En pleno desenlace de la Decena Trágica, el presidente Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez se hallaban en el castillo de Chapultepec. Para trasladarse hasta el palacio nacional, los cadetes del heroico colegio militar en respeto a la investidura presidencial, los escoltaron y les dieron la seguridad que necesitaban en el trayecto por el paseo de la Reforma. Los jóvenes militares obedecieron orgullosos la orden del comandante supremo de las fuerzas armadas de México, permaneciendo leales en todo momento y poniendo en alto el honor de un plantel con tanta historia y tradición. Desde entonces, cada 9 de febrero se conmemora un aniversario más de la lealtad que se hizo patente aún en momentos difíciles por los que atravesaba el país, cuando el ejército institucional fue ejemplo de disciplina y amor por la Patria.
Las fuerzas armadas siempre han estado presentes en la historia de México. Los antiguos pueblos mesoamericanos mantenían ejércitos para defensa de sus territorios como para la conquista de otros señoríos. Son famosas las guerras floridas con las cuales los mexicas atacaban a otros pueblos con la intención de hacerse de prisioneros para luego ofrendarlos como víctimas a sus dioses. A la llegada de los pobladores ibéricos, esos pueblos fueron prácticamente derrotados con las armas que ellos trajeron. Se habla de dos conquistas, una militar y otra de índole religiosa. La primera se justificó a partir de los procesos de expansión de los territorios en beneficio de la corona de España y la otra para integrarlos a una nueva fe cristiana. A decir de Lorenzo Meyer, la política militar está en el corazón mismo del sangriento y penoso nacimiento del México mestizo, subordinado a los reyes procedentes de la casa de los Habsburgos y luego de los borbones.
Propiamente no se puede hablar de un ejército institucionalizado durante el virreinato. Los vecinos eran agricultores, practicaban un oficio y por obligación debían tener armas y caballos disponibles para cuando se hiciera falta. De ahí que cada 25 de julio y 25 de noviembre, se hicieran las famosas revistas de armas en las cuales presentaban sus equipos de defensa ante el teniente de gobernador o alguna autoridad. El gobierno virreinal no solo era de corte administrativo, sino también militar. La colonización, la pacificación, las expediciones de reconocimiento del territorio al igual que la de conquista se apoyaron efectivamente en las armas. Con las reformas borbónicas en el siglo XVIII se crearon soldados presidiales para defender la integridad y la seguridad de los dilatados puntos del septentrión novohispano.
Con las reformas borbónicas en el último tercio del siglo XVIII, se organizó un ejército para la defensa de la integridad de la Nueva España. Efectivo y dispuesto ante la aparición de los brotes insurgentes a partir de 1806, los cuales detuvieran el avance de los rebeldes. Pocos pero bien armados, preparados en la táctica y disciplina militar, pronto sofocaron a los militares, sacerdotes y abogados que acaudillaron las líneas de ataque, apoyados por la muchedumbre armada con piedras, palos o lo que tenían a su alcance. En este periodo sobresalen Félix María Calleja, Joaquín de Arredondo y Agustín de Iturbide. El ejército formado durante la última etapa del virreinato estaba bien plantado y entrenado para la batalla. Apoyado en ellos, fue precisamente Iturbide quien hábilmente manejó los miedos y prejuicios que se tenían tanto españoles y criollos y el resto de las castas, para proclamar la independencia y luego emperador de México.
El ejército que se formó en el México independiente, entre 1821 y 1856, formó una clase política que lo mismo gobernó, conspiró, peleó, puso y quitó gobiernos. Se apropió de recursos con los cuales impidió el desarrollo y el crecimiento de la nueva nación. Un ejército imperial convertido en republicano, fluctuante entre las distintas facciones de la masonería imperante y del cual Antonio López de Santa Anna quedó como cabeza visible de un grupo que afrontó problemas contra España, Francia, Texas y los Estados Unidos. En éste periodo los mismos ciudadanos temían más del ejército que de las tropas que nos invadieron.
Para contrarrestar la influencia militar de Santa Anna surgieron grupos de guerrilleros que a la larga posicionaron a los liberales en el poder. Estos no eran militares de carrera, más bien abogados y hasta intelectuales de corte liberal o conservador que se apoyaron del ejército para reñir entre sí. Durante la primera mitad del siglo XIX, nuestro suelo fue testigo de una incesante guerra civil entre dos bandos de los cuáles salió triunfador ni más ni menos que Benito Juárez, quien apoyado en el ejército republicano y en la obediencia y lealtad de prohombres que defendieron al régimen aun a costa de su vida. Ese ejército fue quien hizo fuerte a Lerdo de Tejada, Manuel González y a Porfirio Díaz, quien dispuso la formación y el entrenamiento militar necesario para fortalecer a la gran nación que surgía.
Con la revolución surgió un ejército preferentemente compuesto por militares que no tenían carrera ni formación militar, sino civiles que se metieron a la bola y en ella comenzaron a escalar puestos. Ya con la institucionalización se ganaron uniformes y condecoraciones que validaban su experiencia en movimientos generados a partir del plan de Guadalupe, de Agua Prieta y de las rebeliones cristeras, escobarista y delahuertista entre otras más. Ese ejército integrado como sector militar en la fundación del Partido Nacional Revolucionario y luego de la Revolución Mexicana. En 1940 el sector desapareció dentro de la estructura orgánica del partido. Desde entonces validó y protegió el presidencialismo a quien considera como jefe supremo de las fuerzas armadas y aplicó la fuerza para someter el henriquismo, almazanismo y los movimientos del 68 y 71, el movimiento zapatista y ahora de la lucha contra el narco.
El 19 de febrero se conmemora el centenario de la creación del ejército mexicano, pues el 19 de febrero de 1913 el entonces gobernador constitucional de Coahuila de Zaragoza, don Venustiano Carranza desconoció a Victoriano Huerta como jefe del poder ejecutivo de la República. Se concedieron facultades extraordinarias al ejecutivo del estado para “armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República". La revolución constitucionalista triunfó y en ella vemos el origen de las fuerzas constitucionalistas y de nuestro glorioso ejército nacional. Por ello, ¡honor y respeto a nuestro glorioso ejército nacional mexicano!
Antonio Guerrero Aguilar
En pleno desenlace de la Decena Trágica, el presidente Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez se hallaban en el castillo de Chapultepec. Para trasladarse hasta el palacio nacional, los cadetes del heroico colegio militar en respeto a la investidura presidencial, los escoltaron y les dieron la seguridad que necesitaban en el trayecto por el paseo de la Reforma. Los jóvenes militares obedecieron orgullosos la orden del comandante supremo de las fuerzas armadas de México, permaneciendo leales en todo momento y poniendo en alto el honor de un plantel con tanta historia y tradición. Desde entonces, cada 9 de febrero se conmemora un aniversario más de la lealtad que se hizo patente aún en momentos difíciles por los que atravesaba el país, cuando el ejército institucional fue ejemplo de disciplina y amor por la Patria.
Las fuerzas armadas siempre han estado presentes en la historia de México. Los antiguos pueblos mesoamericanos mantenían ejércitos para defensa de sus territorios como para la conquista de otros señoríos. Son famosas las guerras floridas con las cuales los mexicas atacaban a otros pueblos con la intención de hacerse de prisioneros para luego ofrendarlos como víctimas a sus dioses. A la llegada de los pobladores ibéricos, esos pueblos fueron prácticamente derrotados con las armas que ellos trajeron. Se habla de dos conquistas, una militar y otra de índole religiosa. La primera se justificó a partir de los procesos de expansión de los territorios en beneficio de la corona de España y la otra para integrarlos a una nueva fe cristiana. A decir de Lorenzo Meyer, la política militar está en el corazón mismo del sangriento y penoso nacimiento del México mestizo, subordinado a los reyes procedentes de la casa de los Habsburgos y luego de los borbones.
Propiamente no se puede hablar de un ejército institucionalizado durante el virreinato. Los vecinos eran agricultores, practicaban un oficio y por obligación debían tener armas y caballos disponibles para cuando se hiciera falta. De ahí que cada 25 de julio y 25 de noviembre, se hicieran las famosas revistas de armas en las cuales presentaban sus equipos de defensa ante el teniente de gobernador o alguna autoridad. El gobierno virreinal no solo era de corte administrativo, sino también militar. La colonización, la pacificación, las expediciones de reconocimiento del territorio al igual que la de conquista se apoyaron efectivamente en las armas. Con las reformas borbónicas en el siglo XVIII se crearon soldados presidiales para defender la integridad y la seguridad de los dilatados puntos del septentrión novohispano.
Con las reformas borbónicas en el último tercio del siglo XVIII, se organizó un ejército para la defensa de la integridad de la Nueva España. Efectivo y dispuesto ante la aparición de los brotes insurgentes a partir de 1806, los cuales detuvieran el avance de los rebeldes. Pocos pero bien armados, preparados en la táctica y disciplina militar, pronto sofocaron a los militares, sacerdotes y abogados que acaudillaron las líneas de ataque, apoyados por la muchedumbre armada con piedras, palos o lo que tenían a su alcance. En este periodo sobresalen Félix María Calleja, Joaquín de Arredondo y Agustín de Iturbide. El ejército formado durante la última etapa del virreinato estaba bien plantado y entrenado para la batalla. Apoyado en ellos, fue precisamente Iturbide quien hábilmente manejó los miedos y prejuicios que se tenían tanto españoles y criollos y el resto de las castas, para proclamar la independencia y luego emperador de México.
El ejército que se formó en el México independiente, entre 1821 y 1856, formó una clase política que lo mismo gobernó, conspiró, peleó, puso y quitó gobiernos. Se apropió de recursos con los cuales impidió el desarrollo y el crecimiento de la nueva nación. Un ejército imperial convertido en republicano, fluctuante entre las distintas facciones de la masonería imperante y del cual Antonio López de Santa Anna quedó como cabeza visible de un grupo que afrontó problemas contra España, Francia, Texas y los Estados Unidos. En éste periodo los mismos ciudadanos temían más del ejército que de las tropas que nos invadieron.
Para contrarrestar la influencia militar de Santa Anna surgieron grupos de guerrilleros que a la larga posicionaron a los liberales en el poder. Estos no eran militares de carrera, más bien abogados y hasta intelectuales de corte liberal o conservador que se apoyaron del ejército para reñir entre sí. Durante la primera mitad del siglo XIX, nuestro suelo fue testigo de una incesante guerra civil entre dos bandos de los cuáles salió triunfador ni más ni menos que Benito Juárez, quien apoyado en el ejército republicano y en la obediencia y lealtad de prohombres que defendieron al régimen aun a costa de su vida. Ese ejército fue quien hizo fuerte a Lerdo de Tejada, Manuel González y a Porfirio Díaz, quien dispuso la formación y el entrenamiento militar necesario para fortalecer a la gran nación que surgía.
Con la revolución surgió un ejército preferentemente compuesto por militares que no tenían carrera ni formación militar, sino civiles que se metieron a la bola y en ella comenzaron a escalar puestos. Ya con la institucionalización se ganaron uniformes y condecoraciones que validaban su experiencia en movimientos generados a partir del plan de Guadalupe, de Agua Prieta y de las rebeliones cristeras, escobarista y delahuertista entre otras más. Ese ejército integrado como sector militar en la fundación del Partido Nacional Revolucionario y luego de la Revolución Mexicana. En 1940 el sector desapareció dentro de la estructura orgánica del partido. Desde entonces validó y protegió el presidencialismo a quien considera como jefe supremo de las fuerzas armadas y aplicó la fuerza para someter el henriquismo, almazanismo y los movimientos del 68 y 71, el movimiento zapatista y ahora de la lucha contra el narco.
El 19 de febrero se conmemora el centenario de la creación del ejército mexicano, pues el 19 de febrero de 1913 el entonces gobernador constitucional de Coahuila de Zaragoza, don Venustiano Carranza desconoció a Victoriano Huerta como jefe del poder ejecutivo de la República. Se concedieron facultades extraordinarias al ejecutivo del estado para “armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República". La revolución constitucionalista triunfó y en ella vemos el origen de las fuerzas constitucionalistas y de nuestro glorioso ejército nacional. Por ello, ¡honor y respeto a nuestro glorioso ejército nacional mexicano!
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina