La palabra Epifanía es de origen griego y literalmente significa “manifestación”. Para los griegos la Epifanía designaba a una entrada majestuosa de un personaje que por méritos propios y la fama obtenida podía presentarse ante los demás de una manera digna. También es la llegada de un rey a una ciudad y servía para indicar la aparición de una divinidad o una intervención prodigiosa de ella. En cambio para los paleocristianos, la Epifanía tiene que ver con la noción de luz expresada en el evangelio de San Lucas (1, 78): “por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una luz de la altura”. En el siglo II de nuestra era, algunas sectas gnósticas comenzaron a celebrar la fiesta del bautismo de Cristo el 6 de enero. Luego a mediados del siglo IV, San Epifanio (310-403) menciona una fiesta de la Epifanía en la Iglesia ortodoxa con la cual recordaban la venida del Señor. Por consecuencia no diferenciaban su nacimiento, su encarnación y su manifestación.
En cambio para la Iglesia con rito latino, la fiesta cambió de significado: la Epifanía es la revelación de Jesús a los gentiles y por ello los magos de oriente representan a los paganos que siguen la estrella para adorar al redentor recién nacido. Luego lo enlazaron con el bautismo de Jesús y su primer milagro en la boda Caná. La elección del día del natalicio de Cristo, tiene que ver con la fiesta del solsticio invernal. Para los cristianos la Epifanía ocurre trece días después del 25 de diciembre, cuando el aumento de la luz es más visible. En cambio para los ortodoxos el día 6 de enero se celebra la Navidad para evidenciar que Jesús al nacer aquel día, demostraba ser la verdadera luz del mundo.
Gradualmente surgieron diferencias entre Occidente y Oriente. Los primeros celebraron en el 6 de enero la adoración de los magos, vistos como una representación de los pueblos gentiles; aquellos que se convirtieron después con la manifestación de Jesús como Señor de todos los pueblos. Los cristianos occidentales cubrían el nacimiento de Cristo en Navidad y la conversión de los gentiles con la Epifanía con la cual se pone de manifiesto la universalidad de la salvación en Cristo. El ciclo navideño enlaza las fiestas de Cristo rey, el periodo de adviento y la etapa navideña como la fiesta de la presentación del Señor en el templo el 2 de febrero, el día de la Candelaria y con ellas comienza y avanza el año litúrgico.
Lo cierto es que sin Navidad no hay Epifanía. Para las primeras comunidades de rito oriental es el cumpleaños de Cristo, es su nacimiento. En consecuencia se trata de una Teofanía en la cual Dios se manifiesta y en la Epifanía se hace presente a los hombres. En la primera ocasión solo acudieron los animalitos de un pesebre y los pastores. Ya con la Epifanía, el Verbo encarnado en el vientre de la virgen María se hace evidente a los hombres, preferentemente a los paganos y gentiles. En consecuencia la Teofanía está más bien dirigida a los judíos conversos, mientras que la segunda tiene que ver con el mundo de los gentiles que también reconocieron en Cristo al Mesías esperado.
El periodo navideño abarca desde el 24 de diciembre al 13 de enero. Para efectos legales y laborales va desde el 24 de diciembre al 6 de enero. Para la tradición popular la Navidad concluye con la fiesta de la purificación del Señor y la presentación en el templo, un evento marcado por la luminosidad: “por fin puedo morir en paz porque mis ojos han visto al Salvador, a la Luz de las Naciones”. (Lc 2, 29-30). La Epifanía es una profecía prevista desde el Antiguo Testamento: “Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes, al resplandor de tu aurora” (Isaías 60, 1-6) y el salmo 71: “los reyes de Tarsis y las islas le traerán presentes, los reyes de Arabia y de Sabá le pagarán tributo; ante él se rendirán todos los reyes, le servirán todas las naciones; él liberará al pobre que suplica, al miserable que no tiene apoyo alguno; se cuidará del débil y del pobre; a los pobres les salvará la vida; él los defenderá contra la explotación y la violencia, su sangre tendrá un gran precio ante sus ojos. ¡Viva el rey! Le traerán oro de Arabia, se rezará por él constantemente, se le estará bendiciendo todo el día”.
El único evangelista que trata la adoración de los magos de oriente es San Mateo (2, 1-12): “Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el rey de los judíos, que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo”. Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le dijeron: “En Belén de Judá; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá; pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel”. Entonces Herodes, llamó en secreto a los magos, para que ellos le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: “Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay acerca del niño; y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo. Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino; y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el niño. Y al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino”.
La Epifanía ocurre doce días después cuando el Niño Dios se manifestó a los magos de oriente. Estos le llevan tres regalos con los que reconocen la dignidad del Hijo de Dios: oro por ser rey, incienso por ser Hijo de Dios y mirra porque es el redentor hecho hombre. Con la mirra se embalsamaba a los muertos y se usaba como una forma de aminorar el dolor. Para los ortodoxos las fiestas de la Natividad y de la Epifanía ocurren en el mismo día, cuando Él nació y fue bautizado. Los cristianos que vivían en Roma celebraron la Navidad al 25 de diciembre, cuando los paganos celebraban el nacimiento del Sol y en ese día ellos encendían luces para la fiesta. En estas solemnidades también participaban los cristianos. Por lo tanto cuando vieron que los cristianos conmemoraban este festival, la jerarquía decidió la celebración en esta fecha la verdadera fiesta del nacimiento y el 6 de enero la fiesta de la Epifanía. Entonces la Navidad en Occidente ocurre el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Cristo. Para los cristianos de rito oriental se celebra el 6 de enero, día del Bautismo del Señor, mientras que en Occidente se propusieron celebrar sobre todo la venida de los Magos.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina