El verano es una de las cuatro estaciones del año, previa al otoño y anterior a la primavera, conocido también como estío. Este comprende del 20 o 21 de junio y se extiende hasta el 20 o 21 de septiembre. Se caracteriza por las altas temperaturas y a la poca probabilidad de lluvias. Dentro del verano hay una etapa llamada popularmente como “canícula” en la cual se vive un calor más sofocante e intenso, conocida igualmente como sequía intraestival. El nombre de la canícula tiene que ver con un fenómeno que se origina en el hemisferio norte, al cual podemos situar entre el 14 de julio y el 24 de agosto de cada año. Es cuando el Sol sale alineado o en conjunción con la estrella Sirio correspondiente a la constelación del Can Mayor. Los egipcios en la antigüedad, le rendían culto a las constelaciones del Can Mayor y de Orión; de ahí que las tres principales pirámides de Egipto, vistas desde el aire, presenten las mismas posiciones y ángulos del llamado cinturón de Orión.
Conviene advertir que la temporada de más calor o frío en un determinado lugar de nuestro planeta, no depende de que estemos más cerca o más lejos del Sol. Más bien depende de la inclinación del eje terrestre respecto al Sol. El hemisferio norte de la Tierra no se calienta súbitamente, sino que el calor se acumula gradualmente y por eso los días de julio y agosto son más calientes. Especialmente en éstos tiempos en donde se habla del efecto invernadero o sobrecalentamiento global. Ahora, también hay que ver que el régimen térmico depende de la altitud y de la latitud del lugar.
En realidad no existe ningún evento astronómico o físico que marque el inicio o el final de la canícula. Según la tradición y la creencia popular, si llueve al inicio de la canícula, entonces los calorones se sentirán menos. Si no hay lluvia en la canícula, el calor se sentirá más. Pero también es cuando inesperadamente ocurren los famosos chubascos que se forman aunque no estén pronosticados. Los antiguos decían que cualquier herida, la extracción de una muela o lastimadura, son más difícil de sanar en éste período. Es curioso, pero comparamos el calor de las altas temperaturas con los perros, pues regularmente en la canícula, los perros pueden adquirir la rabia. Y así, para muchos nuevoleoneses, el calorón es más "perro" y "feroz" que antes, de tal manera que las altas temperaturas proponen una cultura y moldean costumbres tanto en el campo como en la ciudad.
En el verano vivimos una temporada de estío o estiaje, correspondiente al período de aguas bajas. El estiaje de un río no depende solamente de la escasez de precipitaciones, también se debe a la radiación solar más intensa y en consecuencia al mayor potencial de evapotranspiración de las plantas y de la evaporación más intensa de los cursos de agua. Puede ser causado por sequía, la falta de lluvias y el calentamiento global.
Dicen que el clima de Monterrey es estable: siempre está de la fregada. Esto no es nuevo. En 1932, Alfonso Reyes en su poema “El Sol de Monterrey” recordaba los calorones de Monterrey: “No cabe duda: de niño, a mí me seguía el sol, Andaba detrás de mí como perrito faldero; despeinado y dulce, claro y amarillo: ese sol con sueño que sigue a los niños".
En la región noreste siempre hemos estado expuestos a calorones. Por ejemplo, el general Bernardo Reyes siendo gobernador de Nuevo León, sufría y batallaba con las inclemencias del tiempo a tal grado de que propuso la construcción de una serie de casas en la cima del cerro del Caído y luego llamado del Mirador, precisamente por la posibilidad de ver todo el entorno desde ahí. En 1909 Bernardo Reyes decidió pasar el verano en Galeana, un sitio con un clima más templado. Fue cuando Monterrey, Santa Catarina, Guadalupe y otros municipios sufrieron los embates de las fuertes lluvias ocurridas entre agosto y septiembre de ese año.
Pero antes se sentía un calor distinto. O al menos no se sentía tan intenso. La diócesis de Linares nunca estuvo en realidad en Linares. Pues en 1779 su primer obispo, fray Antonio de Jesús Sacedón falleció al poco tiempo de arribar. Su sucesor, fray Rafael José Verger prefirió el clima de Monterrey al de Linares y hasta 1922, la diócesis y luego arquidiócesis se llamó de Linares aunque su sede estaba en Monterrey. O cuando en 1836, el aspirante a médico, José Eleuterio González llegó a Monterrey con fray Gabriel Jiménez. Ambos venían de San Luis Potosí y le recomendaron al religioso se trasladara a Monterrey porque sus médicos le advirtieron tenía un clima más sano y confortable. Pero eran otros tiempos: no había tanta aglomeración de la población, ni pavimento ni automóviles y había agua suficiente para todos, con arboledas muy hermosas y muchos espacios abiertos. En cierta forma eso mitigaba el calor. Y para refrescarse un poco, los habitantes del noreste mexicano, tenían costumbres como la de sacar las sillas y mecedoras a las banquetas para pasar la tarde. O tendían una cobija en el patio o inclusive en el techo para dormir.
Es raro, pero si vemos fotografías de la época, veremos a los hombres y mujeres con ropa propia de invierno, aun y cuando estuvieran en plena primavera y verano. No conocían las bebidas frías, mucho menos el hielo y el clima. Y a eso se acostumbraron. Las casas eran más térmicas y guardaban el calor en el invierno y eran frescas en el verano. La piedra, el sillar y el adobe eran materiales adecuados para protegernos de las inclemencias del tiempo. Ahora nosotros no aguantamos el calor. Y vaya que hay regiones en donde se siente más, como la de Monclova y el norte de Coahuila, Nuevo león y Tamaulipas en donde las temperaturas en éstos tiempos pueden alcanzar hasta los 45 grados.
Antonio Guerrero Aguilar
Cronista de la Ciudad de Santa Catarina