Para el ya desaparecido pedagogo mexicano Pablo Latapí Sarré, lo importantes es ponderar la imagen de México como nación, pues ésta es el fruto de las experiencias de los mexicanos, de sus conocimientos históricos y reflexiones sociopolíticas diseñadas en función de coyunturas vividas para definir lo qué es una nación y criticar si en México si somos viables como proyecto de nación. Nuestra historia está repleta de coyunturas y rupturas que nos han hecho dudar sobre la existencia de una nación en México, por ejemplo la caída del imperio de Iturbide, los tratados de Guadalupe Hidalgo, la decena trágica y hasta el error de diciembre de 1995.
Con Benito Juárez surgió el concepto vigente de Estado Nación en México. Éste sacrificó la diversidad en nombre de un proyecto unitario más allá de las divisiones y las contradicciones internas, para tratar de conformar un país integrado por sus partes que habitan en un territorio y no tanto por las diferentes regiones que lo forman, su diversa población y sus contradictorios pasados. Los gobiernos consecuentes vieron esa diversidad como un obstáculo en el proceso de unidad nacional. Durante la colonia predominó el concepto de Nación entendido como una sociedad estructurada en reinos y ciudades y corporaciones vinculadas por la religión, el rey, las leyes del reino y las castas. Una nación estructurada más bien por la historia y no por las estructuras políticas existentes.
Con la promulgación de las Cortes de Cádiz en 1812, se definió otro proyecto que presuponía la formación de un estado para asentar las bases del nuevo concepto de Nación. Propiamente las guerras insurgentes procuraron establecer primero el Estado y luego a la Nación en México. El Estado se define como el ordenamiento jurídico que tiene como finalidad general ejercer el poder sobre un determinado territorio y al que están subordinados los individuos. En nuestro país, dicho concepto tardó en gestarse casi un siglo pues para lograr esa unidad, el Estado con la ayuda del ejército enfrentó y debilitó a las tres grandes fuerzas que daban sentido a la nación histórica: la iglesia, los cacicazgos y caudillos regionales y los grupos indígenas.
A mediados del siglo XIX se decía que en México no hay ni ha podido haber espíritu nacional simplemente porque no había Nación: “Cien naciones que en vano nos esforzamos hoy en confundir una sola”. El conflicto de integración nacional se debió a una pugna de diferentes valores y también a la lucha por el poder de los grupos contrarios. Cuando se restablece el sistema federal en 1857, había dos ideas de Nación: la primera formada por un grupo de corporaciones cuya unidad se basaba en las tradiciones y costumbres colectivas derivadas por el desarrollo histórico particular. Entendía a la Nación como producto de una larga historia a lo largo de la cual se han desarrollado sus valores, costumbres y su identidad.
Y el otro concepto llamado Estado Nación basado en la unidad de hombres libres y para lograrlo debían desaparecer la sociedad heterogénea y destruir las culturas diferenciadas, las etnias y las nacionalidades. Esa homogeneización se realizó en el plano cultural: primero se unifica a la Nación con la lengua, luego con el sistema educativo y posteriormente con el sistema económico, político y social. La nueva Nación substituyó a la multiplicidad de las culturas nacionales, sometiendo la diversidad de la nación a la unidad del Estado. La nación plural debía ya no existir.
Después de los tratados de límites de Guadalupe Hidalgo suscrito con los Estados Unidos en 1848, nuestros políticos e intelectuales llevaron una serie de reflexiones acerca de la realidad histórica nacional, pues era evidente la falta de una identidad y unidad nacional. Los historiadores se dedicaron a escribir una historia didáctica de México para demostrar que se había seguido un camino erróneo en nuestro país. Después de la Reforma, se aceleró el proyecto de uniformar la diversidad social y las múltiples mentalidades e imaginarios que la expresaban. Vieron a la patria como el territorio comprendido por la república mexicana y la Nación como el conjunto de ciudadanos que conviven en el territorio. La patria ya no es el lugar minúsculo donde uno nace ni el grupo social unido por la lengua, la etnia y el pasado compartido. En lugar de una nación real conformada por poco más de 20 castas, un Estado formado por hombres iguales.
Entonces se crearon museos y obras históricas para unificar distintos pasados y afirmar una sola identidad. La historia se convirtió en el instrumento idóneo para construir una concepción de identidad nacional y el museo en un santuario de la historia patria.
Un nuevo programa educativo promovió a la Nación como una integración definida por etapas históricas que se sucedían de modo evolutivo, unida por héroes y personajes comunes. Se forjó una conciencia nacional asentada en una identidad imaginada: se hicieron calendarios cívicos y monumentos públicos que celebraron las fechas fundadoras de la República, la defensa del territorio nacional y los héroes que ofrendaron la vida por la patria. La pintura, la escultura, la litografía, el grabado y la fotografía se asociaron con los medios de difusión modernos como el libro y los periódicos para reproducir los variados paisajes y rostros del país unificados con el nombre de mexicanos. Surge el arte nacionalista.
La Constitución del 5 de febrero de 1857, igualó a todos los habitantes de la república, desconoció las realidades particulares de la nación, quitándoles su personalidad jurídica, sus tierras y los privó de su derecho consuetudinario que protegía su identidad y su vida comunitaria. Y los indios, la iglesia y los caciques eran un estorbo para lograr la unidad nacional. La guerra contra Estados Unidos se perdió por la desunión entre los mexicanos. Los liberales impulsaron el nacionalismo como ideología que habría de fortalecer el proyecto de Estado Nacional: definieron los símbolos patrios, adoptaron la teoría del mestizaje y proclamaron la igualdad de todos. De acuerdo a Enrique Florescano, surgió así una comunidad imaginada que niega al México real.
Los gobiernos republicanos del siglo XIX imprimieron la imagen de un México integrado, en un país sustentado en un pasado antiguo y glorioso, próspero en el presente y proyectado hacia el futuro. Con mexicanos patriotas, dispuestos a la defensa de la integridad de la nación y el culto a los principios y héroes de la república. El enemigo externo estaba en España, Francia o Estados Unidos. Y los enemigos internos eran los malos mexicanos que no se querían integrar al nuevo concepto de Nación. A ellos se les negó su historia, su memoria, sus costumbres. En pocas palabras, una nación obstinada en desaparecer la nación plural y lograr una memoria única. Y el 5 de febrero de 1917, se ratificaron los principios en los cuáles México se constituye en una nación y patria para los mexicanos.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina