En la colaboración pasada expuse el origen en torno al concepto del trabajo como si fuera un castigo y una carga obligatoria nada satisfactoria. Ciertamente hay pasajes bíblicos que lo refieren así, pero también tenemos otras citas que lo promueven y lo ponen como algo excelso y necesario para la realización del ser humano: “no hay nada mejor en el hombre que gozarse en sus obras” (Qo. 3, 22); “¿Has visto un hombre hábil en su oficio?, se colocará al servicio de los reyes” (Prov. 22, 29); “Mano indolente empobrece, la mano de los diligentes enriquece” (Prov. 10, 4); “les daré el salario de su trabajo lealmente” (Is. 61, 8); “Mi Padre trabaja desde ahora y yo también trabajo” (Jn. 5, 17) y “Quien no trabaje que no coma” (2 Tes. 2, 10).
El magisterio de la Iglesia también se han preocupado por la cuestión del trabajo: en 1891 el papa León XIII habló sobre la situación de los obreros en su encíclica Rerum Novarum y el Concilio Vaticano II puntualiza que “el trabajo es necesario para el progreso terreno y para el desarrollo del Reino de Dios”. En 1981 Juan Pablo II publicó la encíclica Laborem exercens que significa “Trabajo laboral”. En ella el pontífice nos ayuda a comprender lo que ha acontecido y sigue aconteciendo en la historia, de qué modo puede el hombre transformarse con su trabajo, y realizarse como persona. Muestra cómo se tratan a los seres humanos como instrumentos de producción y no como personas que son sujetos de trabajo y empleo. O se les trata como mercancía sujeta a las leyes del mercado regido por la oferta y la demanda. Quienes hacen un trabajo intelectual, regularmente están expuestos a los vaivenes políticos y por ende al empleo ocasional o informal. Existe una espiritualidad implícita en el trabajo: los seres humanos comparten sus actividades con la acción de Dios; el trabajo imita la acción de Dios y otorga dignidad al trabajador.
Juan Pablo II resalta la necesidad del trabajo para que el hombre consiga el pan de cada día. A través del trabajo se contribuye al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y a la elevación cultural y moral de la sociedad en la que se vive. Considera al trabajo como todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Y no solo lo consigue con el sudor de su frente, sino también con el esfuerzo y la fatiga personales, regularmente en medio de tantas tensiones, conflictos y crisis que, en relación con la realidad del trabajo, trastocan la vida de cada sociedad y aun de toda la humanidad. Nunca han de faltar envidias y grillas, desgraciadamente.
Entonces el trabajo es una actividad específicamente orientada a producir bienes y servicios. La Iglesia reconoce la dignidad del trabajo a través de un valor objetivo y uno subjetivo: el ser humano continúa la obra creadora divina y porque todo trabajador, en cuanto persona, está creado a imagen y semejanza de Dios. El trabajo vale por lo que se produce y por lo que se hace, pero también por quien lo ejecuta y realiza. A través del trabajo el hombre despliega su imaginación y creatividad, ejerce su libertad, logra construir un mundo de justicia y armonía.
Pero el trabajo puede alienar, degradar y destruir. Una vez Cherterton señaló que de las fábricas salen carros muy lujosos pero también obreros como si fueran desperdicios humanos. El papa Pablo VI una vez advirtió que el trabajo está al servicio del hombre, así como también, está por encima del capital. El trabajo es un derecho y una obligación. Como derecho a ser respetado para tener empleo dentro de condiciones dignas, en donde se respeten las capacidades y cualidades de cada quien y se proteja su salud. Un salario justo que le permita asegurar el sustento, mantener una familia dignamente y otras prestaciones que le motiven a trabajar con más ganas y ahínco, como por ejemplo, cubrir un seguro de vejez, garantizar el descanso, el trabajo y el ahorro, atender sus casos de maternidad de las trabajadoras y empleadas y apoyarlos para formar un patrimonio. El trabajador puede afiliarse y promover sindicatos y recurrir a la huelga cuando no haya condiciones necesarias o aptas para el trabajo.
Lo interesante del documento, es que le concede un carácter espiritual al trabajo; es decir, llevar una vida inspirada en Cristo que también fue trabajador, específicamente un carpintero (Mt 13, 55). Mediante el trabajo se rinde culto a Dios, se promueve la convivencia humana y el ser humano se trasforma para bien en el trabajo. Juan Pablo II nos pide un trato solidario con los que trabajan y con quienes no tienen empleo, pues considera al trabajo como forma de realizar la justicia social.
Para que los pueblos y los seres humanos alcancen la plenitud, deben trabajar. El desarrollo social solo se logra mediante la educación, la salud, una adecuada vivienda y un empleo para todos. Si esto se logra, prácticamente ya se logró el fin de cada Estado y de cada gobierno. Ahora, nuestra gente padece constantemente el difícil acceso a esos cuatro indicadores. El sistema educativo nacional no ofrece los suficientes lugares para todos aquellos que requieren una educación; la educación a veces no cumple con las expectativas y las necesidades de los empleadores, no hay suficiente empleo, aunque haya mucho trabajo que realizar. Los empleos no son bien remunerados y no existe una excelente, efectiva y oportuna atención médica. Si a eso le contamos, todo el aparato de seguridad social de quienes ya trabajaron se está diluyendo o perdiendo con sus pensiones y ahorros.
Son tiempos de recibir una prestación llamada aguinaldo y que tiene que ver con los premios que los religiosos daban a quienes se acercaban a las posadas para prepararse y recibir en sus corazones al hijo de Dios que se hizo carne y habitó entre nosotros. Debemos cuidarlo y aplicarlo en las necesidades y prioridades que se presentan. Debemos ser precavidos y cuidadosos de eso. Y también rezar por aquellos que no tienen un empleo y no recibirán esa prestación por ley.
El escritor hindú Gibran Jalil Gibrán, escribió una vez: “un labrador pidió, háblanos del trabajo. Y él contestó, diciendo: trabajad para que podáis conservar la paz con la tierra y con el alma. Y todo trabajo es cosa vacía, salvo cuando existe amor. Y cuando trabajáis, os juntáis uno al otro y también a Dios”. Cuiden su aguinaldo, su trabajo, su empleo. Honren con quienes trabajen, agradezcan a quienes les brindan su confianza con un trabajo, pero sobre todo, sean felices y alegres en el mismo. Yo rezaré por Gabriel, Mario y Arturo y también por todos Ustedes. Y les pido que rezen por mí, para que pronto consiga un trabajo.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina