vez se le reveló como con un nombre sagrado: Sabinas Hidalgo.
Su vida sería corta pero su obra fue grande. Hizo amigos, encontró hermanos y junto con mi abuela formó una familia por la cual se sacrificó hasta el último de sus días. Nunca perdió el contacto epistolar con sus padres y hermanos en Italia. Cartas que tardaban meses cruzaban de Italia a Sabinas cargadas de noticias, besos, abrazos y cariños. Fue mi abuela Aurora la que cumplió con el difícil compromiso de enviar la fatal noticia de su fallecimiento a sus desconsolados padres y hermanos. Es el único de mis cuatro abuelos al que no conocí físicamente pero no por eso dejo de tenerle un cariño y un orgullo muy especial.
Muchas veces, cuando reflexiono que por mi sangre corre herencia de mi abuelo Antonio Perrone me siento muy comprometido a no claudicar, a no temerle al destino y a afrontar los retos de la vida, tal como él lo hizo en su querido pueblo italiano.
Santiago Antonio Vara Perrone.