Dicen que los malos deseos son como las llamadas a misa, solo las atiende quien quiere. Pero debemos aprender a escuchar las campanas pues ellas representan al signo de los tiempos. El tañer de las campanas tienen un rico lenguaje: con ellas se lloraba a los muertos, disipaba a los relámpagos, anunciaba el día del Señor, animaba al perezoso, dispersaba los vientos y apaciguaban a los sanguinarios.
Las campanas tañendo señalaban las horas y también anunciaban episodios y revueltas. Era recordatorio para la reunión del pueblo entero y hay de aquel que no acudiera a su llamado. Durante mucho tiempo las campanas suplieron al radio de nuestros tiempos. Como la voz humana no se podía escuchar en todos lados, la campana pregonaba los días cívicos y fiestas de guardar. Daban la hora, pedían ayuda para apagar a un incendio, avisaban cuando se acercaba un enemigo, llamaban a los hombres a las armas y los citaban al trabajo; los enviaban a recogerse en sus casas y decían cuando debían dormir. ¿Por quién doblan las campanas? Doblaban por que daban la vuelta. Por y con tristeza por la muerte de un ser querido en la comunidad. Pero también expresaban la alegría pública. Y teníamos unas campanas que se oían en la sierra y en todo el valle de Santa Catarina, algunos recuerdan su mensaje hasta Rinconada.
Una campana es la voz de Dios. Cuando suenan las campanas Dios invoca y la asamblea convoca como parte de su pueblo. Los campanarios son torres que indican al cielo y a la divinidad. Pero también los hombres se llaman entre sí. Las campanas dividían los tiempos de la comunidad: para levantarse, comer, dormir y trabajar. Cada vez que había un incendio o un problema en la comunidad, un responsable hacía tañer las campanas para que todos en solidaridad apoyaran a quien lo necesitara. Antes de campanario había la espadaña, como construcción regularmente triangular que nos recuerda a la Santísima Trinidad y en la cual había unos huecos para las campanas, como por ejemplo, la que tienen en el templo de San Carlos en Vallecillo.
Cuando la situación económica cambiaba se hacían los campanarios, pero no los terminaban pues decían éstos deben acabarse con el fin de los tiempos. Por eso vemos en las fotos y grabados las torres mochas. Aquí en Santa Catarina teníamos la campana mayor dedicada a María Santísima. Dicen que su calidad del metal era tan buena que fácilmente se oía en el valle como adentro del cañón. De tanto tañerla la campana se abrió y hubo necesidad de repararla. Vinieron desde el Estado de México, se la llevaron pero ya no sonó igual. Esta campana se hizo gracias al apoyo de la familia González Steel y de los Audifred en la década de 1960. Siempre se dijo tener una aleación especial con plata y oro. Otra la vez la campana se dañó y volvieron a repararla en 1987. Y tampoco suena igual.
El campanario que indica el cielo: En 1872 los vecinos de Santa Catarina compraron un reloj para colocarlo en algún lugar visible. Para ello mandaron construir un campanario. Llegaron contribuciones de distintos lugares y hasta se organizó una corrida de toros. La torre seguía en construcción y una vez concluida, Marcelino Tamez instaló la maquinaria para el reloj el 22 de julio de 1879. El campanario consta de dos cuerpos: la base hecha con piedra azul de la sierra Madre de Santa Catarina y el segundo con sillares. Se compraron campanas y unas vigas para sostenerlas. Toda la obra costó 680 pesos y fue inaugurada en 1881. Un informe de 1912 nos dice que la torre del campanario es de cal y canto y de orden toscano; con una altura aproximada de 16 metros. Para ese año “tiene un reloj público, con cuatro campanas, una grande, dos chicas, una mediana y dos esquilas medianas. La cúpula del campanario tiene una forma piramidal algo abombada que remata en su cúspide con una cruz”. La escalera de madera en forma de caracol fue concluida el 25 de julio de 1902 por Reginaldo Castañeda. El reloj debió cambiarse en 1937, 1955 y 1964. Quienes daban mantenimiento para su funcionamiento fueron R. López, José Luis Urdiales y Roberto Páez. El padre Antonio Portillo le dio mantenimiento y funcionó durante la década de 1990. Por cierto, quien mantenía los relojes tanto del palacio como del templo era la misma persona y una ocasión vieron que se llevaba las piezas para ponerlas en el reloj del palacio. Ahora ninguno de los dos relojes públicos funciona, lo cual es muy lamentable. Durante la década de 1910 se hacía una llamada a las 8 de la noche para que todos se guardaran a sus casas y a las 10 para que se fueran a dormir. Se llama tres veces a misa antes de que comience. Para un difunto se hacía el doble: uno y dos tañidos lastimeros. Ya no lo hacen. Ahora el campanero llama a las 12 del medio día para rezar el Ángelus.
Un distintivo en el paisaje de la Fama, es una torre campanario de 40 metros perteneciente a la parroquia de San Vicente de Paúl. Construida en la década de 1960 por los mismos constructores que levantaron el campanario de la basílica de nuestra Señora del Roble en Monterrey. A veces estaban en la Fama y luego acudían al Roble a proseguir con las obras. Y algo tenían de razón, pues los diseños arquitectónicos de los templos del Roble, San Vicente de Paul y la Medalla Milagrosa pertenecen a Lisandro Peña (1910-1986) un neolaredense a quien también debemos los cines teatros Elizondo y Florida ya desaparecidos. Al arquitecto le gustaba recubrir los muros con la llamada “piedra de Vallecillo”. La estructura del templo del Roble, realizada en la década de 1950 consta de tres elementos principales: el pórtico, las tres naves que forman el cuerpo y el campanario reloj con 75 metros de altura; la cual es similar a la del templo de San Vicente de Paul en la Fama.
La primera renacentista y la de la Fama apegada al estilo románico. Las torres campanarios de El Roble y San Vicente nos recuerdan a las torres gentilicias de origen medieval de Bolonia, Italia llamadas Garasenda y Asinelli. Los motivos por los que se levantaron tantas torres en Bolonia no están claros. Se tiende a pensar que las familias más ricas de la ciudad, en una época marcada por las luchas entre las facciones adeptas al papado y al imperio, las utilizaron como un instrumento de ataque y defensa, y sobre todo, como símbolo de poder. Hoy los campanarios son símbolos de dos templos y de un barrio y de un pueblo: el Roble y la Fama.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina